La oración, si no mueve al compromiso por el necesitado, habla a un Dios que no es el Padre de Jesús, se convierte en idolatría, autoengaño, no “mira el amor del Padre” “Mirad el amor del Padre” (D. 2º Cuaresma C 13.03.2022)

El amor divino transfigura en persona luz, hogar, abrazo...

Comentario: “este es mi Hijo, el elegido, escuchadle” (Lc 9,28b-36)

El relato de la transfiguración ha sido elegido para lograr un objetivo esencial del tiempo cuaresmal: “mirad qué clase de amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!” (1Jn 3,1). Esta mirada la contempla Jesús sobre todo en la oración, que asiduamente practicaba: “solía retirarse a despoblado y se entregaba a la oración” (Lc 5,16; 6,12...). La transfiguración, relatada con imágenes y palabras de teofanía, pasa “mientras oraba” (Lc 9,29). Lucas dice que Jesús “tomó a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar”, no para presenciar transfiguración alguna. No creen los exégetas que sea un hecho histórico: por sobrenatural y no lograr el seguimiento de los discípulos tras el prendimiento. Lo entienden fruto de la reflexión cristiana pospascual: adelanto de una aparición, adaptación a Jesús de la transfiguración del rostro de Moisés (Ex 34,29-35), explicar la experiencia oracional...

La escena subraya el rasgo histórico de la oración de Jesús.En el trato con el Padre, va intuyendo y aceptando su mesianismo: revelar la vida humana que Dios quiere. En la oración Jesús percibe que procurar el sustento material y espiritual, buscar fraternidad y libertad, no usar a Dios para el egoísmo, el prestigio, el poder.., son voluntad divina. Orar es ver la vida desde el amor del Padre, que ama a sus hijos y respeta su libertad, y trabaja en su favor (Jn 5,17). El viernes después de Ceniza, en el Oficio de Lectura, leemos este sugerente texto de san Juan Crisóstomo: “La oración es la luz del alma, el verdadero conocimiento de Dios, la mediadora entre Dios y los hombres. Hace que el alma se eleve hasta el cielo, que abrace a Dios con inefables abrazos apeteciendo, igual que el niño que llora y llama a su madre, la divina leche: expone sus propios deseos y recibe dones mejores que toda la naturaleza visible” (Homilía VI: PG 64, 462-466). El orante cristiano escucha a Jesús vivo, saborea sus palabras, recibe sus entrañas, es urgido a vivir como él.

A la energía de la oración alude Benedicto XVI en la encíclicaDeus caritas est” (n. 7). Recuerda el sueño de la escalera de Jacob, apoyada en la piedra de cabezal, por la que subían y bajaban los ángeles (cf. Gn 28,12; Jn 1,51). “Impresiona particularmente la interpretación que da el Papa Gregorio Magno de esta visión... El pastor bueno debe estar anclado en la contemplación. Sólo de este modo le será posible captar las necesidades de los demás en lo más profundo de su ser, para hacerlas suyas. San Gregorio menciona a san Pablo, que fue arrebatado hasta el tercer cielo, hasta los más grandes misterios de Dios y, precisamente por eso, al descender, es capaz de hacerse todo para todos (cf. 2Co 12,2-4; 1Co 9,22). También pone el ejemplo de Moisés: entra y sale del tabernáculo, en diálogo con Dios, para poder de este modo, partiendo de Él, estar a disposición de su pueblo. Dentro del tabernáculo se extasía en la contemplación, fuera se ve apremiado por los asuntos de los afligidos” (Regla Pastoral II, 5: SCh 381, 196, 198). La oración, pues, si no mueve al compromiso por el necesitado, aliena, habla a un Dios que no es el Padre de Jesús, se convierte en idolatría, autoengaño, no “ha mirado el amor del Padre”.

Este relato, escrito tras la resurrección, enseña cristología evangélica. Los discípulos, apegados a la visión judía del Mesías, no entienden su vida en amor. La nube, símbolo de Dios, descubre la identidad y misión de Jesús: “este es mi Hijo, el elegido, escuchadle”. Él “en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre” (GS 22). Nosotros “por la fe en Cristo hemos obtenido el acceso a esta gracia en la que nos encontramos” (Rm 5,2): “el amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5,5). “Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: `¡Abba, Padre!´. El mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios” (Rm 8,15s).

