27 de abril: Domingo de la Octava de Pascua
Domingo de la Divina Misericordia
Texto bíblico
“Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo». A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos.Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto». (Jn 20, 24-29)
Comentario
Este día de la Divina Misericordia, no puedo evitar hacer referencia al papa Francisco, quien en 2016, Año de la Misericordia, instituyó el ministerio de los Misioneros de la Misericordia, y sin méritos propios recibí el nombramiento de Misionero. Desde entonces en cuatro ocasiones nos hemos reunido con él en Roma. La última vez no fue posible por su enfermedad. De él he aprendido la máxima: “Id siempre con la manta del perdón y no con el mazo del juez”.
El Evangelio nos sorprende, al proclamar cómo el Resucitado se deja palpar en sus heridas para fortalecer la fe de sus discípulos. Tomás profesó su fe al tocar las llagas de Jesucristo. He llegado a afirmar que donde está tu herida está tu don. Nos herimos por donde más sensibles somos, gracias al don recibido.
Bienaventurados los que sin ver creen. Esta bienaventuranza la podemos personalizar cada uno. El don de la fe nos permite reconocer a Jesús como Santo Tomás al profesar: “Señor mío y Dios mío”.
Propuesta
Confiesa a Jesucristo Dios y Señor verdadero.