La Iglesia, ahora más que nunca, tiene que generar ilusión y esperanza

Por supuesto sentimos vergüenza y dolor por todo lo sucedido, pero tenemos que recuperar la credibilidad perdida, en nombre del mensaje de Jesús, que todos llevamos en vasijas de barro.  Esta no es la Iglesia de los pederastas, es la de Jesucristo.

La pederastia es uno de los golpes más duros que ha sufrido la Iglesia en estos últimos siglos. El daño que han hecho a la Iglesia esos indeseables es inmenso, y a sus víctimas, no nos lo podemos ni imaginar. Sin embargo, la Iglesia, ha llegado el momento de poner en práctica, de una manera clara y decidida, todo lo que se ha determinado en la “cumbre” de la pederastia. Mirando al pasado, estando muy atenta al presente, pero sobre todo previniendo el futuro. Por supuesto se impone una limpieza del ayer a fondo, para que los del hoy desaparezcan, y no se cuele nadie de cara al futuro. Complicado, pero es lo que toca.

Dicho esto, la Iglesia, debe sacar pecho y pasar página. El tiempo de la pederastia ha terminado.  Ahora que cada uno haga su trabajo, y empezamos a hablar de otras cuestiones decisivas. No podemos continuar entrando al trapo de este doloroso monotema, que paraliza fuerzas e ilusiones. De ese barrizal la Iglesia tiene que salir dignamente, pero no puede anclarse indefinidamente. Continuar esa cantinela sería hacerles el juego a quienes les interesa desprestigiar a la Iglesia, y de rebote al Papa. No podemos olvidar que además de un inmenso sufrimiento de personas concretas, víctimas de depredadores, existen también cuervos que quieren aprovecharse de la situación. Les gusta rebañar el plato, ya que han gustado la debilidad y la vulnerabilidad de la Institución eclesial. ¡Basta ya!

La Iglesia, sin duda, tiene que salir reforzada de esta operación quirúrgica tan importante. No puede pararse. Desde el primer cristiano de “a pie” hasta el Papa Francisco tenemos que recuperar la ilusión de sentirnos lo que somos: cristianos. Esos “terroristas” de las almas no pueden hacer que nos avergonzemos de los que somos. Unos indeseables no deben paralizar la acción evangelizadora de la Iglesia. Tenemos demasiados retos delante de nosotros para que sigamos bloqueados en esa, sin duda importante cuestión, pero a la que ya se le ha dado un camino de solución. Evidentemente, no todo el mundo estará de acuerdo con la misma, pero nadie puede dudar que, por primera vez, se ha cogido el toro por los cuernos. Dejemos que el tiempo, dé o no, la razón a las medidas previstas, y si no funcionan, que se retome de nuevo el tema desde esa perspectiva práctica. 

En cualquier caso, el hastío puede hacer mella en una opinión pública, que antes o después, puede sospechar de los oscuros intereses que se esconden en algunos posicionamientos. No todo es trigo limpio en el mundo mediático. No quiero matar al mensajero, pero no sólo hay palomas, también águilas y halcones.

Por eso, cuanto antes a trabajar el posible “Documento del Sínodo de los Jóvenes”. Francisco publicadlo ya. Eso es decisivo para la Iglesia de hoy. Estudiar con ilusión y esperanza las aportaciones de ese encuentro para la vivencia de la fe en el hoy de nuestra historia. No dejemos que la fe de los jóvenes se agarrote. Tenemos que salir a su encuentro para recuperar la frescura de un evangelio siempre significativo para los que se lo creen de verdad y a fondo. La gente joven nos espera a la vuelta de la esquina para que les digamos que vale la pena ser y sentirse cristiano. La causa de Jesús sigue viva y vigente, unida más que nunca a las causas de los últimos, de las periferias. La Iglesia ni puede, ni debe parar en esa dinámica, generadora de esperanza y de amor. 

Por supuesto sentimos vergüenza y dolor por todo lo sucedido, pero tenemos que recuperar la credibilidad perdida, en nombre del mensaje de Jesús, que todos llevamos en vasijas de barro.  Esta no es la Iglesia de los pederastas, es la de Jesucristo.

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