Mientras muchos nos encontramos en el merecido descanso de las fiestas pascuales, en Gaza, se sigue malviviendo y malmuriendo ante los ojos del mundo. Sin duda, la salvajada del 7 de octubre por parte de Hamas ha sido vengada con creces por el ejército de Israel, al mando del gobierno de Netanyahou. 

No existen ya expresiones para calificar la masacre diaria de hombres y mujeres, sin olvidar que muchas de las víctimas son niños y niñas. La estadística de muertos y heridos refleja el odio y los intereses espuréos de un gobierno al que sólo le interesa mantenerse en el poder al precio que sea. Y que, en estos momentos se ha envalentonado al sentir el apoyo incondicional de los Estados Unidos de Trump. Los países occidentales tienen muchas varas de medir, incluido el nuestro. No se oyen voces de líderes políticos, ni religiosos clamando por el cese de las hostilidades y el reinicio de un diálogo que lleve a una paz justa y duradera. Por supuesto que los “rehenes” deberían estar ya con sus familias, pero Israel sólo responde con drones, tanques, hambre y destrucción. ¿No es esto un Holocausto? ¿Matar de manera indiscriminada a seres humanos perseguidos como ratas por los tanques, los drones y las bombas no son actos criminales? 

El pueblo palestino de Gaza y Cisjordania lo tiene muy crudo. Se encuentra, por un lado, rehén de los desalmados y asesinos de Hamas que están errando la estrategia que puede llevar algún día a la paz; y, por otro lado, son la diana diaria de un gobierno sin principios éticos de ningún tipo. Pero no lo olvidemos todo esto está sucediendo ante la mirada indiferente de muchos gobiernos y ciudadanos.

Muchos deberíamos ponernos en el lugar de los habitantes de Gaza para experimentar por un segundo lo que sentirán un padre y una madre que no pueden proteger a sus hijos de las armas mortíferas del ejercito de Israel. Y que no pueden darles ningún futuro a sus familias, y que el presente se presenta a sangre y fuego. ¿Escuelas, Hospitales, Iglesias, Mezquitas..? No se salva nadie. Ni los agentes sanitarios, ni humanitarios. Y la prensa de  todo el mundo sin poder informar “in situ”. Y los periodistas palestinos cayendo como moscas. Es absolutamente intolerable.

Las dos únicas voces que hablan claro y alto últimamente son la del Papa Francisco, cuyas llamadas telefónicas al padre Romanelli, párroco de Gaza, le hacen sentir, seguramente, la tensión de las terribles noticias y la impotencia preguntándose qué más puede hacer…Y, la otra voz, es la del Secretario General Guterres,  de las Naciones Unidas, que clama desde su posición un cese de las hostilidades y un tratamiento humanitario a la población de Gaza. 

Esto no puede continuar así…en el siglo XXI. No lo podemos, ni debemos permitir. ¿Están nuestros gobiernos democráticos haciendo lo suficiente? ¿Y los gobiernos de los países árabes, que ven como masacran a sus hermanos palestinos? Y, sin duda la guerra comercial le viene de perlas a Israel para seguir humillando, atacando y maltratando  al pueblo palestino en Gaza, pero también en Cisjordania.