"La Iglesia tiene que ejercer el servicio de la escucha" ¡Escucha, Francisco, el clamor de los abusados!

El Papa pedirá perdón
El Papa pedirá perdón

"Si es un presbítero quien comete el abuso, aquel que en virtud de su mismo oficio representa a Dios y del cual la teología dice que es ‘alter Christus’, entonces la imagen de Dios se oscurece y uno puede caer en la oscuridad y la soledad abismal"

"Algunos obispos y superiores religiosos prestan más atención a las implicaciones políticas, legales y psicológicas del abuso que a los aspectos espirituales o teológicos"

"No sorprende que las víctimas consideren a la Iglesia, en su reacción ante las denuncias de abusos, más como una institución preocupada por sí misma que "como una madre amorosa"

"Un aspecto triste, particularmente triste en todo este fenómeno triste, es una actitud eclesiástica afín a la "mentalidad de trinchera"

Cuando alguien es abusado por su padre o por un pariente familiar, por ejemplo, siempre hay alguien más a quien se puede acudir en busca de ayuda: Dios. Pero si es un presbítero quien comete el abuso, aquel que en virtud de su mismo oficio representa a Dios y del cual la teología dice que es ‘alter Christus’, entonces la imagen de Dios se oscurece y uno puede caer en la oscuridad y la soledad abismal.

Esto es posible incluso si el abuso no es cometido por un hombre de Iglesia, pero aquí adquiere una dimensión cualitativa diferente y grave, especialmente para aquellos para quienes la fe, la liturgia y la relación con Dios son realidades importantes. Para muchos, la posibilidad de una vida de fe y confianza en Dios se ve así comprometida o incluso interrumpida al menos momentáneamente o, quizá, para siempre.

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El Papa s
El Papa s

Tal vez los que han tenido que sufrir sufrimientos indescriptibles a manos de representantes depredadores de la Iglesia, y que lo denuncian y quieren ser escuchados, sean rechazados o reprochados de ser alborotadores que harían mejor en permanecer en silencio. Incluso en este caso el peligro de un trauma espiritual se vuelve muy grave, "junto y además" al psíquico y físico. El alcance de todo esto no siempre parece meridianamente claro para muchos en la Iglesia, e incluso para quienes ocupan allí puestos de responsabilidad.

Se supone que, sobre todo, quienes anuncian el Evangelio para su ministerio ordenado deben comprender cómo ciertos acontecimientos de la vida -en este caso un trauma grave- pueden pesar en lo más íntimo de la espiritualidad del creyente. Pero no siempre ocurre así. Tal vez esto explica por qué algunos obispos y superiores religiosos prestan más atención a las implicaciones políticas, legales y psicológicas del abuso que a los aspectos espirituales o teológicos.

No sorprende que las víctimas consideren a la Iglesia, en su reacción ante las denuncias de abusos, más como una institución preocupada por sí misma que "como una madre amorosa" -así es significativamente como comenzaba el ‘motu proprio’ del Papa Francisco, con el que insta a obispos y superiores religiosos asuman sus responsabilidades en el descubrimiento y prevención de abusos-. Abordar el tema del abuso sexual a menores por parte de un presbítero significa vivir algo impactante y desgarrador. Hablamos de sexo y violencia, de abuso de confianza, de vidas arruinadas y de hipocresía. Ha dolido y duele, soy testigo directo de ello, un instinto de auto-conservación -buen nombre, reputación…- individual e institucional tratando de eludir o postergar el delito y el problema. Trato de explicarlo. No de justificarlo. Quiero que se entienda la diferencia.

La forma en que se concibe el ministerio ordenado, y el papel del presbítero en la Iglesia católica, contribuye significativamente a que, cuando los presbíteros abusan de menores, se descubra mucho más tarde. En muchas partes del mundo, los presbíteros todavía son vistos como mensajeros irreprochables de Dios, a quienes está reservada una fuerza, una autoridad y una capacidad de gobernar particulares, derivadas más o menos directamente de Dios. Una imagen similar del presbítero puede llevar a los fieles a hacerlo una idealización inviolable, que hace difícil, casi imposible, criticar su figura o incluso imaginar que podría hacer algo malo.

