Tu Evangelio nos trae la fuente de toda bondad: el Espíritu de Dios que “atesoramos en nuestro corazón” ¡Qué humano es tu Evangelio, Señor! (Domingo 8º TO C 27.02.2022)

El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón, saca el bien

Comentario:de la bondad que atesora en su corazón saca el bien” (Lc 6,39-45)

Los versículos finales del Sermón de la llanura (vv. 39-49) se denominan “discurso parabólico” por llevar cada advertencia una pequeña parábola adjunta: del ciego (v.39), paridad discípulo-maestro (v. 40), de la paja y la viga (vv. 41-42), del árbol y sus frutos (vv. 43-45), de la construcción sobre roca (vv. 46-49). Hay bastante unanimidad entre los exégetas en que estas parábolas vienen del Jesús histórico, dichas en coyunturas diversas.

Esta imagen del ciego, por obvia, es tan humana como antigua. Ya está presente en el diálogo de Platón, “República” (8,554b; año 370 a. C.). Hablando de la plutocracia como gobierno de los ricos, dice del plutócrata: “el tal no ha atendido jamás a educarse. - Me parece que no, dijo, pues en otro caso no habría elegido a un ciego como director del coro... y objeto de su mayor estima”. El “ciego” es el plutócrata, porque ha elegido como “director y objeto de su mayor estima” al dios ciego, Pluto, personificación de la riqueza, el que, según Aristófanes fue “cegado” por Zeus para poder distribuir sus dones sin razón. Todo ser humano, la Iglesia muchas veces, se deja llevar por el poder y la riqueza, dos cegueras que imposibilitan el seguimiento de Jesús. Así “ha caído en el hoyo” de los cismas, guerras, inquisiciones, cárceles..., perdiendo la comunión en el amor gratuito.

Paridad discípulo-maestro. El cristiano es siempre discípulo de Jesús, Palabra de Dios hecha historia humana. Juan de la Cruz nos recomienda: “Pon los ojos sólo en él, porque en él te lo tengo dicho todo y revelado, y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas” (Subida del monte Carmelo, lib. 2º, c. 22,5). El Vaticano II nos recuerda: “El magisterio no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente...” (DV 10).

La corrección fraterna es necesaria. Pero desde la humildad y el amor. Jesús utiliza un lenguaje hiperbólico, exagerado, para llamar más la atención. Experiencia más fácil es ver la “mota” en los demás que la “viga” en nosotros. Depende del lugar o ámbito donde vivimos. Quien está en una institución tiende a justificar sus desmanes, porque de ella depende su subsistencia. El cristiano tiene el amor de Jesús como criterio básico.

El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien”. Es un aviso de Jesús en polémica por los falsos profetas: “se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis...” (Mt 7,15s). La persona “buena” para Jesús es la que ama como el Padre del cielo, la que ama gratis a todos, sean cumplidores de la ley o no. Como el Padre que “hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos...” (Mt 5,45-48). En la reflexión paulina, la persona “buena” se realiza en los que se dejan llevar del Espíritu de Dios: “cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios” (Rm 8,14). “El deseo del Espíritu es vida y paz” (Rm 8,6b). En Cristo lo que vale “es la fe que actúa por amor” (Gál 5,6b). No los ritos y normas de la ley, sino la fe en el amor del Padre nos trae el Espíritu de Jesús: “el que os concede el Espíritu y obra prodigios entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley o por haber escuchado con fe? (Gál 3,5). El criterio de nuestra bondad es la libre conducta que produce frutos de vida: “amor, alegría, paz, paciencia, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí”... (Gál 5,22s). Libre conducta motivada por la fe en el Amor.

Oración:  “de la bondad que atesora en su corazón saca el bien” (Lc 6,39-45)

La convivencia, Jesús de todos, no es fácil:

diariamente nos sorprenden noticias terribles:

- un adolescente mata a sus padres y hermano;

- reyertas juveniles que terminan en muertes;

- parejas asesinadas...;

- ajustes de cuentas, venganzas...;

- acoso de unos niños a otros...

Diariamente también siguen vivas:

- discusiones hipócritas de dominio;

- acusaciones eternas de historias pasadas;

- envidias fraternas que entristecen la convivencia;

- ausencias de padres llenas de egoísmo;

- búsquedas de placeres sin control...

