Es esencial en la vida cristiana la experiencia de la gracia, el don gratuito, el Espíritu de Dios que nos habita Nos disponemos a celebrar la Navidad (Domingo 1º Adviento 2ª lect. 03.12.2023)
Queremos ser evangelio, como tú, Señor
| Rufo González
Comentario: “a vosotros, gracia y paz de parte de Dios...” (1Cor 1, 3-9)
Iniciamos la preparación de la Navidad, llegada en carne mortal del Misterio de Dios a nuestra historia. Esta lectura pretende hacernos conscientes de la realidad: “la gracia en la cual nos encontramos” (Rm 5,2). Así podremos estar atentos, vigilantes, a la vida real. El primer versículo expresa el gran deseo de la carta: “a vosotros, gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (v. 3). Este deseo existe en todas las cartas de Pablo. Es esencial en la vida cristiana la experiencia de la gracia, el don gratuito, el Espíritu de Dios que nos habita, y hace que nos sintamos hijos del Padre, hermanos de Jesús, amados incondicionalmente por Dios. Esta gracia es fuente paz profunda.
“Doy gracias a mi Dios continuamente por vosotros, por la gracia de Dios que se os ha dado en Cristo Jesús”. Literalmente: “Doy gracias (euxaristô) a mi Dios siempre acerca (`perì´) de vosotros por (epì) la gracia (xáriti) de Dios que os ha sido dada en Cristo Jesús” (v. 4). Pablo agradece (da su amor-caridad a Dios) por el amor-caridad que hay y reconoce en los corintios. Es la “gracia tras gracia” de la que habla Juan (1,16).
Detalla el contenido de esa gracia-Espíritu: “en él habéis sido enriquecidos en todo: en toda palabra y en toda ciencia;” (v. 5). Son los carismas de la Palabra (sabiduría, ciencia, profecía, enseñanza, don e interpretación de lenguas...) y del saber (fe, sentido vital, discernimiento, curación..), que explicará más adelante (1Cor 12,7-11).
“En vosotros se ha probado el testimonio(martyrion) de Cristo” (v. 6). Vuestras obras demuestran que la vida de Jesús, transmitida por el Apóstol, está teniendo eficacia. Así “no carecéis de ningún don gratuito, mientras aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo” (v. 7). En el capítulo 12 reconocerá la abundancia de dones o carismas existentes en la comunidad corintia: “diversidad de carismas, pero un solo Espíritu, diversidad de ministerios, pero un solo Señor...” (12,4ss). Reconocimiento que ha estado eclipsado demasiado tiempo en la Iglesia. Los dirigentes eclesiales, durante siglos, han acapara los carismas, incluso los que claramente no tenían. Sucede a menudo que algunos clérigos no tienen don de profecía, de juicio, de cuidado, de fe, de gobierno... La ley les obligaba a ejercerlos. Y así no han cumplido el consejo paulino: “No apaguéis el espíritu, no despreciéis las profecías. Examinadlo todo; quedaos con lo bueno” (1Tes 5, 19-21). Hiere, por ejemplo, que la Iglesia impida a los casados ejercer el ministerio, tras haber demostrado carismas suficientes para ello. Han preferido que no se celebre la eucaristía (ley divina) antes que la presida un casado (ley humana), “invalidando la palabra de Dios con esa tradición que os transmitís” (Mc 7,13).
Jesús fortalece su testimonio. Lo expresa con el mismo verbo (bebaióo: confirmar, verificar, comprobar, fortalecer, sustentar, cumplir) en el versículo seis (ebebaiózen: “se ha probado”) y en el ocho: “Él os mantendrá firmes (bebaiósei) hasta el final, para que seáis irreprensibles el día de nuestro Señor Jesucristo”. Apela a la fidelidad divina:“Fiel es Dios, el cual os llamó a la comunión con su Hijo, Jesucristo nuestro Señor” (v. 9).
La “comunión” (koinonía) con Jesús es la “gracia”, el Espíritu Santo. Como recuerda el Vaticano II: Jesús “nos dio participar de su Espíritu, quien, siendo uno y el mismo en la Cabeza y en los miembros, de tal modo vivifica, une y mueve todo el cuerpo, que su oficio pudo ser comparado por los Santos Padres con la función que ejerce el principio de vida o el alma en el cuerpo humano” (LG 7). A esta solidaridad nos llama el Adviento: estar atentos, como él, a la vida, a los signos de Dios, a buscar a los que más sufren, a solucionar sus problemas, a procurar su alegría.
