La Navidad de los percebes y las gambas
La devoción de San Francisco por la fiesta de la Natividad de Cristo era tan grande que solía decir: "Si pudiera hablar con el emperador Federico II, le suplicaría que firmase un decreto obligando a todas las autoridades de las ciudades y a los señores de los castillos y villas a hacer que en Navidad todos sus súbditos echaran trigo y otras semillas por los caminos, para que, en un día tan especial, todas las aves tuvieran algo que comer. Y también pediría, por respeto al Hijo de Dios, reclinado con su Madre en un pesebre, entre la mula y el buey, que se obligara esa noche a dar abundante pienso a nuestros hermanos bueyes y asnos. Por último, rogaría que todos los pobres fuesen saciados por los ricos esa noche".
Francisco de Asís tenía clara la importancia de la fiesta de la Navidad, por eso las acciones, que proponía, estaban en perfecta sintonía con su vida de pobreza y sobriedad. Por eso, la Navidad bien vivida espiritualmente es algo extraordinario, pero sin culpabilizar falsamente y sin victimismos. Demasiadas veces en estos días escuchamos discursos, ya cansinos, de acusaciones contra la Navidad de los grandes almacenes y de la sociedad de consumo. Pero al final todos consumimos, todos gastamos más de lo habitual en alimentación y regalos. Se nos crea, en cierto modo, una mala conciencia y al final terminamos culpabilizándonos de los excesos. En todo caso la pregunta que nos tenemos que hacer es: ¿dónde está lo extraordinario para mi de la fiesta de la Navidad y cuál es el exceso? y ¿hasta qué punto toda esa parafernalia nos lleva perder el auténtico sentido de la Navidad? Si nos podemos permitir uno de esos días unos percebes, o unas gambas o el cavita y los turrones. ¿Por qué no? Pero todo esto, sin perder de vista ¿cuál es mi verdadera alegría en la Navidad? Nos reunimos la familia, algunos de nuestros familiares queridos vienen de lejos y todo eso es un gozo. También puede haber ausencias que nos duelan mucho. Y a veces también falta perdón y comprensión. Aún así, con todas las limitaciones propias y ajenas, hemos de ser conscientes de que, no mucho más allá de nuestras paredes hay muchos a quienes falta lo más elemental. No nos desentendamos de ellos. La esperanza que Dios nos da por medio del Niño Dios nos ha de llevar a trabajar en la construcción de ese mundo más fraterno y más igualitario, para que todos puedan gozar de la auténtica Navidad.
Por eso Francisco de Asís, desde la mentalidad de su tiempo nos dice: “Por último, rogaría que todos los pobres fuesen saciados por los ricos esa noche”. Es la solidaridad extraordinaria que se nos recuerda, cada año en estas fiestas. Parafraseando el evangelio no podemos, “ayunar cuando estamos de boda”, tampoco en Navidad. Del mismo modo, en versión libre, “pobres siempre tendréis entre vosotros”. Por eso la solidaridad extraordinaria de la Navidad nos tiene que conducir a la solidaridad sostenida y sostenible de cada día. Cada uno que se apunte a lo que más le guste, pero que no olvide la solidaridad concreta y real. En Navidad, alegrémonos con una buena mesa que reúne a mayores y pequeños, pero también, en ayuda de esa solidaridad, hagamos cuentas y…los euros que nos supone lo “extraordinario” podríamos donarlo a nuestra entidad solidaria de confianza. Con esta propuesta, no pretendemos acallar la conciencia, sino, en todo caso, engordar la cuenta de los pobres.