"El círculo de amor entre las tres personas divinas es lo contrario de la inmovilidad" "Deberíamos sentir preocupación cuando nuestra vida de fe es siempre la misma a lo largo del tiempo"
"Como un "acorde suspendido", nuestro ser sólo se realiza plenamente si se "resuelve" en Dios"
"El arte occidental -especialmente entre los siglos XV y XVI- nos ha regalado Trinidades metafísicas, que incluso en la tierra parecen estar en el cielo. Y donde es sólo Jesús crucificado quien hace presente la historia"
" Otra cualidad de Dios que se desprende del relato (y, quién sabe por qué, nunca se representa) es su rostro sonriente"
" Otra cualidad de Dios que se desprende del relato (y, quién sabe por qué, nunca se representa) es su rostro sonriente"
"En Él vivimos, nos movemos y existimos", dice San Pablo (Hechos de los Apóstoles 17,28). Por eso, es muy natural ver en todas partes las huellas de nuestro Creador y Señor, y remontarse a Dios en todo lo que nos rodea. También la música es una escalera que conduce a Dios, y por eso no pocas veces lo que aprendo en la escucha de la música clásica me lleva también a otra cosa. Como en este caso, por ejemplo.
¿Qué es un acorde suspendido? Los acordes suspendidos se definen como aquellos acordes que, como su nombre indica, son capaces de crear "suspensión" o tensión hacia una resolución armónica. Como un "acorde suspendido", nuestro ser sólo se realiza plenamente si se "resuelve" en Dios. ¿No es cierto que en el corazón de todo ser humano hay como un anhelo profundo, un anhelo de Alguien capaz de saciar la sed de amor, de alegría, de sentido que nos une a todos?
Ahora bien, "nuestro corazón está inquieto si no descansa en Dios", dice San Agustín. Incluso las cosas bellas que experimentamos, como la amistad o la música o lo que sea, no hacen sino aumentar esta tensión interior y predisponernos al encuentro con Dios.
Detenerse sólo en ellos sería como detenerse en una señal indicadora del destino al que nos dirigimos, sin seguir adelante para alcanzarlo. Esas señales indicadoras nos dicen: "Mira por encima de nosotros. No somos Dios. De Él venos y a Él nos dirigimos'. Dios habla siempre a nuestro corazón, llegando a nosotros de diversas maneras, pero no se impone, sino que susurra suavemente a nuestro corazón; si lo acogemos, nuestra vida será como una melodía lograda.
Hagamos nuestras las palabras de san Agustín: "Tarde te he amado, Belleza tan antigua y tan nueva; ¡tarde te he amado! Tú estabas dentro de mí, y yo estaba fuera, buscándote aquí, arrojándome deforme, sobre las bellas formas de tus criaturas. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Me alejaban de ti criaturas que, si no existieran en ti, no existirían en absoluto. Me has llamado, y tu grito ha vencido mi sordera; has brillado, y tu luz ha vencido mi ceguera; has esparcido tu perfume, y lo he respirado, y ahora te anhelo; te he probado, y ahora tengo hambre y sed de ti; me has tocado, y ahora ardo en deseos de tu paz".
Cuando alguien nos pregunta por una cualidad de Dios, solemos elegir la omnipotencia. Olvidando una que tiene en común con nosotros, si nos hizo a su imagen y nos vio bellos (Gen 1): el deseo de estar en compañía con los demás. Lo extraño es, en una imagen, no poder decirlo con propiedad. Nos gustaría cantarle himnos "con arte" (Sal 47), más aún en el día de su fiesta trinitaria, pero experimentamos lo difícil que es imaginar a Dios como comunidad de amor.
El arte occidental -especialmente entre los siglos XV y XVI- nos ha regalado Trinidades metafísicas, que incluso en la tierra parecen estar en el cielo. Y donde es sólo Jesús crucificado quien hace presente la historia. En algunos casos las Trinidades parecen nuevas Piedades en las que es el Padre quien sostiene a Jesús. Pero el Espíritu, además de destacar con dificultad, huele a pose, desprovisto como está de relación con las otras dos personas.
Para cambiar de perspectiva, hay un icono de la Trinidad que se apoya en el Antiguo Testamento, inspirándose en los tres caminantes que fueron huéspedes de Abraham en las encinas de Mambré (Gn 18): una página que debió de tocar el corazón del artista que volvió sobre ella -con diversas técnicas- muchas veces.
Que los caminantes -representados como ángeles- son una manifestación del Dios Trino se desprende claramente del encuentro, de los cuerpos con sus gestos y miradas, de los diálogos: de los tres es sólo uno el que habla, en primera persona del singular; además, Abraham los llama "mi Señor", dándoles tanto el "tú" como el "vosotros".
