La preocupación principal de Jesús es evitar el sufrimiento y procurar que la gente viva más y mejor Jesús da vida a todos
Contigo, Cristo Jesús, acogemos el amor del Padre
Comentario: “No temas; basta que tengas fe” (Mc 5,21-43).
Ignoramos hasta dónde llegan las fuerzas naturales físicas, teóricas o afectivas humanas. Menos aún lo que sucede en el encuentro de las personas con lo más profundo de la realidad, lo que trasciende nuestro conocimiento, y que solemos llamar “Dios, Espíritu, Alma, Aliento, Corazón de todo, Vida plena...”. Por eso hay que abrir el tema de los milagros de Jesús a infinitas posibilidades, en que no necesariamente hay “suspensión de las leyes de la naturaleza”, como se viene diciendo tradicionalmente. Una cosa es clara: Jesús no utiliza los curaciones inexplicables para demostrar o exhibir su poder y lograr que la gente le siga. Su preocupación principal es evitar el sufrimiento y procurar que la gente viva más y mejor. Para él son obras del Padre misericordioso, que, por su medio, da vida. Los términos evangélicos: “portento (téras), potencia (dínamis), signo (semeion)”, expresan respectivamente el carácter extraordinario relativo a quien lo ve, el poder de Dios sobre la creación que se revela y sirve de providencia, el sentido del actuar divino. Son signos del querer divino de que los pobres y enfermos coman, se curen y vivan. Para eso ha venido Jesús, al que Lucas llama “promotor de la vida” (He 3,15).
La mujer con pérdida de sangre representa al Israel marginal. La hija de Jairo, jefe de la sinagoga, pertenece al Israel legal. Ambos acuden a Jesús en busca de la vida que a la institución parece no importarle mucho. Jesús escucha, no margina a nadie, a cualquiera acompaña y da vida, cumplan o no las leyes. La mujer con hemorragias menstruantes era impura para la ley. Para Jesús no existían tales impurezas, y no tiene inconveniente en dejarse tocar y atenderla. En él encuentra la fuerza de vida, el Espíritu divino, que ama y revalida su ser personal y comunitario.
“-Hija, tu fe te ha salvado”:Jesús reconoce que la confianza de esta mujer en él, en “lo que había oído hablar de él” (v. 27), en su bondad y acogida, en el amor que comunicaba y vivía, la ha curado. La traducción litúrgica prefiere: “te ha salvado”. En el contexto real, sería mejor traducir “te ha curado”. El verbo griego (“sódso”) incluye ambos significados. Las palabras siguientes avalan esta traducción más realista: “Vete en paz y queda curada de tu enfermedad (`íszi hugiès apò tês mástigós´: estate -vive- sana de la enfermedad)”.
La reanimación del cadáver de la hija Jairo tiene parecido literario y religioso con la del hijo de la sunamita, del profeta Eliseo (2Re 4,32-37). Jesús no recurre a acciones de dar calor y vida al muerto. “Cogiéndole la mano”, con su palabra soberana, transmitida por el evangelista en la lengua original, Talitha kumi, realiza el portento de devolverle la vida. Antes le había sugerido al padre: “no temas, basta que tengas fe”. Es la fe, encuentro con la presencia divina en la persona de Jesús, la que proporciona fuerza imprevisible. Nos conecta con el Creador continuo y Señor nuestro, Dios, Alma, Aliento, Corazón de todo, Vida plena, el Padre de Jesús que nos acompaña siempre, que “actúa siempre” (Jn 5,17), que nos sostiene en el disfrute de la vida. En sus manos está siempre nuestra vida. Esta confianza ilimitada le inspiró a Carlos de Foucauld su oración del abandono en Dios: “para mí es una necesidad de amor el darme, ponerme en vuestras manos sin medida; yo me pongo en vuestras manos con infinita confianza, porque vos sois mi Padre”.
Oración: “No temas; basta que tengas fe” (Mc 5,21-43).
Te contemplamos, Jesús hermano, “con mucha gente a tu alrededor”,
acogiendo a todos con el amor del Padre:
- “Hija, tu fe te ha curado.
- Vete en paz y queda curada de tu enfermedad”.
- “No temas; basta que tengas fe”.
Estas expresiones vislumbran la intimidad de tu vida:
tu relación confiada con el Padre, con el Abbá;
confianza que te hacía gritar: ¡Bendito seas, Padre!;
confianza que es fuente interior que anima tu palabra y tu vida.