Hoy tu Evangelio, Señor, es un baño de agua pura:

tus comparaciones sencillas iluminan a todos:

- el ciego que guía de otro ciego;

- el discípulo no está sobre su maestro;

- vemos la paja del ojo ajeno, y no la viga del nuestro;

- el árbol bueno da frutos buenos;

- el tesoro que llevamos en el corazón produce su fruto.

Estas parábolas cuestionan nuestra vida:

¿quién es el “director” de nuestra vida...?

¿cuál es “el objeto de nuestra mayor estima”?

¿somos “discípulos” tuyos, Jesús de Nazaret?

¿de qué acusamos a los demás?

¿qué frutos de vida estamos aportando?

¿es la bondad el tesoro de nuestro corazón?

Para ti, Jesús, la fuente de toda bondad es Dios:

a uno que se te acercó corriendo

y te llamó “maestro bueno” le orientaste hacia Dios:

- “no hay nadie bueno más que Dios” (Mc 10,18; Lc 18,19).

Por eso nos dices a todos: “haced el bien...:

así “seréis hijos del Altísimo,

porque él es bueno con los malvados y desagradecidos.

Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6,35s).

Somos buenos porque amamos como el Padre:

que “hace salir su sol sobre malos y buenos,

y manda la lluvia a justos e injustos...” (Mt 5,45-48);

cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios,

esos son hijos de Dios” (Rm 8,14).

Queremos, Jesús hermano, avivar tu Espíritu:

escuchar su voz como “huésped del alma”;

oír sus gemidos ante el desamor y la miseria;

sentir su “deseo de vida y paz” (Rm 8,6b);

vivir “la fe que actúa por amor” (Gál 5,6b).

¡Qué humano es tu Evangelio, Señor!:

nos trae la fuente de toda bondad;

bondad” que podemos “atesorar en nuestro corazón”;

bondad” que tú regalas diariamente:

mira, estoy de pie a la puerta y llamo;

si alguien escucha mi voz y abre la puerta,

entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20).

Preces de los Fieles (Domingo8º TO C27.02.2022)

El Espíritu bueno, santo, el Espíritu de Dios, produce en nosotros: “amor, alegría, paz, paciencia, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí”... (Gál 5,22s). Necesitamos cooperar con lo mejor que nos habita. Empecemos pidiendo docilidad al Espíritu diciendo: “Señor, haznos dóciles a tu Espíritu”.

Por la Iglesia:

- que viva la verdad de la vida y sea transparente;

- que escuche las demandas y las aplique el Evangelio.

Roguemos al Señor: “Señor, haznos dóciles a tu Espíritu”.

Por las intenciones del Papa (febrero 2022):

- que “agradezcamos la misión y valentía de las religiosas y consagradas”;

- que “encuentren nuevas respuestas frente a los desafíos de nuestro tiempo”.

Roguemos al Señor: “Señor, haznos dóciles a tu Espíritu”.

Por la educación de niños y jóvenes:

- que sus padres y educadores sean ejemplares;

- que sean reflexivos, sinceros, amigos de la justicia...

Roguemos al Señor: “Señor, haznos dóciles a tu Espíritu”.

Por la paz en pueblos, familias, organizaciones sociales...:

- que sus dirigentes sean prudentes, pacíficos, trabajadores...;

- que se trabaje por satisfacer las necesidades básicas de todos.

Roguemos al Señor: “Señor, haznos dóciles a tu Espíritu”.

Por los más débiles (enfermos, sin techo, refugiados...):

- que sienta el Espíritu de bien que siempre va con ellos;

- que sean el centro de nuestra atención.

Roguemos al Señor: “Señor, haznos dóciles a tu Espíritu”.

Por esta celebración:

- que nos descubra la presencia de Jesús en medio de nosotros;

- que sintamos lo que Jesús sentía: el amor sin medida.

Roguemos al Señor: “Señor, haznos dóciles a tu Espíritu”.

Tu Evangelio nos trae la fuente de toda bondad: el Espíritu de Dios que “atesoramos en nuestro corazón”. Con él vienes tú, Cristo, Señor nuestro: “mira, estoy de pie a la puerta y llamo; si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20). Bendícenos por los siglos de los siglos.

Amén.

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