“Y sucedió que por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco»” (Mc 1, 9-11).
La identidad de Jesús se nos revela en el momento en el que Juan lo bautiza, cuando se oye la voz del cielo: “Este es mi Hijo amado”. Dios se nos ha revelado en su Hijo, y su Hijo adquiere conciencia de que es el amado de Dios. Por esta certeza, el Nazareno se atreverá a entregarse enteramente a la voluntad de su Padre. Solo por la convicción de que se sabía amado se explica la vida de Jesús.
Su bautismo acontece en el sitio más hondo de Tierra Santa, en el río Jordán, junto al Mar Muerto. Con ello también se revela hasta dónde quiso bajar para ofrecer el testimonio de anonadamiento y para que ningún ser humano se sintiera fuera del ofrecimiento de la salvación.
Es día de celebrar nuestra identidad de hijos de Dios, de sabernos amados por Él, y de atrevernos a confiar en su voluntad. Quienes hemos sido bautizados hemos entrado en la corriente de gracia, que simboliza el agua, no solo del río Jordán, sino del torrente que mana en el corazón de Cristo. Él es el agua viva, y al mismo tiempo tiene sed de cada ser humano.
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