Un Oscar a la pederastia
Así de claro. Es decir, un Oscar a la película “Spotlight” sobre la pederastia. El altavoz cinematográfico sitúa en primer plano, una vez más, la pederastia eclesiástica. Si alguien no se había enterado de su existencia, ahora queda más claro. ¡Qué triste! Historias truncadas por individuos sin escrúpulos, actores de un sufrimiento terrible a personas vulnerables. Y, de paso, la credibilidad de una Iglesia que ha guardado silencio demasiadas veces ante estas situaciones. ¿Hasta cuando? ¿Existe, en la Iglesia, voluntad real de erradicar esta lacra? ¿Y en la sociedad?
No olvidemos que la pederastia no es exclusiva de algunos hombres de la Iglesia. Lamentablemente está en muchos sectores de la sociedad, y muchas veces, como afirman los expertos, en los ámbitos familiares cercanos, que son el caldo de cultivo de este latrocinio. Los casos de profesores son también muy numerosos. La vigilancia en los niveles escolares y extra escolares debe ser muy estricta. Tenemos demasiados casos recientes. Lógicamente esto no es excusa para paliar el impacto de la pederastia de los hombres de Iglesia, que pone en primer plano la película galardonada.
La pregunta es, si la Iglesia Católica está realmente sacando las consecuencias de esta nefasta historia. Durante demasiados siglos, todos los temas, que giraban en torno a la sexualidad o eran ignorados o “tabuizados”. El reconocimiento de la existencia de la pederastia, la puesta a disposición judicial de esos individuos, las indemnizaciones a las víctimas y la creación de comisiones de vigilancia y seguimiento en Roma y en algunas Diócesis son indudablemente avances positivos. No obstante, habría que tener en cuenta tres aspectos esenciales para combatir la pederastia desde sus raíces, en lo que respecta a la Iglesia católica.
En primer lugar, una política preventiva seria y rigurosa. Esto significa someter a exploraciones profundas de tipo psicológico y psiquiátrico a los posible candidatos a la vida de castidad y celibataria. La detección de posibles tendencias patológicas, en etapas vocacionales precoces, sería capital para establecer terapias eficaces, incluso para ayudar a desistir de un opción celibataria contraproducente o imposible. La opción celibataria no puede apoyarse únicamente en un voluntarismo ciego. En esto se juega mucho la Iglesia Católica: entre otras cosas, la calidad de las vocaciones, evitar disgustos y dispendios económicos. Y, por supuesto que se pueden escapar muchos individuos o equivocar el diagnóstico. No olvidemos que la “gracia”, presupone la naturaleza.
En segundo lugar, unos protocolos de comportamiento de los sacerdotes con los niños y jóvenes muy severos. Para tranquilidad de todos. La vulnerabilidad del sacerdote le puede convertir en carne de cañón de acusaciones injustas por parte de niños por razones nimias. La calumnia es siempre un riesgo. Y, por otro lado, hay que ponérselo difícil a los posibles pederastas con sotana. Estos no llevan un escrito en la frente que les defina. En general, son personas muy normales, incluso aparentemente consideradas pías y santas, por eso nos fácil de detectar su comportamiento, a no ser que la víctima cante. La claridad y transparencia en este campo redundará en absoluta tranquilidad para todos. Así se evitarían tentaciones y calumnias. Esto debería reflejarse incluso en despachos acristalados, que permitan la intimidad y, al mismo tiempo, la luminosidad. En cuanto esta relación con niños esté mediatizada por ambigüedades y oscuridades se convierte en la antesala del drama. En ningún caso esto debe mermar la confianza en la inmensa multitud de sacerdotes, que luchan cada día por ser fieles a su ministerio y a su celibato. Pero no levantemos la guardia…nadie, y menos los padres.
En tercer lugar, a la mínima sospecha real, suspensión cautelar o fulminante por parte de la Iglesia, dependiendo de cada caso, sin eludir las responsabilidades institucionales, ya que esa persona ha estado muchos años de una forma u otra bajo la tutela de la Iglesia. Y, por supuesto, la puesta a disposición judicial de esos individuos. y que la justicia haga su trabajo. Este es un elemento disuasorio esencial para combatir el comportamiento de esos seres, que han cometido sus tropelías en la oscuridad y, creyéndose al abrigo de la justicia.
Finalmente, un equívoco intencionado muy importante, no hay pederastia blanda y dura. Hay pederastia y punto. No se puede, ni se debe jugar con las palabras, ni con las personas. La vida y la felicidad de muchas personas está en juego. El respeto al cuerpo del otro es sagrado, y mucho más si es un niño.