Oración: “a vosotros, gracia y paz de parte de Dios...” (1Cor 1, 3-9)
Jesús de Nazaret, hermano de todos:
nos disponemos a celebrar la Navidad;
cuatro semanas para ambientar tu nacimiento,
para intimar tus sentimientos,
para avivar tus actitudes.
Tu venida a nuestro mundo ha sido fuente de vida:
mujeres y hombres te escucharon y siguieron;
muchos enfermos experimentaron tu amor curativo;
marginados y excluidos compartieron tu mesa;
religiosos y pecadores se sintieron igualmente acogidos;
tu “buena noticia” reanimó a pobres y desesperados.
Tu vida sigue “viva”, resucitada:
tu Espíritu habita en todo ser humano;
nos regala el “amor que responde al Amor” (Jn 1,16);
nos hace conscientes de que somos hijos de Dios;
nos atreve a decir: ¡Padre-Madre nuestro-a...!;
nos incita a vivir y entendernos como hermanos.
Esta es “la gracia en la cual nos encontramos” Rm 5, 2):
es nuestra entraña cristiana, lo que nos identifica;
es el deseo más fuerte de Pablo en todas sus cartas:
“gracia y paz de parte de Dios...”.
El presidente de la eucaristía nos ha saludado:
- “la gracia de nuestro señor Jesucristo, el amor del Padre,
y la comunión del Espíritu Santo, estén con todos vosotros”;
nosotros hemos devuelto el mismos deseo al hermano que preside:
- “y con tu espíritu”, es decir, que el amor y la comunión del Espíritu
estén en lo más profundo de tu alma.
Queremos que tu Espíritu nos abra el Adviento:
para sentirnos en la casa del Padre, en la casa de todos;
para vivir tu amor “actuando como tú y el Padre” (Jn 5,17);
para abrir nuestro corazón a la humanidad entera;
para curar a inválidos, ciegos, hambrientos...;
para construir el Reino de vida para todos.
Ahí, en la vida, queremos encontrarnos contigo:
despiertos, en vela, para atender a quien nos necesite;
esperando siempre tu venida, tu alegría, tu encuentro;
prontos a cambiar nuestras costumbres por tu amor;
poniendo la mesa de quienes no pueden;
siendo buena noticia para los más débiles;
llamando a convertirse a tu amor a quienes odian;
despertando a quienes viven sólo para ellos;
denunciando injusticias, hipocresías, fanatismos...;
instando a “dar la mitad de mis bienes a los pobres” (Lc 19,8).
Preces de los Fieles (D. 1º de Adviento (03.12.2023)
Jesús “ha sido enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-19). Pidamos seguir su tarea diciendo: “queremos ser evangelio”.
Por la Iglesia:
- que promueva la verdad y el respeto a los derechos humanos;
- que lea e interprete el Evangelio desde las condiciones reales de vida.
Roguemos al Señor: “queremos ser evangelio”.
Por las intenciones del Papa (diciembre 2023):
- que “las personas con discapacidad sean el centro de atención social”;
- que “las instituciones promuevan programas de inclusión y participación activa”.
Roguemos al Señor: “queremos ser evangelio”.
Por este tiempo del Adviento:
- que cuidemos la “gracia en la cual nos encontramos” (Rm 5,2);
- que el Espíritu de Jesús nos ponga en sintonía con el evangelio.
Roguemos al Señor: “queremos ser evangelio”.
Por nuestra sociedad:
- que sea capaz de superar la violencia y abrirse a la paz;
- que atienda a las víctimas, las acompañe, las cure.
Roguemos al Señor: “queremos ser evangelio”.
Por el mundo del trabajo:
- que suprima las condiciones inhumanas;
- que trabajemos honradamente y sea suficiente para vivir.
Roguemos al Señor: “queremos ser evangelio”.
Por los enfermos, accidentados, sin techo...:
- que “no apartemos la vista de ningún necesitado”;
- que los atendamos con el amor con que los atendía Jesús.
Roguemos al Señor: “queremos ser evangelio”.
Por esta celebración:
- que sintamos en ella el Espíritu de Jesús que abraza a todos;
- que la eucaristía sea la mesa de nuestra fraternidad.
Roguemos al Señor: “queremos ser evangelio”.
Bendice, Señor, nuestros deseos conformes con tu voluntad. Queremos estar despiertos, en vela, para atender a quien nos necesite. Así esperamos siempre tu venida, tu alegría, tu encuentro. Te lo pedimos a ti, Jesús resucitado, que vives por los siglos de los siglos.
Amén.