Velad y orad para no caer en la tentación 02 Jueves de ceniza
La Cuaresma, tiempo de oración
Jueves de Ceniza
(Deuteronomio 30,15-20; Salmo 1; Lucas 9,22-25)
Tiempo de oración
“Elige la vida, para que viváis tú y tu descendencia, amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz, adhiriéndote a él, pues él es tu vida y tus muchos años en la tierra que juró dar a tus padres, Abrahán, Isaac y Jacob»” (Dt 30,19-20).
Escuchar y meditar la Palabra
El texto bíblico expresa la forma de amar a Dios: escuchando su voz y adhiriéndose a Él. Y en otro libro actualiza la llamada: “Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones” (Hbr 3,7.15; 4,7). El salmo interleccional asegura la bienaventuranza que supone meditar la Palabra de Dios: “Dichoso el hombre que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche. Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin” (Sal 1,1-3).
Jesús, Maestro de oración
En los Evangelios, Jesús aparece en continua relación con su Padre. El Nazareno, en los momentos más recios de su vida, en vísperas de su muerte, se dirige a los íntimos como en testamento: “Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil” (Mt 26,41). Jesús nos propone la oración como ejercicio donde escuchar lo que Dios quiere para cada uno. Hay muchas formas de orar, pero en todos los casos supone abrirse a una relación teologal, en la que cabe expresar todos los sentimientos humanos, tanto de alegría como de dolor. Pero según señala Jesús, el creyente se manifiesta siempre de forma discreta.
Propuesta
“Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará. Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros orad así: “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre…” (Mt 6,6-9)