El Papa Francisco, la Iglesia real y los jóvenes
Que la Iglesia es una realidad plural y variopinta a todos sus niveles es algo innegable, del mismo modo que la Iglesia de Roma se ha alejado o acercado a esas realidades, según los tiempos y las personas que han ocupado la sede de Pedro. En estos momentos asistimos a un acercamiento cualitativo de la Iglesia de Roma a la Iglesia real. El pueblo de Dios entiende el lenguaje y los gestos del Papa Francisco, pero sobre todo su figura le resulta más cercana y significativa y con trascendencia para replantearse su fe. Dejamos de lado, por una vez, la jerarquía.
Ante la pregunta ¿quién es ese pueblo de Dios que entiende al Papa? Encontramos por una parte los que se atreven a leer teología, los catequistas, que intentan acercarnos al misterio de Dios y la iglesia, los que viven su fe practicando obras de misericordia, los que hacen ejercicios o retiros, los que colaboran con la parroquia en mil acciones, los que todavía se confiesan vez en cuando, asisten a misa e intentan vivir su fe como algo importante en sus vidas con claras incidencias éticas en todas sus dimensiones. Los que se comprometen política y socialmente. Algunos de éstos siguen muy de cerca las polémicas romanas y las autóctonas. Dependiendo de su historia personal y de su formación, se orientarán hacia una vivencia más o menos progresista o conservadora de su fe por emplear unos términos convencionales. Estos mayoritariamente entienden al Papa Francisco, a algunos les puede costar aceptarlo o también hay quienes más o menos abiertamente le rechazan.
También están, los que forman parte de los llamados “nuevos movimientos” o “grupos eclesiales”. En general, mantienen vínculos, más o menos fuertes con las parroquias, tienen una vivencia bastante intensa de la fe, aunque muchas veces excesivamente parcial. La dependencia de los dirigentes es decisiva en los aspectos vivenciales y éticos. Sienten bastantes inquietudes formativas, especialmente cuando adquieren funciones de liderazgo en sus grupos. La orientación ideológica depende en general de los liderazgos, aunque muchas veces se tolera la disidencia, dependiendo del “movimiento”. Son bastante sensibles a las informaciones eclesiales. La palabra del Papa para la mayoría de ellos es muy significativa.
Finalmente, los que tradicionalmente suelen ir a misa los domingos y fiestas de guardar. Se sientan en los últimos bancos, colaboran económicamente con su parroquia, encargan misas, pero no desean que nadie les complique la vida. Todo eso les parece suficiente, a pesar de las continuas llamadas de los párrocos al compromiso cristiano. Sienten que por edad o formación u otras razones no va con ellos. No necesitan más. Aquí se incluye también el numeroso grupo de personas mayores del mundo rural, que mantienen el pabellón alto de la fe y las tradiciones en muchos pueblos y aldeas. Se preguntan qué pasará después de ellos en ese mundo abandonado del campo.
En estos tres grupos hunden sus raíces los que generalmente llamamos mas o menos practicantes. Entre ellos el nivel de contacto con la realidad romana, a través de los medios de comunicación, es medio-alto. Globalmente podemos afirmar que el nivel de aceptación del magisterio Papal es positivo. No obstante los gropúsculos de nostálgicos de otros tiempos y otras espiritualidades están también ahí. Sus actividades normalmente se expresan a través de sus propias celebraciones o sus medios de comunicación. Y, con excesiva frecuencia son muy agresivos alentados por prelaturas disidentes.
El grupo más numeroso son los de la tradición familiar de los bautizos, las comuniones de los niños, la boda por la Iglesia por razones diversas (familia, tradición, etc), los entierros, las procesiones del santo o la santa de turno en las fiestas de los pueblos, las procesiones de Semana santa y poco más. Evidentemente las celebraciones, en las que abunda una mayoría de personas de este grupo se convierten muchas veces en un monólogo para el sacerdote. Más allá de la señal de la cruz se instala el silencio o la “cháchara”. La incidencia ética de la fe es bastante nula, tradicional o mítica. Para éstos el Papa que sale en televisión es una figura sin duda simpática, aunque en realidad lejana. Pero muchos de ellos si se les trabajara específicamente son “recuperables”.
¿Y, dónde están los jóvenes en la Iglesia? ¿Cracovia, Taizé: cuál es la incidencia real de estos muchachos de las multitudes en la Iglesia? ¿Y los colegios católicos, las Universidades? Los jóvenes están un poco esparcidos y desaparecidos como colectivo, salvo excepciones, por todos estos grupos anteriores. La Iglesia ha perdido y sigue perdiendo generaciones de jóvenes. ¿Qué hacer a nivel diocesano, parroquial? Probablemente esa debería ser la pastoral preferente. La Iglesia debería plantearse seriamente, en estos momentos, un acercamiento con “tirón” a los jóvenes. Y al grupo más numeroso “recuperable”, en esos “acontecimientos” sacramentales (bautismo, comunión, matrimonio, muerte…), también sería bueno un plan pastoral muy contundente. El entusiasmo que transmite el Papa Francisco a estos dos colectivos contrasta con la dejadez e indiferencia de muchos.
Finalmente están los alejados, los que se han alejado o los que hemos alejado por diversas razones. En los primeros cabe la esperanza de un acercamiento, si se acierta en el camino; en los segundos es más complicado, ya que la mayoría han engrosado las filas del anticlericalismo o el rechazo absoluto.
