Hoy, Viernes Santo, revivimos tu camino de cruz: tu lucha por revelar la verdad de la vida, tu trabajo por acercarte a las vidas más frágiles, tu cuidado de la dignidad humana Queremos, Jesús de la cruz, seguir tu camino (Viernes Santo 18.04.2025)
Meditación-Oración ante Cristo crucificado
| Rufo González
Comentario: “mantengamos firme la confesión de fe” (Heb 4,14-16; 5,7-9)
Confiar en Jesús por su excelencia sacerdotal es el mensaje de la primera parte de la lectura (4,14-16): “ya que tenemos un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios, mantengamos firme la confesión de fe” (4, 14). Jesús, aunque humano, “ha atravesado los cielos”: ha resucitado, es el Hijo de Dios. Sigamos su vida: “mantengamos firme la confesión de fe”. Aceptemos su verdad y disfrutemos su vivo sacerdocio: nos acompaña, ilumina, sostiene la esperanza, crea su amor en nosotros.
“No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado” (4,15). Lo había dicho antes: “Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse a sus hermanos, para ser sumo sacerdote misericordioso y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar (eis tò hiláskeszai: para estar haciendo propiciación, revelando el perdón divino) los pecados del pueblo. Por el hecho de haber padecido sufriendo la tentación, puede auxiliar a los que son tentados” (Heb 2,16-18).
“Comparezcamos confiados(“metà parresía”: con franqueza, entereza) ante el trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia para un auxilio oportuno” (4, 16). Jesús, “trono de la gracia”, don gratuito, nos da el Espíritu. Hoy sigue diciéndonos: “«El que tenga sed, que venga a mí y beba el que cree en mí; como dice la Escritura: `de sus entrañas manarán ríos de agua viva´». Dijo esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él” (Jn 7,37ss).
La segunda parte (5,7-9) ahonda en la conducta de Jesús “en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial” (5,7). “Fue escuchado”resucitándolo. Al final de la carta: “Por medio de él, ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, fruto de unos labios que confiesan su nombre. No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente; esos son los sacrificios que agradan a Dios” (13,15-16).
“Siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer” (5,8) la voluntad divina: “Convenía que aquel, para quien, y por quien existe todo, llevara muchos hijos a la gloria perfeccionando mediante el sufrimiento al jefe que iba a guiarlos a la salvación” (2,10). Jesús acepta esta voluntad: “Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije: He aquí que vengo… para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad” (10,5ss). La vida de Jesús “manifiesta el ser humano al ser humano y le descubre su excelsa vocación” (GS 22).
Jesús, “llevado a la consumación(teleiodeìs: participio aoristo pasivo: habiendo sido completado), se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor (“aítios”: causa, origen, guía) de salvación eterna” (5,9). “Consumado”, perfecto, resucitado, revela el Amor como el camino humano. Quienes aman se realizan. Es el sacerdocio eterno que revela la verdad humana y atrae hacia ella “intercediendo por nosotros” (Rm 8,34).
Oración: “mantengamos firme la confesión de fe” (Heb 4,14-16; 5,7-9)
Jesús crucificado, “trono de la gracia”:
hoy, Viernes Santo, revivimos tu camino de cruz:
tu lucha por revelar la verdad de la vida;
tu trabajo por acercarte a las vidas más frágiles;
tu cuidado de la dignidad humana...
Hoy te miramos a ti, único Sacerdote:
has penetrado los cielos, la alegría plena, la perfección;
“fijamos los ojos en ti, que iniciaste y completas nuestra fe;
tú, Jesús, en lugar del gozo inmediato, soportaste la cruz,
despreciaste la ignominia,
y ahora estás sentado junto al trono de Dios” (Hebr 12,2).
El Amor del Padre te mueve a realizar su Reino:
alienta tu vida y marca la ruta de tu actividad;
te lleva a “recorrer toda Galilea enseñando en sus sinagogas,
proclamando el evangelio del reino y
curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo” (Mt 4,23).
Tu pretensión vital incluye eliminar el sufrimiento:
abiertamente reconoces: “yo he venido
para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,10b);
dedicas la mayor parte de tu tiempo a curar enfermos;
arriesgas la vida por curar en sábado (Mc 3,1ss; Lc 13,10ss; Jn 5,1ss);
declaras “benditos del Padre”, dichosos, a quienes:
dan de comer y de beber, hospedan a los sin techo,
visten a desnudos, visitan enfermos y encarcelados… (Mt 25,31ss);
proclamas que no tienen “vida eterna” los insensibles al sufrimiento:
quienes “pasan de largo” ante los heridos y maltratados,
quienes “visten de púrpura y banquetean…
ante mendigos, cubiertos de heridas
y con ganas de saciarse” (Lc 10,31ss; 16,19ss).
Tu vida es buena noticia, bienaventuranza (Mt 5,3-10):
tu amor incondicional nos invita a ser:
“pobres en el espíritu”, capaces decompartir;
“apacibles”, incapacitados para la violencia;
“consuelo de los que lloran”;
“hambrientos y sedientos de justicia”;
“misericordiosos” de toda miseria humana;
“limpios de corazón” para verte en toda persona;
“trabajadores por la paz” como hermanos tuyos;
“perseguidos por causa de la justicia” que es
verdad, amor, alegría, paz, bondad…
Colgado de la cruz, moribundo, rezas angustiado:
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
A pesar de mis gritos, mi oración no te alcanza.
Dios mío, de día te grito, y no respondes;
de noche, y no me haces caso…
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.
Ante ti se postrarán los que duermen en la tierra,
ante ti se inclinarán los que bajan al polvo.
Me harás vivir para ti, mi descendencia te servirá;
hablarán del Señor a la generación futura,
contarán tu justicia, «todo lo que hizo el Señor»,
al pueblo que ha de nacer” (Sal 22,2-3.20.30-32).
Lucas nos cuenta que “clamaste con voz potente:
«Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».
Y, dicho esto, expiraste” (Lc 23,46).
Queremos, Jesús de la cruz, seguir tu camino,
terminar nuestra vida con tus mismas palabras:
«Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».
rufo.go@hotmail.com