La Semana Santa de la Misericordia
La Semana Santa sólo tiene sentido y se puede vivir con sentido desde la Fe, la Esperanza y la Caridad. Esto sería una Semana Santa sana, vital, gozosa. Desde esta perspectiva las celebraciones no se convierten en aburridas y tediosas, por repetitivas, ya que muchas veces nos puede dar la impresión del eterno retorno de siempre lo mismo. Por eso quiero compartir algunas claves, que nos pueden ayudar a vivir una semana decisiva y significativa para nuestra vida cristiana.
En primer lugar, en el ámbito de la Fe no vivimos de rentas, ni de hipotecas con o sin suelo. En la Fe sólo es real el presente, de ahí el “kairós”, el momento oportuno. Tenemos que acudir a las celebraciones, teniendo clara esta óptica: Dios viene a mi historia, hoy, aquí y ahora. Y estar abiertos a la “sorpresa” de Dios. Dios no nos convoca a su mesa, en vano o para nada. Por eso su banquete es siempre una fuente de renovación y de esperanza. Nuestra participación y presencia en las celebraciones puede cambiar si tenemos en cuenta estas pequeñas ideas. Y, si no, simplemente estar. Dependiendo de nuestras situaciones y circunstancias personales. A veces el “estar” mismo nos pesa…
En segundo lugar, en las celebraciones del jueves santo, viernes santo y vigilia pascual, la Palabra de Dios, tiene un protagonismo único. Los textos nos aclaran lo que celebramos y lo que queremos vivir, ya que tocamos lo esencial de nuestra Fe. En el misterio pascual -pasión, muerte y resurrección- se concentra todo lo que es la vida del cristiano. No nos podemos perder en estos días una palabra tan abundante y tan rica. Si no estamos atentos, la Palabra de Dios, se nos puede convertir en líquida, porque “ya nos la sabemos”. Se nos puede escapar…La densidad de la palabra de Dios nos pide un suplemento de atención. Atención no es memorización, sino simplemente estar expectante… saber que viene especialmente para mi.
¿Qué pasa el jueves santo? Demasiadas cosas para un día. A mi me gusta centrarme en el Amor de Dios por cada uno de nosotros. Todo lo que celebramos y actualizamos nace del Amor de Dios, que nos invita a participar de Él. ¿De qué Amor se trata? De un Amor real y concreto. Un Amor que nos libera de las ansias de cortas miras, ya que se nos ofrece en totalidad: en la Eucaristía, en el sacerdocio, en el lavatorio de los pies. Un Amor que nos comprende, a pesar de nuestras debilidades (Judas) y contradicciones (Pedro). Un Amor, que nos acompaña en nuestro itinerario con el Maná de la Eucaristía. Un Amor, que no nos deja solos, los sacerdotes. Un Amor que se entrega totalmente a nuestra causa…la de nuestra vida. Un Amor que ha enloquecido por el hombre. Las causas de los hombres se convierten en las causas de Dios.
¿Y el viernes santo? La Cruz. Es el día de la Solidaridad profunda. En este día todos los marginados y descartados del mundo sienten, que alguien les ha precedido, Jesús. Y, a nosotros, que no formamos parte de esos colectivos se nos invita a solidarizarnos con ese Amor, que nos empuja a acercarnos para ofrecer vida y esperanza al hermano sufriente. Descubrir el Amor de Dios por nosotros, por tí y por mí, significa expandirlo, hacerlo llegar a los preferidos de Jesús. Las cruces son patíbulos. En ellas se ejecutan a los culpables, unos justos y otros injustos…también, hoy en día. Masacramos a los inmigrantes que presionan en nuestras fronteras y les ponemos cuchillas o alambradas; abandonamos a los mendigos que mueren de frío en nuestras calles; despreciamos a los ancianos, hacinados en residencias inmundas. Tantas y tantas situaciones de marginación y descarte, que nos llaman a la solidaridad profunda, a ver otros Cristos. La cruz, si no se ve así, si no la vemos a nuestro lado, no tiene ningún sentido. La cruz mata, por eso nos invita a dar vida.
La Pascua de la Resurrección del Señor es la celebración cumbre de la semana. El misterio de la Resurrección. Las muertes, las malditas muertes, las incomprensibles muertes…siguen siendo muertes, pero algo nos dice que, a pesar de eso anuncian algo más. No sabemos cómo, la racionalidad lo desmiente, la ciencia se siente impotente, pero la Fe nos anuncia una mañana de Pascua. La Fe hace comprensible la irracionalidad de la muerte. La Esperanza le da un sentido. Y el Amor de Dios explica lo inexplicable. Un Dios clavado en una cruz, pero que no se queda ahí, inmóvil, sino que es un Dios que resucita, que nos da la mano y nos levanta. Un Dios que vive eternamente. Desde las coordenadas espacio temporales tenemos poco que decir. Únicamente en la dimensión de eternidad, en que nos sitúa la Fe podemos vislumbrar algunas respuestas a situaciones que, aparentemente, no tienen respuesta. La resurrección es la utopía de los pobres. Los satisfechos no necesitan resurrección, solo necesitan cosas y más cosas…¿Qué esperamos de esta Semana Santa? ¿Algo? ¿Alguien? ¿Nada?