No he pretendido un estudio sociológico, sino algunas ideas y pistas para la reflexión eclesial y pastoral. La figura de Francisco como un elemento globalmente favorecedor es un acicate para la tarea pastoral y ministerial, por eso tenemos que aprovechar su tirón personal y el reflejo mediático positivo.
Ante la pregunta ¿quién es ese pueblo de Dios que entiende al Papa? Encontramos por una parte los que se atreven a leer teología, los catequistas, que intentan acercarnos al misterio de Dios y la iglesia, los que viven su fe practicando obras de misericordia, los que hacen ejercicios o retiros, los que colaboran con la parroquia en mil acciones, los que todavía se confiesan vez en cuando, asisten a misa e intentan vivir su fe como algo importante en sus vidas con claras incidencias éticas en todas sus dimensiones. Los que se comprometen política y socialmente. Algunos de éstos siguen muy de cerca las polémicas romanas y las autóctonas. Dependiendo de su historia personal y de su formación, se orientarán hacia una vivencia más o menos progresista o conservadora de su fe por emplear unos términos convencionales. Estos mayoritariamente entienden al Papa Francisco, a algunos les puede costar aceptarlo o también hay quienes más o menos abiertamente le rechazan.
También están, los que forman parte de los llamados “nuevos movimientos” o “grupos eclesiales”. En general, mantienen vínculos, más o menos fuertes con las parroquias, tienen una vivencia bastante intensa de la fe, aunque muchas veces excesivamente parcial. La dependencia de los dirigentes es decisiva en los aspectos vivenciales y éticos. Sienten bastantes inquietudes formativas, especialmente cuando adquieren funciones de liderazgo en sus grupos. La orientación ideológica depende en general de los liderazgos, aunque muchas veces se tolera la disidencia, dependiendo del “movimiento”. Son bastante sensibles a las informaciones eclesiales. La palabra del Papa para la mayoría de ellos es muy significativa.
Finalmente, los que tradicionalmente suelen ir a misa los domingos y fiestas de guardar. Se sientan en los últimos bancos, colaboran económicamente con su parroquia, encargan misas, pero no desean que nadie les complique la vida. Todo eso les parece suficiente, a pesar de las continuas llamadas de los párrocos al compromiso cristiano. Sienten que por edad o formación u otras razones no va con ellos. No necesitan más. Aquí se incluye también el numeroso grupo de personas mayores del mundo rural, que mantienen el pabellón alto de la fe y las tradiciones en muchos pueblos y aldeas. Se preguntan qué pasará después de ellos en ese mundo abandonado del campo.
En estos tres grupos hunden sus raíces los que generalmente llamamos mas o menos practicantes. Entre ellos el nivel de contacto con la realidad romana, a través de los medios de comunicación, es medio-alto. Globalmente podemos afirmar que el nivel de aceptación del magisterio Papal es positivo. No obstante los gropúsculos de nostálgicos de otros tiempos y otras espiritualidades están también ahí. Sus actividades normalmente se expresan a través de sus propias celebraciones o sus medios de comunicación. Y, con excesiva frecuencia son muy agresivos alentados por prelaturas disidentes.
El grupo más numeroso son los de la tradición familiar de los bautizos, las comuniones de los niños, la boda por la Iglesia por razones diversas (familia, tradición, etc), los entierros, las procesiones del santo o la santa de turno en las fiestas de los pueblos, las procesiones de Semana santa y poco más. Evidentemente las celebraciones, en las que abunda una mayoría de personas de este grupo se convierten muchas veces en un monólogo para el sacerdote. Más allá de la señal de la cruz se instala el silencio o la “cháchara”. La incidencia ética de la fe es bastante nula, tradicional o mítica. Para éstos el Papa que sale en televisión es una figura sin duda simpática, aunque en realidad lejana. Pero muchos de ellos si se les trabajara específicamente son “recuperables”.
¿Y, dónde están los jóvenes en la Iglesia? ¿Cracovia, Taizé: cuál es la incidencia real de estos muchachos de las multitudes en la Iglesia? ¿Y los colegios católicos, las Universidades? Los jóvenes están un poco esparcidos y desaparecidos como colectivo, salvo excepciones, por todos estos grupos anteriores. La Iglesia ha perdido y sigue perdiendo generaciones de jóvenes. ¿Qué hacer a nivel diocesano, parroquial? Probablemente esa debería ser la pastoral preferente. La Iglesia debería plantearse seriamente, en estos momentos, un acercamiento con “tirón” a los jóvenes. Y al grupo más numeroso “recuperable”, en esos “acontecimientos” sacramentales (bautismo, comunión, matrimonio, muerte…), también sería bueno un plan pastoral muy contundente. El entusiasmo que transmite el Papa Francisco a estos dos colectivos contrasta con la dejadez e indiferencia de muchos.
Finalmente están los alejados, los que se han alejado o los que hemos alejado por diversas razones. En los primeros cabe la esperanza de un acercamiento, si se acierta en el camino; en los segundos es más complicado, ya que la mayoría han engrosado las filas del anticlericalismo o el rechazo absoluto.
No he pretendido un estudio sociológico, sino algunas ideas y pistas para la reflexión eclesial y pastoral. La figura de Francisco como un elemento globalmente favorecedor es un acicate para la tarea pastoral y ministerial, por eso tenemos que aprovechar su tirón personal y el reflejo mediático positivo.