La verdad es que a Cristo no se le ha dejado reinar nunca REINARÉ EN ESPAÑA. ¡VIVA CRISTO REY!
De Reino de Dios, nada. Sí, de teocracia de la Iglesia
| Pepe Mallo
Entre los turbios disturbios de las pasadas semanas en contra de la insólita y azarosa ley de amnistía, pudimos ver, y vimos, alardeando al viento entre agresivas pancartas, una bandera de España con un corazón en llamas coronado de espinas (supuestamente el Corazón de Jesús), circundado por las frases: “Reinaré en España – ¡Viva Cristo Rey!”. Junto a ella, otras enseñas también rojigualdas, decoradas con el aguilucho franquista (que, a juzgar por los gritos de los portadores, más simbolizaría a un buitre que a una águila imperial) o con la imagen de la Inmaculada que animaba a rezar el rosario, taumaturgo de todos los males del mundo.
La Iglesia católica celebra solemnemente la mayestática fiesta litúrgica de Cristo Rey del Universo. Al cerrar el año litúrgico con esta fiesta, se quiso resaltar la importancia de Cristo como centro de toda la historia universal, no sólo la europea. Y se coronó con aquel hierático y majestuosísimo himno Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat…
Estas provocadoras algaradas seudorreligiosas, salvando el legítimo derecho de manifestación de cualquier ciudadano, rememoran los tiempos en que se gritaba “¡Por el imperio hacia Dios!” Tiempos en los que el contubernio Iglesia-Dictadura facultaba y consentía procesionar bajo palio a un personaje, “Caudillo por la gracia de Dios”, a quien le temblaba la mano en sus mítines, pero la mantenía férrea al firmar penas de muerte, incluso desoyendo la intercesión y súplicas del Papa.
Con el grito de ¡Viva Cristo Rey!, cayeron abatidas muchas víctimas creyentes. Pero también, al rugido del mismo grito, otros verdugos creyentes abatieron a sus víctimas. Sonaba a grito de guerra; sin embargo, no pasa de ser una sencilla, fervorosa y devota jaculatoria. Lúgubre y lamentable paradoja.
La fiesta de Cristo Rey fue instituida por el Papa Pío XI el 11 de Marzo de 1925, precisamente en los tiempos en que las democracias desbancaban a los totalitarismos, para demostrar que la soberanía de Jesucristo no tiene condicionamientos humanos: «Su regia dignidad exige que la sociedad entera se ajuste a los mandamientos divinos y a los principios cristianos, ora al establecer las leyes, ora al administrar justicia, ora finalmente al formar las almas de los jóvenes en la sana doctrina y en la rectitud de costumbres.» (Encíclica Quas Primas)
Desde siempre, (ver Rm.13,1 ss.) la Iglesia ha afirmado que el poder humano es de origen divino y no expresión de la voluntad ciudadana. Consideraban que los reyes eran “propiedad privada” (“por la gracia de Dios”) y que la obligación de los monarcas era defender la sagrada Institución contra la secularización del Estado y de la sociedad.
Pues la verdad es que a Cristo no se le ha dejado reinar nunca. De Reino de Dios, nada. Sí, de teocracia de la Iglesia. Ha sido el imperio de la Iglesia quien ha sojuzgado a los pueblos a través de “la cruz del pomo de la espada”. El cristianismo no se propagó por la fuerza del Reino de Dios, sino a golpe de coercitivos edictos imperiales.
Jesús encomienda a sus Apóstoles la construcción del Reino de Dios en la tierra. Pero lo que ha conseguido es un imperio. Ya desde el principio, el primer “kerigma”, la “buena noticia” no fue el Reino, sino el mismo Jesús. Y en la siguiente fase, la Iglesia se olvida del Reino, que ya casi nunca menciona, y lo ha suplantado por ella misma cuyo nombre hace resonar a todas horas por infinidad de altavoces. Narcisismo sublimado y glorificado.
En no pocas ocasiones se ha remachado la idea de que a la Iglesia hay que acatarla “ciegamente”; que no se puede discutir ni una palabra de sus enseñanzas; de que en la práctica siempre es infalible. Sin embargo, del Reino no se dice ni palabra. Se le ha ninguneado. Ha sido raptado. Ha sufrido una ominosa abducción.
El Reino de Cristo, según doctrina, es un reino de verdad, de vida, de justicia, de amor y de paz. Sin embargo, el imperio de la Iglesia, para proclamar la verdad, definió los dogmas y decretó la caza de brujas y la excomunión. Para transmitir vida, instauró las condenas, las persecuciones y la hoguera. Para implantar la justicia divina, ingenió el Tribunal de la Inquisición. Para conseguir la paz, provocó guerras de religión y cruzadas. Para vivir el amor, censura, condena, segrega, implanta la moral de la disgregación y de la deshumanización.
Todos los reyes tienen sus validos. También el Rey Cristo, a pesar de la universalización de su reinado, ha manifestado sus preferencias por España. Ya lo dijo a través de su incendiado corazón: “Reinaré en España”. (Los demás países que se “expañen”) Y la catolicísima nación española fue solemnemente consagrada al Sacratísimo Corazón de Jesús. Y se entonaron piadosos, sensibleros y tiernos cánticos: “Corazón Santo, tú reinarás. Tú nuestro encanto siempre serás…”. Por eso, a partir de este frenético delirio se puso en marcha el reclutamiento de fanáticos combatientes, los “Guerrilleros de Cristo Rey”, de ominosa memoria.
Las incalificables y patéticas algaradas ante la seda del PSOE no defendían la libertad de expresión y de manifestación. Estos neoguerrilleros de Cristo Rey pusieron el grito en el cielo (nunca mejor dicho), pero sus gritos e insultos propiciaban el odio y el encono, la homofobia, la xenofobia, la hostilidad y el rechazo a todo y a todos los que no encajan en sus cortos y repulsivos ideales. Y todo ello bajo signos religiosos y el patrocinio de Cristo que, con esa actitud, quedaron profanados. Espurios y sacrílegos métodos. En su desbocada antología de personas insultadas, llegaron hasta el papa Francisco. Cuando les cautiva un Papa, es el Vicario de Cristo; cuando les desagrada se convierte en vicario de Satanás.
Cierto que Jesucristo es rey, pero su reino no es “este” mundo que nos quieren presentar. El papa Benedicto XVI señaló que el reinado de Cristo no se basa en el "poder humano", sino en el amor y en el servicio a los otros. Justo el que Él proclamó, el del Evangelio, el de la “Buena Noticia”. El reino de los pobres bienaventurados de quienes es el Reino de Dios. El reino de quienes dan de comer, dan de beber, quienes acogen al forastero y al extranjero, quienes no discriminan a los diferentes… Estos son quienes entrarán en el Reino que el Padre les tiene preparado.
Esta no es la vox del populacho, sino la verdad de Cristo.