“Dios, el Señor, enjugará las lágrimas de todos los rostros, y alejará del país el oprobio de su pueblo —lo ha dicho el Señor—. Aquel día se dirá: «Aquí está nuestro Dios. Esperábamos en él y nos ha salvado. Este es el Señor en quien esperamos. Celebremos y gocemos con su salvación” (Is 25, 8-9).
Cómo necesitamos el don del consuelo, la opción solidaria en momentos recios, el saber que somos acompañados, aunque sea en silencio. La soledad y el silencio, según declaración del Abad de san Pedro de Cardeña, pueden llevar a la deserción: "Lo más duro para perseverar aquí es el silencio y la soledad, porque eso te hace enfrentarte contigo mismo". En esos momentos, en soledad y silencio, consuela la misericordia, el perdón, la posibilidad de comenzar de nuevo, que ofrece el Señor.
Hoy la Liturgia nos ofrece uno de los salmos más consoladores: “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan. Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa. Tu bondad y tu misericordia me acompañantodos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor | por años sin término” (Sal 22, 4-6).
Entra dentro de ti, no quedes secuestrado contigo mismo, ábrete en ese espacio interior a la Palabra, a Jesucristo que ha venido a curar y a perdonar.
Reza el salmo 22: “El Señor es mi Pastor”.