Andrej Rublëv los utilizó en su famoso icono, fechado en 1422-27, en el que del Dios trino capta la circularidad del amor, haciendo desaparecer las jerarquías y pintando a cada uno frente al otro. Con una imagen más completa que la basada en la relación amorosa de dos (padre-hijo o esposo-novia).
El mérito del icono (y del Génesis antes que él) es no hacer de la Trinidad un símbolo fuera del tiempo, sino mostrarla en acción, como - "en la hora más calurosa del día", en una luz ardiente- recibe la hospitalidad de Abraham y Sara. Complacido de que el hombre se le parezca... y complacido, también, de parecérsele, Dios imita a Abraham al abandonar su propia tierra: su visita habla de su deseo de incluir a otros, de enriquecer y enriquecerse con una familia humana.
Otra cualidad de Dios que se desprende del relato (y, quién sabe por qué, nunca se representa) es su rostro sonriente. Para dar alegría, Dios hace fértil a Sara, para que de dos se conviertan en tres, como él. La pareja no puede hacer otra cosa que sonreír con escepticismo, creyendo más en sus propias limitaciones (ella tiene 90 años y él 100) que en Dios. Sólo al nacer su hijo, ella reconocerá que Dios le ha dado "motivos para reír alegremente". Y dejará una huella de ello en el nombre de Isaac: que significa "Se ríe" (o "Dios le sonríe") y le recordará la felicidad de Dios cada vez que lo pronuncie.
Al acercarnos al misterio inagotable de la Trinidad debemos entrar en la tensión que la Palabra pone de manifiesto, es decir, entre búsqueda y revelación. Es en la búsqueda constante del rostro de Dios donde se demuestra la vitalidad y el arraigo de una fe: de hecho, si toda relación humana cambia con el tiempo, debido a múltiples factores, no puede dejar de suceder lo mismo con la fe, si está anclada en la vida y en su fuerza. Por eso, el Evangelio subraya que el discípulo no puede poseerlo todo al principio, porque la capacidad de quien está en el seguimiento es siempre perfectible, mejorable, esencialmente humana (y falible). La "verdad entera" es sólo don del Espíritu, que da, concede, revela en el momento oportuno, en un camino de adhesión progresiva. Los que creen haber llegado, los que creen haber agotado el misterio de Dios (una contradicción en los términos), no están en la dinámica evangélica.
Este fue el mismo camino de los Doce, con distintos desenlaces, desde su llamada a la Pasión, desde la Resurrección a la misión hasta la consumación de sus días. ¿Quizás no será el mismo para nosotros?
La confirmación de ese "movimiento" de fe -y de vida- está en lo que podemos percibir de la Trinidad, donde el círculo de amor entre las tres personas divinas es lo contrario de la inmovilidad y la fijeza, pues el amor dado-recibido es siempre movimiento, en una danza eterna de don y recepción, de salida y entrada y, finalmente, de revelación hacia la humanidad.
Por eso, siempre que pretendamos circunscribir a Dios, atribuirle con certeza fronteras y límites, deberíamos oír una señal de alarma: el Dios revelado por Jesús de Nazaret no puede ser limitado. Él siempre está más allá, siempre está más lejos, y siempre nos empuja a ir más lejos.
Del mismo modo, deberíamos sentir preocupación cuando nuestra vida de fe es siempre la misma a lo largo del tiempo, en los distintos estados de vida, en las distintas situaciones que experimentamos: es señal de que nuestro camino ya no es un viaje, sino una parada. Es señal de que nuestra conversión -nunca terminada- ha quedado a un lado.
Una sana inquietud que nos estimula al bien, a la búsqueda, a la humildad, es un don de la gracia.
Frente a la Trinidad, nos hará bien preguntarnos qué amor tenemos y, sobre todo, qué fe tenemos: ¿está en humilde movimiento o está quieta, fija, demasiado confiada? El agua, si está estancada, no es buena para beber; la bicicleta, para andar, debe moverse...
Es hermoso el verbo "jugar" que se atribuye a la Sabiduría de Dios: "Jugaba ante él en todo tiempo, / jugaba sobre el globo": es un Dios que juega, nuestro Dios, en movimiento, hacia nosotros y entre sus tres personas... Un Dios que sabe jugar, es el que revela la Escritura.
El amor, lo sabemos, exige la paciencia del camino, al igual que la fe: "Esperar con profunda humildad y paciencia la hora del nacimiento de una nueva claridad", escribía Rainer Maria Rilke en sus Cartas a un joven poeta. Es también, en extrema síntesis, una buena descripción del discipulado cristiano. Que también es un "bello juego".
Etiquetas