“Como el manzano entre los árboles silvestres, así mi amado entre los mozos. A su sombra apetecida estoy sentada, y su fruto me es dulce al paladar” (Ct 2, 3).
El manzano se ha hecho símbolo del árbol de cuyos frutos Dios prohibió comer a los primeros padres. Sin embargo, las Escrituras no señalan la especie del árbol ni qué fruto se les mostró atractivo y apetitoso a Adán y Eva. La iconografía representa en muchas imágenes a la Virgen María como la nueva Eva, que nos ofrece el mejor fruto: el Hijo bendito de su vientre. En una mano lleva un fruto, y en la otra, al Niño Jesús. El Cantar de los Cantares se refiere al manzano: “¿Quién es ésta que sube del desierto, apoyada en su amado? Debajo del manzano te desperté, allí donde te concibió tu madre, donde concibió la que te dio a luz” (Ct 8, 5).
El tiempo posterior a la desobediencia de Adán está descrito como un tiempo estepario, donde crecen las zarzas, las ortigas, y los abrojos. El profeta lo expresa con la sequía de los árboles: “Se ha secado la viña, se ha amustiado la higuera, granado, palmera, manzano, todos los árboles del campo están secos. ¡Sí, se ha secado la alegría de entre los hijos de hombre!” (Joel 1, 12) El Adviento nos llena de esperanza al considerar la misericordia divina, que hace reverdecer el bosque y repuebla la faz de la tierra.
¿Respetas la naturaleza?