Las cenizas de la discordia
Hace unos días, en vísperas de la fiesta de Todos los Santos y de los Difuntos, se ha presentado en Roma un documento (Ad resurgendum cum Christo) a propósito de la sepultura de los difuntos y la conservación de las cenizas en caso de cremación. Sin duda, el momento ha sido elegido oportunamente. Este escrito emana de la Congregación para la Doctrina de la Fe. La fórmula es la habitual y muy significativa: “El Sumo Pontífice Francisco, en audiencia concedida al infrascrito Cardenal Prefecto el 18 de marzo de 2016, ha aprobado la presente Instrucción, decidida en la Sesión Ordinaria de esta Congregación el 2 de marzo de 2016, y ha ordenado su publicación”. Por lo tanto, en última instancia, la responsabilidad es del Papa Francisco.
El sentido del escrito es clarificar algunas ideas en relación con la cremación y las cenizas: “Mientras tanto, la práctica de la cremación se ha difundido notablemente en muchos países, pero al mismo tiempo también se han propagado nuevas ideas en desacuerdo con la fe de la Iglesia”. Ante este contraste, la Congregación, ha creído conveniente: “la publicación de una nueva Instrucción, con el fin de reafirmar las razones doctrinales y pastorales para la preferencia de la sepultura de los cuerpos y de emanar normas relativas a la conservación de las cenizas en el caso de la cremación”. El aumento notable de las cremaciones, probablemente hacía necesaria una intervención clarificadora de Roma.
Un escrito bien elaborado, en el que deja bien claro, que a la Iglesia no le gusta la “cremación”, pero desde el año 1963 la acepta, ya que no es contraria a ninguna “verdad natural o sobrenatural”. Pero sobre todo, teniendo en cuenta que: “la Iglesia no ve razones doctrinales para evitar esta práctica, ya que la cremación del cadáver no toca el alma y no impide a la omnipotencia divina resucitar el cuerpo y por lo tanto no contiene la negación objetiva de la doctrina cristiana sobre la inmortalidad del alma y la resurrección del cuerpo”. Esto es evidente, ya que sería una negación supina de la Omnipotencia de Dios. Sin olvidar, que el resultado de enterrar en tierra o en nicho, a largo plazo y de una manera u otra, es el mismo que el de la cremación. El problema es garantizar el respeto a las cenizas o a los restos. Ahí apunta el Documento.
Ante la publicación de la “Instrucción” y su amplia difusión, muchas personas cristianas han sentido una cierta invasión del ámbito personal y de su conciencia. Entienden que es cada uno el que debe decidir, y así comunicar a sus más cercanos, lo que tienen que hacer con sus cenizas, evidentemente en clave cristiana y sin contaminaciones ideológicas. Lógicamente desde el respeto y la fidelidad a su voluntad, los familiares deben actuar en consecuencia, pero desde ahora se añade, teniendo en cuenta este escrito.
La Iglesia recuerda que “las cenizas del difunto, por regla general, deben mantenerse en un lugar sagrado, es decir, en el cementerio o, si es el caso, en una iglesia o en un área especialmente dedicada a tal fin por la autoridad eclesiástica competente”. Y añade que: “La conservación de las cenizas en un lugar sagrado puede ayudar a reducir el riesgo de sustraer a los difuntos de la oración y el recuerdo de los familiares y de la comunidad cristiana. Así, además, se evita la posibilidad de olvido, falta de respeto y malos tratos, que pueden sobrevenir sobre todo una vez pasada la primera generación, así como prácticas inconvenientes o supersticiosas”. Razones bastante reales y potentes.
