Una presencia constante en la Iglesia levantina La revista Cresol, cumple 26 años
La revista nació con el nombre valenciano de “Cresol”, que significa “candil”, seguramente en referencia en a Mat. 5, 15-16. Sin duda, su vocación durante estos 26 años ha sido, justamente iluminar a los de la casa, y desde ahí, irradiar hacia el exterior. Para ello se ha rodeado de grandes firmas en todos los ámbitos, pero particularmente en todas las ramas de la teología.
Cresol está sabiendo caminar al paso de la primavera de Francisco, fomentar una sana y atrevida reflexión teológica, abrir caminos nuevos en la pastoral y enraizarse en la cultura y en la lengua valenciana.
| Jose Luis Ferrando Lada
A los valencianos, con demasiada frecuencias se nos tilda de inconstantes. Nuestras cosas duran como los fuegos artificiales, una noche de Fallas. La revista Cresol, de la Unión Apostólica del clero, desmiente esta afirmación. El número 173, que corresponde a septiembre-diciembre de 2024, inaugura los 26 años de presencia en la Iglesia Valentina. Unas bodas de plata bien cumplidas.
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La revista nació con el nombre valenciano de “Cresol”, que significa “candil”, seguramente en referencia en a Mat. 5, 15-16. Sin duda, su vocación durante estos 26 años ha sido, justamente iluminar a los de la casa, y desde ahí, irradiar hacia el exterior. Para ello se ha rodeado de grandes firmas en todos los ámbitos, pero particularmente en todas las ramas de la teología.
Aunque el sobrenombre “Unión Apostolica del Clero” pudiera darnos a entender que se trata de una revista rancia, y fomentadora de la “nefasta clericalidad”, que denuncia tantas veces el papa Francisco, ni mucho menos. Cresol está sabiendo caminar al paso de la primavera de Francisco, fomentar una sana y atrevida reflexión teológica, abrir caminos nuevos en la pastoral y enraizarse en la cultura y en la lengua valenciana. Sin olvidar la dimensión solidaria de la fe, creando esperanza para los descartados. La revista la anima y coordinada, Jesús Belda, párroco de san José Artesano en Valencia, y también “alma mater” de un proyecto ecuménico de acogida a inmigrantes en Vallada (Valencia).
El último número es un claro ejemplo de la filosofía de la revista. se presenta en el editorial de esta manera:”Donant fruits d’amistat i de fraternitat ¿Quins són els fruits que estan madurant hui entre nosaltres? La fraternitat, la igualtat, la llibertat... També la sinodalitat, la diocesanitat. Fructificar és el tema del mes.
Tots, des de llocs diferents, amb missions distintes, continuem donant fruits amb una nova visió del món; en una nova situació cultural. Reinventant. Obrint nous horitzo”.
Me gustaría presentar algunas ideas que aportan los autores en este último número: “Es precisamente en ese momento, y no antes, cuando aparece de forma misteriosa la esperanza teologal (esperance) (Lc 23, 46). Es por tanto preciso llegar al límite de la frustración de toda esperanza humana para que entre en juego esamisteriosa esperanza teologal que se confirma infalible en el Acontecimiento que llamamos Resurrección. Se trata de un acto extremadamente violento, porque violenta hasta a la misma muerte, que queda así vencida. Es la posibilidad de lo imposible. Imposibilidad que es la receta en la que se escuda sistemáticamente el conocimiento científico-técnico que queda así relativizado” (Ricardo Díaz, militante de la HOAC.). En un magnífico artículo, Santiago Agrelo, apunta: “Tomar conciencia de que “somos Iglesia” y comprometernos en “la Iglesia que somos”, ha de ser trabajo que anteceda y acompañe cualquier forma de ejercicio de la sinodalidad eclesial. Ése será el primer esfuerzo pedagógico que habremos de asumir: el de un éxodo desde la religiosidad individualista en la que hemos sido educados, a una relación con Dios vinculada a la comunidad eclesial; que nadie pueda pensar su relación personal con Dios sin que esa relación se establezca desde la comunidad de fe, desde el pueblo de Dios,“desde el cuerpo de Cristo” que es la Iglesia. La relación de cada uno de los fieles con Dios ha de ser percibida como vinculada corporalmente a la Iglesia”.
