«Yo, el Señor, tu Dios, te instruyo por tu bien, te marco el camino a seguir. Si hubieras atendido a mis mandatos, tu bienestar sería como un río, tu justicia como las olas del mar, tu descendencia como la arena, como sus granos, el fruto de tus entrañas; tu nombre no habría sido aniquilado, ni eliminado de mi presencia» (Isa 48, 17-19).
En el camino espiritual es esencial percibir las mociones interiores, y también saber leer los acontecimientos desde una perspectiva trascendente. Actualmente, hay muchos métodos para despertar la atención. Al creyente se le invita a escuchar atentamente lo que Dios le quiere decir a través de la Palabra, como nos transmite el profeta Isaías
Puede sucedernos, como denuncia el Evangelio, que reaccionemos de forma personalista, llevando la contraria, creyendo que así nos afirmamos. “Hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos entonado lamentaciones, y no habéis llorado” (Mt 11, 17). San Benito, en el prólogo de su Regla, señala: “Escucha, hijo, los preceptos del maestro y préstales el oído de tu corazón”.
La respuesta de Samuel a la llamada de Dios es una referencia: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”. La fe entra por el oído, si no se percibe el mensaje, no se adhiere el corazón. María, maestra espiritual, nos enseña la actitud más adecuada: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.
Anda atento, sensible, consciente, con los cinco sentidos.