En cuanto a la conservación de las cenizas en el hogar, la Iglesia aduce por las razones mencionadas en el párrafo anterior, que esta opción no es apta, sin embargo deja una lógica puerta abierta: “Sólo en casos de graves y excepcionales circunstancias, dependiendo de las condiciones culturales de carácter local, el Ordinario, de acuerdo con la Conferencia Episcopal o con el Sínodo de los Obispos de las Iglesias Orientales, puede conceder el permiso para conservar las cenizas en el hogar”. Pero se niega rotundamente a que: “Las cenizas, sin embargo, no pueden ser divididas entre los diferentes núcleos familiares y se les debe asegurar respeto y condiciones adecuadas de conservación”. Finalmente, la Iglesia, tajantemente rechaza: “Para evitar cualquier malentendido panteísta, naturalista o nihilista, no sea permitida la dispersión de las cenizas en el aire, en la tierra o en el agua o en cualquier otra forma, o la conversión de las cenizas en recuerdos conmemorativos, en piezas de joyería o en otros artículos…”. Se refiere, sin duda, a esa “nuevas ideas en desacuerdo con la fe de la Iglesia”, que probablemente de manera espontánea, y ajenos a esas ideas, muchos cristianos han realizado, pero que se pueden interpretar de ese modo.
No obstante lo más problemático de la “Instrucción” es: “En el caso de que el difunto hubiera dispuesto la cremación y la dispersión de sus cenizas en la naturaleza por razones contrarias a la fe cristiana, se le han de negar las exequias, de acuerdo con la norma del derecho”. En la praxis actual, en la que generalmente el sacerdote interviene únicamente en la celebración de las exequias, no veo claro que pregunte a la familia lo que van a hacer con las cenizas del difunto. Por ejemplo, en el caso de tanatatorios de grandes ciudades, una vez terminada la misa, la función del sacerdote acaba. Y, si ni siquiera conoce a los familiares, la relación antes de la liturgia funeraria es muy leve. Generalmente, después de la celebración, es la familia la que tiene la iniciativa. Aunque, desde el Documento, se insinúa “una cierta obligación” de preguntar esta circunstancia, sin embargo alguien tendrá que clarificar este aspecto: el cuándo y el cómo. Sobre todo, teniendo en cuenta el ambiente dramático que rodea, en general, estos acontecimientos luctuosos. Muchos se pueden encontrar con algún “a usted que le importa, eso es cosa nuestra”, e incluso puede generar un conflicto grave e innecesario ante una negación de exequias. La especial sensibilidad de esos momentos no aconseja preguntas, que pueden suponer una sospecha de negación de exequias. En cualquier caso, un “marrón” para muchos párrocos, que pueden ver empañada su tarea pastoral por estas cuestiones.
Lo que, sin duda, es importante es sensibilizar a los fieles con lo mejor de esta “Instrucción”, para que sepan lo que la Iglesia prefiere y aconseja, y así actúen en consecuencia. Y, al mismo tiempo aprovechar la ocasión para realizar una buena catequesis sobre la muerte y la resurrección. Un buen momento para refrescar la escatología y la esperanza cristianas.
El sentido del escrito es clarificar algunas ideas en relación con la cremación y las cenizas: “Mientras tanto, la práctica de la cremación se ha difundido notablemente en muchos países, pero al mismo tiempo también se han propagado nuevas ideas en desacuerdo con la fe de la Iglesia”. Ante este contraste, la Congregación, ha creído conveniente: “la publicación de una nueva Instrucción, con el fin de reafirmar las razones doctrinales y pastorales para la preferencia de la sepultura de los cuerpos y de emanar normas relativas a la conservación de las cenizas en el caso de la cremación”. El aumento notable de las cremaciones, probablemente hacía necesaria una intervención clarificadora de Roma.
Un escrito bien elaborado, en el que deja bien claro, que a la Iglesia no le gusta la “cremación”, pero desde el año 1963 la acepta, ya que no es contraria a ninguna “verdad natural o sobrenatural”. Pero sobre todo, teniendo en cuenta que: “la Iglesia no ve razones doctrinales para evitar esta práctica, ya que la cremación del cadáver no toca el alma y no impide a la omnipotencia divina resucitar el cuerpo y por lo tanto no contiene la negación objetiva de la doctrina cristiana sobre la inmortalidad del alma y la resurrección del cuerpo”. Esto es evidente, ya que sería una negación supina de la Omnipotencia de Dios. Sin olvidar, que el resultado de enterrar en tierra o en nicho, a largo plazo y de una manera u otra, es el mismo que el de la cremación. El problema es garantizar el respeto a las cenizas o a los restos. Ahí apunta el Documento.