También esto explica, no justifica, lo que, desde fuera de la Iglesia, parece inconcebible. Quienes sufren abusos suelen relatar que cuando han tenido contacto sexual son ellos, y no el presbítero, quienes se sienten mal y sucios. Otros, en cambio, vivieron la atención física y emocional de un presbítero como algo que los hacía extraordinarios, que los "elevaba al ámbito de lo sagrado o santo". Ha existido un conflicto de conciencia y un dilema entre sentirse víctima de un acto de violencia incontenible y la enorme carga de tener que atribuir esta crueldad a un presbítero. No pocas víctimas de violencia sexual eran cercanas a los presbíteros que abusaban de ellas, ya que eran ministros ordenados, líderes de grupos juveniles o estaban en los centros educativos con ellos. A menudo eran particularmente atentos, diligentes y llenos de confianza: una confianza de la que luego se aprovecharon y se destruyeron.

No resulta extraño encontrarse con presbíteros que han abusado sexualmente y que lo niegan o que se justifican, o que se consideran víctimas, o que se tienen por cómplices ("él me sedujo", "a él le gustó") y muchas veces no lo hacen sin dar el mínimo indicio de comprensión del sufrimiento que han causado. Tampoco resulta infrecuente que algunos abusadores presbíteros consideran su ministerio ordenado como una "profesión" en el sentido habitual del término; y por tanto, una vez finalizado el horario de oficina, "en privado" pueden hacer cosas que no sean compatibles con su vida presbiteral.

Abuso de conciencia
Abuso de conciencia

Un aspecto triste, particularmente triste en todo este fenómeno triste, es una actitud eclesiástica afín a la "mentalidad de trinchera". Se quiere resolver las cosas "internamente", excluyendo la dimensión pública, porque temen por su propia reputación o la de la institución. De esa manera, se hace caso omiso, como si no existiera, al sufrimiento real y terrible de las víctimas. Se habla de una actitud de compasión y misericordia que implica algo así como un olvido y un perdón, sin justo castigo, sin sanación del mal infligido al débil y necesitado.

Algunos Obispos y Superiores Mayores caen en la trampa de la manipulación cuando son demasiado propensos a creer lo que les promete el presunto abusador -"nunca más lo haré"- y, por tanto, utilizan la (falsa) misericordia hacia los culpables y la consiguiente exculpación. De este modo, la Iglesia se ha atrincherado no pocas veces en sus propias trincheras y ha pasado por alto el hecho de que siempre son sobre todo los sistemas cerrados y herméticos donde los abusos se producen con una frecuencia y duración aterradoras.

Seguramente un capítulo aparte merecería los abusos del voto de obediencia, y de una conducta religiosa rigurosa, que han creado relaciones extremas de dependencia, en las que se prohíbe y castiga cualquier forma de crítica. Algunas normas fundamentales de la mejor tradición espiritual no han sido observadas, como la separación entre el fuero interno y el fuero externo, sin mencionar los casos de abuso del sacramento de la reconciliación.

Sí, un cuadro terrible, también doloroso y triste, que muestra que cuando un entorno eclesial se aísla y desacredita la comunicación abierta, o un proceso de formación y desarrollo adecuado, el peligro de abuso crece de manera exponencial. Las estructuras eclesiales (de gobierno, de formación…) poco claras y los límites jerárquicos ambiguos también fomentan condiciones que han hecho posible el abuso.

La nuestra es una sociedad que, incluso con sus contradicciones y límites, trata de llevar adelante uno de los valores más altos: el de la credibilidad. La crisis provocada por los abusos nos plantea interrogantes decisivos: ¿estamos dispuestos a revisar nuestra forma de ser Iglesia? Yo reconozco, lo confieso, que tengo mis serias dudas, no en el Papa Francisco, sino en ciertas declaraciones (y silencios) de nuestros Obispos.