Tu invitación a la orar subraya siempre esta confianza:
“no uséis muchas palabras... vuestro Padre sabe lo que os hace falta...” (Mt 6,7);
“vosotros orad así: Padre nuestro...” (Mt 6,9);
“pedid y se os dará...” (Lc 11,9);
“Si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos,
¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo
a los que le piden!” (Lc 11,13).
Nosotros, Jesús del Padre, nos imaginamos “otros dioses”:
alguien que viene y va según nuestra necesidad, a nuestra medida;
identificado como otro yo, voluble, manipulable...;
podemos influir en él, camelarle, ponerle de nuestra parte;
incluso arrancarle favores a base de mucho pedir...
“Tu Padre y nuestro Padre”:
no viene ni se va cuando oramos o salimos de la oración;
está siempre con nosotros, como Tú, resucitado;
al orar, nos damos cuenta de que
“Él a todos da la vida y el aliento, y todo...;
no está lejos de ninguno de nosotros,
pues en Él vivimos, nos movemos y existimos” (He 17,25.27b-28).
Contigo, Jesús de la fe, queremos confiar en el amor del Padre:
él nos amó primero, desde siempre nos destinó a ser sus hijos (Ef 1,5);
reconocemos y agradecemos “su acción permanente” (Jn 5,17);
él quiere dar vida a todos, sin excepción;
su Espíritu impulsa a la fraternidad universal, sin violencia;
él quiere acallar la venganza, el egoísmo, la soberbia, la esclavitud...;
Contigo, Cristo Jesús, acogemos el amor del Padre:
que su nombre de Padre universal sea acogido por todos;
que su proyecto de vida, su reino, nos enamore y nos active;
que su voluntad de amor sea también nuestra;
que compartamos el pan de todos que él regala;
que, acogiendo su perdón, perdonemos a todos gratuitamente;
que las limitaciones de la vida no nos hagan dudar de su amor;
que esperemos confiadamente en la liberación de todo mal.
Contigo, Cristo hermano, queremos dar vida a todos:
al que me encuentro en el hospital y al que está en la carretera;
al que está ya entre nosotros aunque no haya nacido;
al consumido por la enfermedad o los años;
al aburrido de la vida y al soñador de la Vida;
a todos queremos infundirles tu amor sin medida.
Preces de los Fieles (Domingo 13º TO 27.06.2021)
La oración nos conecta con el Creador continuo, nuestro Dios, Alma, Aliento, Corazón de todo, Vida plena, el Padre de Jesús que nos acompaña siempre, que “actúa siempre” (Jn 5,17). En sus manos está siempre nuestra vida. Oremos diciendo: ¡Bendito seas, Padre!
Por la Iglesia:
- que continúe la tarea de Jesús, anunciando y viviendo el Amor del Padre;
- que convoque a todos a vivir en fraternidad.
Oremos al Señor:¡Bendito seas, Padre!
Por las intenciones del Papa (Junio 2021):
- que “los matrimonios descubran su belleza” en el Evangelio;
- que “se preparen con el apoyo de una comunidad cristiana:
para crecer en el amor, con generosidad, fidelidad y paciencia”.
Oremos al Señor:¡Bendito seas, Padre!
Por nuestra comunidad:
- que no tengamos miedo al diálogo para anunciar mejor el Evangelio;
- que nos sintamos todos iguales en dignidad fraterna.
Oremos al Señor:¡Bendito seas, Padre!
Por el respeto a todo ser humano:
- que cese la violencia contra la mujer, los niños...;
- que la sociedad y las iglesias reconozcan los Derechos humanos.
Oremos al Señor:¡Bendito seas, Padre!
Por los enfermos, migrantes, refugiados...:
- que, como Jesús, nos dejemos tocar, atenderlos, curarlos...;
- que sintamos en ellos la presencia de Jesús resucitado.
Oremos al Señor:¡Bendito seas, Padre!
Por esta celebración:
- que nos conecte con el amor sin medida de Jesús, hermano de todos;
- que nos mejore, nos haga más solidarios con los necesitados.
Oremos al Señor:¡Bendito seas, Padre!
“Dios mío; pongo mi alma en vuestras manos; os la doy, Dios mío, con todo el amor de mi corazón, porque os amo, y para mí es una necesidad de amor el darme, ponerme en vuestras manos sin medida; yo me pongo en vuestras manos con infinita confianza, porque vos sois mi Padre” (C. de Foucauld). Como Jesús, nuestro hermano, que vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.
Jaén, 27 de junio de 2021