En el seno de la Iglesia han anidado comportamientos de este calibre, probablemente por una falta de discernimiento profundo. Estamos en tiempos de calidad vocacional y no de cantidad. Desde luego, el Papa Francisco, ha convertido este tema en una cruzada personal. Esperemos que las personas a las que ha confiado la vigilancia sean fieles a su voluntad y mandato.
José Luis Ferrando Lada
No olvidemos que la pederastia no es exclusiva de algunos hombres de la Iglesia. Lamentablemente está en muchos sectores de la sociedad, y muchas veces, como afirman los expertos, en los ámbitos familiares cercanos, que son el caldo de cultivo de este latrocinio. Los casos de profesores son también muy numerosos. La vigilancia en los niveles escolares y extra escolares debe ser muy estricta. Tenemos demasiados casos recientes. Lógicamente esto no es excusa para paliar el impacto de la pederastia de los hombres de Iglesia, que pone en primer plano la película galardonada.
La pregunta es, si la Iglesia Católica está realmente sacando las consecuencias de esta nefasta historia. Durante demasiados siglos, todos los temas, que giraban en torno a la sexualidad o eran ignorados o “tabuizados”. El reconocimiento de la existencia de la pederastia, la puesta a disposición judicial de esos individuos, las indemnizaciones a las víctimas y la creación de comisiones de vigilancia y seguimiento en Roma y en algunas Diócesis son indudablemente avances positivos. No obstante, habría que tener en cuenta tres aspectos esenciales para combatir la pederastia desde sus raíces, en lo que respecta a la Iglesia católica.
En primer lugar, una política preventiva seria y rigurosa. Esto significa someter a exploraciones profundas de tipo psicológico y psiquiátrico a los posible candidatos a la vida de castidad y celibataria. La detección de posibles tendencias patológicas, en etapas vocacionales precoces, sería capital para establecer terapias eficaces, incluso para ayudar a desistir de un opción celibataria contraproducente o imposible. La opción celibataria no puede apoyarse únicamente en un voluntarismo ciego. En esto se juega mucho la Iglesia Católica: entre otras cosas, la calidad de las vocaciones, evitar disgustos y dispendios económicos. Y, por supuesto que se pueden escapar muchos individuos o equivocar el diagnóstico. No olvidemos que la “gracia”, presupone la naturaleza.
En segundo lugar, unos protocolos de comportamiento de los sacerdotes con los niños y jóvenes muy severos. Para tranquilidad de todos. La vulnerabilidad del sacerdote le puede convertir en carne de cañón de acusaciones injustas por parte de niños por razones nimias. La calumnia es siempre un riesgo. Y, por otro lado, hay que ponérselo difícil a los posibles pederastas con sotana. Estos no llevan un escrito en la frente que les defina. En general, son personas muy normales, incluso aparentemente consideradas pías y santas, por eso nos fácil de detectar su comportamiento, a no ser que la víctima cante. La claridad y transparencia en este campo redundará en absoluta tranquilidad para todos. Así se evitarían tentaciones y calumnias. Esto debería reflejarse incluso en despachos acristalados, que permitan la intimidad y, al mismo tiempo, la luminosidad. En cuanto esta relación con niños esté mediatizada por ambigüedades y oscuridades se convierte en la antesala del drama. En ningún caso esto debe mermar la confianza en la inmensa multitud de sacerdotes, que luchan cada día por ser fieles a su ministerio y a su celibato. Pero no levantemos la guardia…nadie, y menos los padres.
En tercer lugar, a la mínima sospecha real, suspensión cautelar o fulminante por parte de la Iglesia, dependiendo de cada caso, sin eludir las responsabilidades institucionales, ya que esa persona ha estado muchos años de una forma u otra bajo la tutela de la Iglesia. Y, por supuesto, la puesta a disposición judicial de esos individuos. y que la justicia haga su trabajo. Este es un elemento disuasorio esencial para combatir el comportamiento de esos seres, que han cometido sus tropelías en la oscuridad y, creyéndose al abrigo de la justicia.
Finalmente, un equívoco intencionado muy importante, no hay pederastia blanda y dura. Hay pederastia y punto. No se puede, ni se debe jugar con las palabras, ni con las personas. La vida y la felicidad de muchas personas está en juego. El respeto al cuerpo del otro es sagrado, y mucho más si es un niño.
En el seno de la Iglesia han anidado comportamientos de este calibre, probablemente por una falta de discernimiento profundo. Estamos en tiempos de calidad vocacional y no de cantidad. Desde luego, el Papa Francisco, ha convertido este tema en una cruzada personal. Esperemos que las personas a las que ha confiado la vigilancia sean fieles a su voluntad y mandato.
José Luis Ferrando Lada