Si no hay nada oculto que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de salir a luz (Marcos 4,22), un ejercicio serio de discernimiento nos debe ayudar a preguntarnos hasta qué punto nos negamos o no a hacerlo, hasta qué punto eliminamos o no la injusticia y el mal que se ha cometido, hasta qué punto creemos o no que podemos volver lo antes posible a la labor pastoral que existe después de los escándalos, hasta qué punto nuestra mirada permanece o no vuelta hacia nosotros mismos y bloquea o no nuestra energía y nuestra creatividad apostólica.

El Papa Benedicto XVI dio con su dimisión un ejemplo de cómo se puede gestionar el poder (en la Iglesia) renunciando al mismo por un bien mayor. El Papa Francisco no se cansa de estigmatizar las enfermedades del clericalismo, el arribismo y la vida cómoda, y de predicar un retorno a la sencillez y la inmediatez, sine glosa, pure et simpliciter, del Evangelio.

Hace ya años, en un equipo/mesa de gobierno, me llamaba la atención la dificultad y resistencia de un miembro de aquel gobierno para reconocer la deriva del clericalismo. Algo en mi corazón y en mi razón me creaba seria dificultad. Y, sin embargo, algunas preguntas son oportunas: ¿cómo podemos configurar hoy el ejercicio del poder en un sentido evangélico? ¿qué podemos asimilar de lo que en el ámbito social en general se define como gobierno corporativo para poder asumir una corresponsabilidad efectiva en las estructuras eclesiales y adoptar mecanismos de control verificables? ¿qué pertenece realmente al núcleo del ministerio presbiteral y qué parte del poder de liderazgo ejercido por los presbíteros y otras instituciones podría o debería delegarse en colaboradores? ¿cómo ejercer a nivel individual y comunitario el discernimiento de los espíritus, esa operación exigente que ayuda a encontrar un camino plausible entre la "trinchera" y el "caos"? ¿cómo se debe formar a los futuros sacerdotes y religiosos? ¿cuánto se invierte en la formación de quienes están destinados a asumir responsabilidades en el ámbito de la formación?

Ventana de Johari

Hace ya muchos años, en el siglo pasado, se me hablaba a mí de aquella famosa ‘Ventana de Johari’. Siguiendo aquella imagen y analogía, ¿cuáles son las áreas ciegas, ocultas,…, de la comprensión y del ejercicio del ministerio ordenado y del servicio pastoral?

"La verdad os hará libres" (Jn 8,32). No es fácil afrontar la verdad pura y simple. Requiere coraje y voluntad de afrontar la realidad, por impactante y dolorosa que sea. Especialmente en tiempos difíciles y ante fracasos individuales e institucionales, se nos pide confiar más en Dios que en nosotros mismos.

Según el Evangelio, solamente a quienes, por gracia del Espíritu y con lágrimas de humilde arrepentimiento, confiesan sinceramente sus propias deficiencias se les abren las puertas de la conversión y del perdón. Esto también significa exponerse a la vergüenza. Todo esto no es fácil de soportar. Pero a quienes sean capaces de asumirlo por sí mismos, teniendo fe en el Salvador Jesucristo, y encontrando apoyo en la comunidad de los fieles, se les promete la asistencia del Espíritu Santo.

La lucha contra el abuso sexual continuará durante mucho tiempo y, por tanto, debemos decir adiós a la ilusión de que la simple introducción de normas o directrices es la solución. Implica una conversión radical y una actitud decidida para hacer justicia a las víctimas y para la prevención total. El mensaje del Dios de Jesucristo es fuente y fuerza para esta actividad y para esta reflexión permanente sobre el núcleo del Evangelio. Porque Dios ama sobre todo a los pequeños y vulnerables. Estos son su sacramento.

El necesario ejercicio de la escucha que, por ejemplo, ha hecho el Papa Francisco a las víctimas del abuso sexual en Bélgica ayuda a inclinar la balanza, lenta pero ojalá que decididamente, en la dirección correcta por ser la dirección más evangélica. La Iglesia tiene que ejercer el servicio de la escucha: la voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra (Gn 4,10), he oído el clamor de mi pueblo (Éxodo 3,7). Al fin y al cabo, la escucha es el primer mandamiento de Dios en el Antonio Testamento: ¡Escucha Israel! (Dt 6,4). De ahí, el título de esta reflexión: Escucha, Francisco.

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