Me da la impresión que la inyección de “novedad” que ha administrado Francisco al Derecho Canónico no ha sido una vigorosa vacuna, sino un confortable “placebo” VACUNA O PLACEBO ECLESIAL
¿No habrá que “vacunar” al Derecho Canónico, para lograr la inmunidad de rebaño?
| Pepe Mallo
Casi al mismo tiempo que la pandemia de coronavirus comenzaba a traspasar fronteras como un tsunami imparable, laboratorios de todo el mundo iniciaban una carrera contra reloj para encontrar una vacuna que pudiera contrarrestar al nuevo patógeno. Esta frenética carrera ha generado igualmente el desafío titánico de emprender campañas masivas de vacunación, también inéditas a nivel mundial. El calendario de vacunaciones y personas beneficiadas ha originado titulares de primera página en informativos, prensa, redes sociales y especulaciones de todo tipo. También Religión Digital se ha apuntado a estas gacetillas. Leemos:
- El Vaticano, primer estado del mundo en inmunizar a toda su población.
- Confirmado: tanto Ratzinger como Bergoglio ya han recibido la primera dosis contra el coronavirus.
- Demetrio Fernández, primer obispo español en vacunarse...
- Los obispos españoles 'bendicen' las vacunas.
¿A qué viene tal exordio? Pues resulta que, ensimismado en el rutinario y tedioso autoconfinamiento al que me he sometido esperando mi turno de vacunación, se me ha ocurrido cavilar. Y a la vista, oída y leída de las noticias, me he conjurado esta pregunta: ¿No será necesario también vacunar a la “Iglesia institucional”? Porque ya es un secreto a voces que padece un “coronavirus” pandémico (que afecta a “todo el Pueblo” de Dios), el “clericalismo”.
Durante siglos la Iglesia se ha configurado como verticalidad absoluta y absolutista, articulada en torno a una clase privilegiada, el clero. Se trata de una casta social que profana la igualdad y dignidad bautismal de los hijos e hijas de Dios. El clericalismo reafirma la profunda brecha existente entre clero y laicos, entre hombres y mujeres, entre casados y célibes. ¿No chirría, por ejemplo, el canon 207 § 1: “Por institución divina, entre los fieles hay en la Iglesia ministros sagrados, que en el derecho se denominan también clérigos; los demás se denominan laicos.”? ¿Por “institución divina”? (¡Ja!). No menos desafortunado (¿o risible?) es el c. 212 § 1: “Los fieles, conscientes de su propia responsabilidad, están obligados a seguir, por obediencia cristiana, todo aquello que los Pastores sagrados, en cuanto representantes de Cristo, declaran como maestros de la fe o establecen como rectores de la Iglesia.”¡¡Pastores, autoerigidos en “sagrados” (in sacris), y fieles, los seglares (“seculares”, mundanos) o laicos (“legos”, profanos), o sea, el “rebaño”, sometido, condenado al silencio, a la obediencia y a la sumisión más servil!!
En estos aciagos tiempos de pandemia, la palabra “rebaño” se ha convertido en algo esencial. Ahora asumimos ser parte de un rebaño si eso nos da “inmunidad de rebaño”, sin importarnos que la metáfora implique una asociación de ideas con los “borregos”. Rebaño no solo designa a un grupo de ovejas, sino también a un “conjunto de personas que se mueven gregariamente o se dejan dirigir en sus opiniones, gustos etc.” (DRAE). Por su parte, un borrego es también “quien se somete gregaria o dócilmente a la voluntad ajena” (Ibid.). A esto nos confina el artículo de marras. Y es triste ver ovejas que se empeñan en seguir siendo borregos…
¿Puede y debe ser modificada la configuración de la Iglesia? ¿Se debe seguir sosteniendo esta estructura piramidal que conforma y constituye su organización? ¿No habrá que “vacunar” al Derecho Canónico, para lograr definitivamente esa anhelada inmunidad de rebaño? El papa Francisco ha dicho claramente: “Debemos extirpar el clericalismo de la Iglesia.” En consecuencia, no existe otro poderoso y eficaz antígeno que la vacuna. Este antídoto está ya elaborado en el Evangelio y en la vivencia de las primeras comunidades, laboratorio de donde se extrae la auténtica y fidedigna (“digna de fe”) enseñanza de Jesús.
El 10 de enero, Francisco ha modificado el c. 230 § 1 del Derecho Canónico, legitimando con fuerza de ley la participación de mujeres en los ministerios de lectorado y acolitado, una práctica ya en uso y usufructo desde el Concilio Vaticano II. ¡Por fin se les reconoce a todos los bautizados, hombres y mujeres, un derecho inherente al bautismo, derecho fundamental e inalienable! Ese fue el “espíritu de Jesús”. “Igualdad”, doctrina que proclama que no deben existir “categorías”: jerarquía y fieles, pastores y ovejas, gobernantes y gobernados y, por tanto, excluyente de cualquier intento de clericalización. No puede haber miembros del Cuerpo-Iglesia excluidos de los ministerios y la comunión, sean curas casados, mujeres, divorciados, homosexuales… Resulta llamativo que el motu proprio de Francisco se titula “Spiritus Domini”. ¿Intuición, convencimiento?
Sin embargo, el que las mujeres sean lectoras o den la comunión, justamente porque no es ninguna novedad, evidencia que, con tal decisión, Francisco da por zanjado el acceso de las mujeres a otros ministerios a los que tienen derecho igualmente por su bautismo, legitimidad reconocida incluso por el Papa: "Es urgente que los ministerios sean promovidos y conferidos a hombres y mujeres”. ¿Sólo estos?, nos preguntamos. Me da la impresión que la inyección de “novedad” que ha administrado Francisco al Derecho Canónico no ha sido una vigorosa vacuna, sino un confortable “placebo”. “Migajas caídas de la mesa de los señores”.
Quiero dejar claro que me congratulo con que Francisco le haya clavado el diente al Derecho eclesial. Intrascendente y con retraso, pero justo, equitativo y necesario. Lo veo como un gesto más del “aggiornamento” (¡significativa expresión de Juan XXIII!) que Bergoglio intenta impulsar en la Iglesia. Por el contrario, me duele ver que mantiene el terrible coronavirus, perennizando el sistema clerical. Deja bien patente la persistencia, ¿“in aeternum”?, del binomio “sacerdocio común de los fieles” y “sacerdocio de los ministros ordenados” (sacerdocio jerárquico). “Esta decisión, explica el Papa a mons. Ladaria, amplía los horizontes de la misión de la Iglesia, evitando que se encierre en lógicas estériles destinadas sobre todo a reivindicar espacios de poder”. Precisamente las “lógicas del poder clerical” es el virus que hay que erradicar en la Iglesia.
¡Claro que tiene que haber una organización!, pero no con desigualdades y discriminaciones y preeminencias y prerrogativas en los ministerios. En varias ocasiones Francisco ha hablado de la necesidad de “profundas reformas” para responder a los desafíos de nuestra época, como hizo el Vaticano II. ¿Por qué tanto miedo, pues, a los cambios estructurales? ¿Descenderá la Iglesia de su pirámide institucional, de su primacía clerical, de su preferencia por lo ritual para integrarse en la vivencia de lo evangélico?
La Iglesia será la de Jesús cuando se vacune y se inmunice contra el clericalismo.