Ángel Silesio escribió: «Depende sólo de ti: Ah! Si pudiera tu corazón ser un pesebre, Dios nacería niño de nuevo en la tierra».

Todo se juega en el corazón de cada uno, ahí crece o retrocede el Reino de Dios. 

Dentro, no fuera. 

Ahí el bien se afianza o cede ante el mal. 

Por eso la lucha es lo propio del cristiano, la tentación es su compañera de camino. 

Los salmos, con su ritornello constante sobre los enemigos, nos recuerdan nuestra tarea. 

Navidad es también esto, pues “más se necesita para volverse pequeño que para hacerse doctor en teología” (S. Juan de Ávila).

Ser herido es lo normal en quien está en estas lides. 

Pero ¡cuando seas herido no te des la vuelta! Persevera pues estás siguiendo a quien te invitó a hacerte pequeño, a tomar sobre sí su camino y su cruz.

“Aquel que es sensible a sus pecados, es más grande que aquel que socorre a toda tierra habitada; 

Aquel que gime durante un solo instante sobre sí mismo, es más grande que aquel que resucita con su oración a los muertos; 

Aquel que ha sido hecho digno de verse a sí mismo es mayor que aquel que ha sido hecho digno de ver a los ángeles” (San Isaac de Nínive).  

También Cristo nace en ti, si, con su gracia, vas liberando tu corazón del mal y haces que haya un poco más de bien sobre esta tierra.