Rasgad el corazón, no las vestiduras 04 Sábado de Ceniza
La Cuaresma, tiempo de conversión
Sábado de Ceniza
(Isaías 58,9b-14; Salmo 85; Lucas 5,27-32)
Tiempo de Conversión
“Después de esto, salió y vio a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme». Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa, y estaban a la mesa con ellos un gran número de publicanos y otros” (Lc 5,27-29).
Rasgad el corazón, no las vestiduras
El rito litúrgico, en el momento de imponer sobre la cabeza de los fieles la ceniza, señala doble fórmula, cabe decir o “acuérdate de que eres polvo…”, o “conviértete y cree en el Evangelio”. Esta última expresión señala uno de los ejes transversales de la Cuaresma, que es la conversión del corazón. El salmista reza: “Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad; mantén mi corazón entero en el temor de tu nombre. Te alabaré de todo corazón, Dios mío” (Sal 85,11-12). El relato evangélico narra la conversión de forma concentrada en tres posturas. Leví está sentado, posición segura de quien vive instalado en sus quehaceres y negocios. Pasa Jesús, que mira al recaudador y lo llama, acontecimiento esencial para tomar una decisión radical, que se expresa en los movimientos siguientes: “se levantó y lo siguió”.
Jesús, amigo de pecadores y publicanos
La conversión del corazón acontece como respuesta a la gracia, y Jesús demuestra especial sensibilidad hacia quienes la necesitan, no importa oficio, estado social u origen. En su propia presentación, el Señor declara su opción fundamental: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa “Misericordia quiero y no sacrificio”: que no he venido a llamar a justos sino a pecadores».” (Mt 9,12-13) Los evangelistas destacan las acciones que Jesús realizó al cabo de su vida, de tal forma que nadie podrá decir que él no puede volver al Señor, por alejado que se encuentre.
Propuesta
“Convertíos a mí de todo corazón, con ayunos, llantos y lamentos; rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos, y convertíos al Señor vuestro Dios, un Dios compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en amor, que se arrepiente del castigo” (Jl 2,12-13).