De la entrevista a Enrique Benavent destaco dos preguntas y respuestas en la línea de Agrelo: “¿Què diria als preveres que qualifiquen l’acte del Sínode de burocràtic, d’esterilitzant,de faltat de creativitat?
Que intenten viure en l’Església sinodalment: escoltant, dialogant, reconeixent que tot batejat és un subjecte actiu de l’Església, fomentant la participació, reviscolant la vida dels consells que ja haurien d’estar en els organismes eclesials; no servint-se d’ells com a simples òrgans executors de decisions preses… Eixe és l’esperit del Sínode”. Una segunda pregunta al Arzobispo: “Vivim en una societat global de grans egoismes individualistes. «Cada u a la seua bola», diem sovint. Este Sínode ¿podria aportar-nos als valencians una manera més evangèlica de caminar junts?Totes les activitats eclesials ens haurien de portar a superar els egoismes individualistes.És l’esperit de l’Evangeli, no únicament del sínode. Un sínode per ell mateix no canvia les nostres actituds egoistes. Hem de viure processos de conversió interiors. No hem de demanar a les coses més del que poden donar. Pensar que el Sínode ho solucionarà tot és demanar-li massa”.
Miguel Navarro Sorní, afirma en su artículo: "Pues bien, además de la sinodalidad, el estudio de la historia de la Iglesia (que es una forma de sinodalidad) sería de gran utilidad para conjurar todas estas tentaciones de tradicionalismo vano, pues nos descubre la rica gama de posibilidades de la existencia cristiana, con lo que nos ayuda a ser más católicos, universales y no cerrarnos en particularismos. Además, afronta el problema de lo humano, el pecado, la deficiencia enla Iglesia, con lo que nos ayuda a ser comprensivos, sanamente tolerantes, y también a comprender lo que hay en la Iglesia de verdadero más allá de la debilidad o el pecado de sus miembros, de tal manera que nos adecuemos a ella más perfectamente.Sobre todo, la historia nos ayuda a distinguirlo fundamental de lo accesorio en la Iglesia, como escribía el gran eclesiólogo Yves Congar: “El conocimiento de las formas histórica nos ayuda a percibir mejor la permanencia de lo esencial y el cambio de las formas; ella nos permite distinguir más exactamente lo absoluto y lo relativo, y así ser más fieles a lo absoluto, adaptando lo relativo a las exigencias del tiempo” (Pour une Église servante et pauvre, 12)”. Martín Gelabert, en un magnifico artículo afirma:”Trabajamos por algo porque es bueno, y no solo porque tengamos un éxito garantizado. Las discípulas y discípulos de Jesús estamos llamados a dar fruto. Para dar fruto hay que sembrar. Esa es nuestra tarea. El crecimiento ya no depende de nosotros. Como decimos en cada eucaristía el pan es fruto del trabajo de los hombres, pero antes es fruto de la tierra. Y es Dios quién hace fructificar la tierra. A veces lo sembrado crece lentamente, porque el tiempo de Dios no es el tiempo de los hombres. A lo mejor no vemos resultados, no vemos crecer. Uno es el sembrador y otro el segador (Jn 4,37). Nosotros somos sembradores, Dios es el que conoce “el tiempo de la siega” (Mt 13,30). No sabemos cuándo aparecerá el fruto, cuánto tiempo necesitará la semilla para crecer. Lo importante no es el resultado, que además no depende de nosotros, sino de Dios. Lo nuestro es abrir caminos, empezar procesos (y ahí está la gran labor del Papa Francisco para la Iglesia de los próximos años). Por eso no importa si somos pocos. Importa que seamos fieles y auténticos. Dios ha puesto su fuerza en realidades pequeñas”.
En este número aparecen otras firmas importantes y testimonios de vida cristiana y solidaridad fraterna de la buena. ¡Larga vida a Cresol!