En primer lugar, en el ámbito de la Fe no vivimos de rentas, ni de hipotecas con o sin suelo. En la Fe sólo es real el presente, de ahí el “kairós”, el momento oportuno. Tenemos que acudir a las celebraciones, teniendo clara esta óptica: Dios viene a mi historia, hoy, aquí y ahora. Y estar abiertos a la “sorpresa” de Dios. Dios no nos convoca a su mesa, en vano o para nada. Por eso su banquete es siempre una fuente de renovación y de esperanza. Nuestra participación y presencia en las celebraciones puede cambiar si tenemos en cuenta estas pequeñas ideas. Y, si no, simplemente estar. Dependiendo de nuestras situaciones y circunstancias personales. A veces el “estar” mismo nos pesa…
En segundo lugar, en las celebraciones del jueves santo, viernes santo y vigilia pascual, la Palabra de Dios, tiene un protagonismo único. Los textos nos aclaran lo que celebramos y lo que queremos vivir, ya que tocamos lo esencial de nuestra Fe. En el misterio pascual -pasión, muerte y resurrección- se concentra todo lo que es la vida del cristiano. No nos podemos perder en estos días una palabra tan abundante y tan rica. Si no estamos atentos, la Palabra de Dios, se nos puede convertir en líquida, porque “ya nos la sabemos”. Se nos puede escapar…La densidad de la palabra de Dios nos pide un suplemento de atención. Atención no es memorización, sino simplemente estar expectante… saber que viene especialmente para mi.
¿Qué pasa el jueves santo? Demasiadas cosas para un día. A mi me gusta centrarme en el Amor de Dios por cada uno de nosotros. Todo lo que celebramos y actualizamos nace del Amor de Dios, que nos invita a participar de Él. ¿De qué Amor se trata? De un Amor real y concreto. Un Amor que nos libera de las ansias de cortas miras, ya que se nos ofrece en totalidad: en la Eucaristía, en el sacerdocio, en el lavatorio de los pies. Un Amor que nos comprende, a pesar de nuestras debilidades (Judas) y contradicciones (Pedro). Un Amor, que nos acompaña en nuestro itinerario con el Maná de la Eucaristía. Un Amor, que no nos deja solos, los sacerdotes. Un Amor que se entrega totalmente a nuestra causa…la de nuestra vida. Un Amor que ha enloquecido por el hombre. Las causas de los hombres se convierten en las causas de Dios.
¿Y el viernes santo? La Cruz. Es el día de la Solidaridad profunda. En este día todos los marginados y descartados del mundo sienten, que alguien les ha precedido, Jesús. Y, a nosotros, que no formamos parte de esos colectivos se nos invita a solidarizarnos con ese Amor, que nos empuja a acercarnos para ofrecer vida y esperanza al hermano sufriente. Descubrir el Amor de Dios por nosotros, por tí y por mí, significa expandirlo, hacerlo llegar a los preferidos de Jesús. Las cruces son patíbulos. En ellas se ejecutan a los culpables, unos justos y otros injustos…también, hoy en día. Masacramos a los inmigrantes que presionan en nuestras fronteras y les ponemos cuchillas o alambradas; abandonamos a los mendigos que mueren de frío en nuestras calles; despreciamos a los ancianos, hacinados en residencias inmundas. Tantas y tantas situaciones de marginación y descarte, que nos llaman a la solidaridad profunda, a ver otros Cristos. La cruz, si no se ve así, si no la vemos a nuestro lado, no tiene ningún sentido. La cruz mata, por eso nos invita a dar vida.
La Pascua de la Resurrección del Señor es la celebración cumbre de la semana. El misterio de la Resurrección. Las muertes, las malditas muertes, las incomprensibles muertes…siguen siendo muertes, pero algo nos dice que, a pesar de eso anuncian algo más. No sabemos cómo, la racionalidad lo desmiente, la ciencia se siente impotente, pero la Fe nos anuncia una mañana de Pascua. La Fe hace comprensible la irracionalidad de la muerte. La Esperanza le da un sentido. Y el Amor de Dios explica lo inexplicable. Un Dios clavado en una cruz, pero que no se queda ahí, inmóvil, sino que es un Dios que resucita, que nos da la mano y nos levanta. Un Dios que vive eternamente. Desde las coordenadas espacio temporales tenemos poco que decir. Únicamente en la dimensión de eternidad, en que nos sitúa la Fe podemos vislumbrar algunas respuestas a situaciones que, aparentemente, no tienen respuesta. La resurrección es la utopía de los pobres. Los satisfechos no necesitan resurrección, solo necesitan cosas y más cosas…¿Qué esperamos de esta Semana Santa? ¿Algo? ¿Alguien? ¿Nada?