María, a medida que pasan los días y va teniendo experiencia de su maternidad, no solo siente sobresalto y hasta temor, sino que llega a no comprender lo que acontece en relación con su Hijo.
El evangelista resume la reacción de la Nazarena de forma sintética: “María por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (Lc 2, 19. 51).
Ella es ejemplo a imitar, a la hora de practicar le lectura sapiencial de la Palabra de Dios. Si nos acercamos a las reacciones que tuvo la Madre de Jesús, comprenderemos mejor cómo la Inmaculada fue en todo semejante a nosotros:
María se turbó ante el anuncio del Ángel.
Se alegró en su visita a Isabel.
Meditó las palabras que los pastores le decían del Niño Jesús.
Sufrió ante las palabras que le dirigió el anciano Simeón.
Llegó a sentir angustia ante la pérdida de Jesús.
Pero por encima de todo, ella abrazó la voluntad de Dios: “Hágase en mí según tu Palabra”. María es la mujer creyente y mereció el saludo de Isabel: “Dichosa tú que has creído”. Hay quien interpreta que, gracias a María, el ángel del Señor retira la espada que impedía entrar al jardín del Edén, y de nuevo se restablece la relación filial de los hombres con Dios.