Oración: “este es mi Hijo, el elegido, escuchadle”  (Lc 9,28b-36)

Hoy, Jesús, te contemplamos orando:

ocho días después” de confesar Pedro tu mesianismo;

mientras orabas, el aspecto de tu rostro cambió

y tus vestidos brillaban de resplandor”;

hermosa imagen para expresar el Amor que te envolvía;

como a Moisés y a Elías, el amor divino configura tu ser;

el amor divino te hace una persona luz, hogar, abrazo...

El amor universal de Dios, manifestado en tu vida:

derrumba la imagen nacionalista y triunfante del Mesías;

vislumbra tu identidad personal de Hijo de Dios;

intuye tu vida entregada, similar a la del Padre del cielo:

que hace salir el sol y bajar la lluvia sobre malos y buenos (Mt 5.45);

que espera siempre en su casa de amor incondicional (Lc 15);

que “sigue actuando como actúas tú también” (Jn 5,17);

que ve la opresión, oye quejas, conoce sufrimientos (Ex 3,7)

que suscita siempre profetas con su misma pasión.

Jesús de la verdad de la vida:

en ti hemos visto el amor infinito del Padre (Jn 14,9);

creemos que él y tú trabajáis en dar vida a todos;

por la fe en ti hemos obtenido el acceso a esta gracia

en la que nos encontramos” (Rm 5,2);

el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones

por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5,5);

el Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: `¡Abba, Padre!´.

Ese mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu

de que somos hijos de Dios;

y, si hijos, también herederos;

herederos de Dios y coherederos con Cristo;

de modo que, si sufrimos con él,

seremos también glorificados con él” (Rm 8,15-17).

Reconocemos, Cristo Jesús, que tu Espíritu nos habita:

por la acción de tu Espíritu todos nosotros reflejamos tu gloria

y nos vamos transformando en tu imagen con resplandor creciente” (2Cor 3,18);

es tu presencia que ilumina e incita a vivir como tú.

Ser como tú, es nuestro destino y gloria:

no amoldeándonos a este mundo,

sino transformándonos por la renovación de la mente,

para saber discernir cuál es la voluntad de Dios,

qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto” (Rm 12,2).

En tu amor, Jesús, hemos conocido al Padre:

por ti sabemos que “Él nos amó primero” (1Jn 4,19);

tú, “Cristo crucificado, eres nuestra fuerza y sabiduría” (1Cor 1,23s);

nosotros tenemos tu mente, Cristo” (1Cor 2,16);

resucita en nosotros su amor desinteresado,

el modo más humano de vida.

Preces de los Fieles (D. 2º Cuaresma C 13.03.2022: “mirad el amor del Padre”)

Al igual que el árbol se conoce por sus frutos (Mt 7,16.20), una vida llena de obras buenas es luminosa (Mt 5,14-16) y lleva el perfume de Cristo al mundo (2Co 2,15)” (Mensaje papal de Cuaresma 2022). Pidamos nuestra transfiguración en Cristo, diciendo: resucita en nosotros tu mismo amor”.

Por la Iglesia:

- que ilumine con su vida en Cristo a todo ser humanos;

- que su culto no sea vacío, sin comprometido con los necesitados.

Roguemos al Señor: resucita en nosotros tu mismo amor”.

Por las intenciones del Papa (marzo 2022):

- que los “cristianos respondamos a los retos de la bioética”;

- que “promovamos siempre la defensa de la vida con oración y acción social”.

Roguemos al Señor: resucita en nosotros tu mismo amor”.

Por las religiones:

- que respeten y propague los derechos y deberes humanos;

- que colaboren en la paz, en solucionar el hambre, en curar a los enfermos...

Roguemos al Señor: resucita en nosotros tu mismo amor”.

Por la paz en todo el mundo:

- que cesen las armas, se dialogue, se aporten soluciones verdaderas;

- que crezca el convencimiento de que la violencia no es humana.

Roguemos al Señor: resucita en nosotros tu mismo amor”.

Por los jóvenes:

- que se interesen por el Evangelio de Jesús y participen en sus comunidades;

- que sean trabajadores, estudien, sean honrados...

Roguemos al Señor: resucita en nosotros tu mismo amor”.

Por esta celebración:

- que nos “transfigure” a imagen de Jesús, hermano nuestro;

- que la comunión con él sea también fraternidad entre nosotros.

Roguemos al Señor: resucita en nosotros tu mismo amor”.

Que la escucha de tu palabra y de tu vida encuentre respuesta en nuestra conducta. Que nos sintamos hijos de Dios, habitados por el mismo Espíritu que te llevó a ti por el desierto de esta vida, y nos encamine hacia la patria soñada, donde viviremos dichos por los siglos de los siglos.

Amén.

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