“Pedro, volviéndose, vio que les seguía el discípulo a quien Jesús amaba, el mismo que en la cena se había apoyado en su pecho y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?». Al verlo, Pedro dice a Jesús: «Señor, y este, ¿qué?». Jesús le contesta: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme»” (Jn 21, 20-22).
Hay un principio evangélico que pronunció Jesús al comienzo de su enseñanza: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios» (Lc 9, 62). El seguimiento de Jesús no se hace para emular a los que van detrás de Él, sino por obediencia a su llamada.
Pedro, llamado al seguimiento, miró hacia atrás para ver lo que el Maestro le pedía al discípulo amado, y se encontró con la respuesta sobria y contundente: “¿A ti qué?” Tú sígueme”. Podremos coincidir en el camino con otros que van detrás de Jesús, pero la razón de ir detrás es Él mismo.
Al comienzo del Cuarto Evangelio afirmábamos el aspecto esencial que atravesaba todo el texto, que era el amor de unión. En el último capítulo, el evangelista nos deja ante la pregunta más esencial en labios de Jesús: ¿Me amas? De la respuesta que demos depende nuestra identidad cristiana.
¿Por qué o por quién sigues el Evangelio?