Ante la publicación de la “Instrucción” y su amplia difusión, muchas personas cristianas han sentido una cierta invasión del ámbito personal y de su conciencia. Entienden que es cada uno el que debe decidir, y así comunicar a sus más cercanos, lo que tienen que hacer con sus cenizas, evidentemente en clave cristiana y sin contaminaciones ideológicas. Lógicamente desde el respeto y la fidelidad a su voluntad, los familiares deben actuar en consecuencia, pero desde ahora se añade, teniendo en cuenta este escrito.
La Iglesia recuerda que “las cenizas del difunto, por regla general, deben mantenerse en un lugar sagrado, es decir, en el cementerio o, si es el caso, en una iglesia o en un área especialmente dedicada a tal fin por la autoridad eclesiástica competente”. Y añade que: “La conservación de las cenizas en un lugar sagrado puede ayudar a reducir el riesgo de sustraer a los difuntos de la oración y el recuerdo de los familiares y de la comunidad cristiana. Así, además, se evita la posibilidad de olvido, falta de respeto y malos tratos, que pueden sobrevenir sobre todo una vez pasada la primera generación, así como prácticas inconvenientes o supersticiosas”. Razones bastante reales y potentes.
En cuanto a la conservación de las cenizas en el hogar, la Iglesia aduce por las razones mencionadas en el párrafo anterior, que esta opción no es apta, sin embargo deja una lógica puerta abierta: “Sólo en casos de graves y excepcionales circunstancias, dependiendo de las condiciones culturales de carácter local, el Ordinario, de acuerdo con la Conferencia Episcopal o con el Sínodo de los Obispos de las Iglesias Orientales, puede conceder el permiso para conservar las cenizas en el hogar”. Pero se niega rotundamente a que: “Las cenizas, sin embargo, no pueden ser divididas entre los diferentes núcleos familiares y se les debe asegurar respeto y condiciones adecuadas de conservación”. Finalmente, la Iglesia, tajantemente rechaza: “Para evitar cualquier malentendido panteísta, naturalista o nihilista, no sea permitida la dispersión de las cenizas en el aire, en la tierra o en el agua o en cualquier otra forma, o la conversión de las cenizas en recuerdos conmemorativos, en piezas de joyería o en otros artículos…”. Se refiere, sin duda, a esa “nuevas ideas en desacuerdo con la fe de la Iglesia”, que probablemente de manera espontánea, y ajenos a esas ideas, muchos cristianos han realizado, pero que se pueden interpretar de ese modo.
No obstante lo más problemático de la “Instrucción” es: “En el caso de que el difunto hubiera dispuesto la cremación y la dispersión de sus cenizas en la naturaleza por razones contrarias a la fe cristiana, se le han de negar las exequias, de acuerdo con la norma del derecho”. En la praxis actual, en la que generalmente el sacerdote interviene únicamente en la celebración de las exequias, no veo claro que pregunte a la familia lo que van a hacer con las cenizas del difunto. Por ejemplo, en el caso de tanatatorios de grandes ciudades, una vez terminada la misa, la función del sacerdote acaba. Y, si ni siquiera conoce a los familiares, la relación antes de la liturgia funeraria es muy leve. Generalmente, después de la celebración, es la familia la que tiene la iniciativa. Aunque, desde el Documento, se insinúa “una cierta obligación” de preguntar esta circunstancia, sin embargo alguien tendrá que clarificar este aspecto: el cuándo y el cómo. Sobre todo, teniendo en cuenta el ambiente dramático que rodea, en general, estos acontecimientos luctuosos. Muchos se pueden encontrar con algún “a usted que le importa, eso es cosa nuestra”, e incluso puede generar un conflicto grave e innecesario ante una negación de exequias. La especial sensibilidad de esos momentos no aconseja preguntas, que pueden suponer una sospecha de negación de exequias. En cualquier caso, un “marrón” para muchos párrocos, que pueden ver empañada su tarea pastoral por estas cuestiones.
Lo que, sin duda, es importante es sensibilizar a los fieles con lo mejor de esta “Instrucción”, para que sepan lo que la Iglesia prefiere y aconseja, y así actúen en consecuencia. Y, al mismo tiempo aprovechar la ocasión para realizar una buena catequesis sobre la muerte y la resurrección. Un buen momento para refrescar la escatología y la esperanza cristianas.