Tras llorar con Juan Carlos Cruz en Nueva York, se dirige a Chile El tiempo del "gran acusador": Charles Scicluna, el "halcón maltés"
(José M. Vidal).- En la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio) le llamaban el "halcón maltés". Halcón por lo duro e intransigente en la defensa de la moral católica. Y maltés, por ser originario de la isla mediterránea. Por halcón y por maltés monseñor Charles J. Scicluna no se casa con nadie. Excepto con su amigo y antiguo jefe, Benedicto XVI, con el Papa reinante, que lo nombró arzobispo de Malta, y con la Iglesia, a la que sirve con pasión y celo casi templario.
El Papa Ratzinger le encargó bailar con la más fea y ocuparse directamente de los pecados más graves de los 400.000 curas y frailes católicos que hay en el mundo. Y, por orden del ahora Papa emérito, aplicó a rajatabla la consigna de "tolerancia cero" con los clérigos pederastas dela Iglesia católica.
Por su oficina del palacio romano del Santo Oficio pasaba toda la "porquería" de la Iglesia. En términos canónicos y en latín, les llaman los "delicta graviora", los delitos que la institución considera más graves. Tanto que esos pecados/delitos están "reservados" directamente a la Santa Sede.
Unos son de carácter doctrinal: consagrar obispos sin permiso del Papa, profanar las sagradas especies o romper el secreto de la confesión. Pero la mayoría tienen que ver con la moral: solicitar favores sexuales en la confesión, absolver al cómplice de una relación sexual o abusar de un menor de 18 años.
El encargado de esa sección disciplinar fue, precisamente, Scicluna. Su título oficial, entonces, era el de "promotor de justicia" de la Congregación para la Doctrina de la Fe. El fiscal acusador, el hombre sin piedad que trata de limpiar la Iglesia de los escándalos que más la manchan y más credibilidad social y moral le restan.
Un cargo de máxima responsabilidad y de la máxima delicadeza. De hecho, Scicluna llega a él nombrado en el mes de octubre de 2002 por el propio Ratzinger, cuando todavía era prefecto del ex Santo Oficio. Desde entonces, formó parte de la cúpula del dicasterio más poderoso de la Curia romana. Con la información más reservada y delicada de toda la cristiandad. Un personaje clave, que, por lo delicado de su misión, siempre se mantuvo en la sombra y alejado de los focos de los medios.
Juan Carlos Cruz, víctima de Karadima
Tímido y reservado, este maltés nacido en 1959 se ordenó sacerdote en la Valetta en 1986, tras una brillante carrera eclesiástica. Especialista en derecho canónico, su primer destino fue el de defensor del vínculo en el tribunal metropolitano de Malta. Desde allí pasó, en 1995, al supremo tribunal de la Signatura Apostólica, y en 2001, a Doctrina de la Fe. Allí lo conoció el entonces cardenal Ratzinger.
Pequeñito (no mide más de metro y medio) y dinámico, sus amigos y colaboradores lo definen como "persona de mentalidad abierta y gran sentido del humor, lo que no le impide disponer de un serio rigor científico y de una enorme prudencia". Algo de eso debió ver en él Ratzinger. Porque a Benedicto XVI, profesor y teólogo reservado, siempre le gustaron los tímidos, los fieles y los que no aspiran a hacer carrera en la Curia. Y todas esas condiciones las reunía el joven sacerdote maltés.
De hecho, Benedicto le encargó, ya en 2004, uno de los escándalos sexuales más sensibles: la verificación de las innumerables acusaciones que por aquel entonces llegaban a Roma contra Marcial Maciel. El fundador de la Legión de Cristo estaba entonces en la cima del poder y contaba en Roma con sólidos apoyos, como el del Secretario de Estado, cardenal Angelo Sodano.
El 2 de abril de 2005, en el mismo instante que en Roma fallecía Juan Pablo II, en Nueva York, Scicluna, estaba entrevistando a Paul Lennon, uno de los líderes de la Legión que acusaba al fundador de los Legionarios de Cristo. Y si, ya Papa, Ratzinger condeno, en mayo de 2006, a Maciel, fue en base a las pruebas recogidas por su fiel colaborador.
El arzobispo de Malta no es ajeno tampoco a la controversia en torno a Barros en Chile, ya que jugó un papel clave en la condena de su mentor, el sacerdote Karadima, que era párroco de uno de los barrios más exclusivos de la capital chilena y tenía poderosos contactos en Santiago.
Scicluna fue, pues, el "verdugo" de Maciel y de Karadima y, junto al cardenal Ratzinger, tuvo que vivir una de las épocas más duras, cuando, en los años 2003 y 2004, explotó la crisis de los abusos sexuales en Estados Unidos. Desde entonces, la pederastia no ha parado de salpicar a la Iglesia católica. De hecho, a la mesa de Scicluna llegaron 3.000 casos en 9 años. Unos 250 casos de media al año.
No todos ellos se referían a delitos de pedofilia. El fiscal vaticano distingue tres categorías: efebofilia (atracción sexual por adolescentes del mismo sexo), con un 60%; relaciones heterosexuales, un 30%, y pedofilia, el 10% restante. "Los casos de sacerdotes acusados de pedofilia verdadera y propia son unos trescientos en 9 años", matiza. Por países, el más pecador, Estado unidos, que aglutina el 80% de los casos.
En 2015, el Papa Francisco designó a Scicluna como líder del equipo doctrinal que se encarga de las denuncias presentadas contra religiosos acusados de abuso dentro de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Fue poco después de nombrarlo Arzobispo Metropolitano de Malta, el país donde creció tras llegar de pequeño con sus padres provenientes de Canadá. En 2012 el papa Benedicto XVI lo había designado obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Malta y ya entonces el Vaticano resaltaba que Scicluna era "muy respetado entre sus colegas de todo el mundo" por "su experiencia en temas de protección infantil".
Tras tanto años persiguiendo esta lacra, Scicluna tiene claras sus causas. Primero, "algunos obispos, en la praxis, han sido demasiado indulgentes con este tristísimo fenómeno", por un "malentendido sentido de defensa del buen nombre de la institución". Y, en segundo lugar, la todavía difundida "cultura del silencio" o la costumbre de lavar los trapos sucios en casa.
Con Francisco, la tolerancia cero ha pasado de ser una frase teórica a convertirse en realidad. Y de eso se seguirá encargando monseñor Scicluna, al que algunos ya llaman el "inquisidor" de los pederastas o el "gran acusador", que tendrá que dar pruebas de su "santo celo" una vez más con el caso Barros.
Porque el caso Barros (el eventual encubrimiento de los abusos de su 'padrino' el sacerdote Karadima) se ha convertido en la prueba del algodón de la tolerancia cero de Francisco. Un caso que ha roto barreras y se ha colado en la agenda mediática mundial. Gran parte de la credibilidad de Francisco en este ámbito dependerá de la resolución de este caso.
Scicluna lo sabe y, por eso, ha empezado ya a emplearse a fondo. Primero, visitando a Juan Carlos Cruz, una de las víctimas de Karadima, en Nueva York, donde vive. Y, según cuentan las crónicas, llorando con él, tras escucharle. El día 20 llega a Chile, dispuesto a seguir escuchando, con ternura, a otras víctimas. Hará su informe y se lo entregará a Francisco, que dictará sentencia. El Papa Francisco y el "gran abogado defensor de las víctimas", dos "barrenderos de Dios".