" El Espíritu nos hace sentir como niños en brazos del Padre" ¿Quién eres Espíritu Santo en el magisterio del Papa Francisco?
"Francisco habla del Espíritu sobre todo en términos existenciales. Como acostumbra a hacer en todos sus discursos, centra el tema, bajándolo al plano práctico para tocar y calentar los corazones"
"El Espíritu Santo hace que Jesús viva y reviva en nosotros"
"El Espíritu Santo es el don de Dios por excelencia"
"En la Iglesia de los muchos carismas, el Espíritu Santo es armonía"
"El Espíritu Santo es el don de Dios por excelencia"
"En la Iglesia de los muchos carismas, el Espíritu Santo es armonía"
El Magisterio del Papa Francisco muestra especial interés por el Espíritu Santo. El lenguaje sencillo y directo que utiliza tiene el mérito de presentarlo con claridad y sin caer en un intelectualismo teológico que a menudo lo hace incomprensible y, en consecuencia, irrelevante para la vida de fe de los hombres y mujeres de hoy.
Francisco habla del Espíritu sobre todo en términos existenciales. Como acostumbra a hacer en todos sus discursos, centra el tema, bajándolo al plano práctico para tocar y calentar los corazones. A continuación, algunas de sus enseñanzas sobre el Espíritu Santo, a quien, nada más ser elegido obispo de Roma, Francisco quiso definir como "el protagonista supremo de toda iniciativa y manifestación de fe" (Discurso del 15 de marzo de 2013).
El Espíritu Santo, ese desconocido
Pensando en los muchos que todavía hoy no pueden explicar del todo quién es el Espíritu Santo, se diría que es el gran desconocido de nuestra fe (Meditación del 13 de mayo de 2013), cuando no un prisionero de lujo (Meditación del 9 de mayo de 2016).
Sin embargo, cuando oramos, es porque el Espíritu Santo ha suscitado la oración en nosotros.
Cuando rompemos el círculo de nuestro egoísmo y nos acercamos a otras personas para conocerlas, escucharlas, ayudarlas, es el Espíritu de Dios el que nos ha movido.
Cuando descubrimos en nosotros una capacidad desconocida para perdonar a quienes nos han hecho daño, es el Espíritu quien nos ha asido.
Cuando vamos más allá de las palabras de conveniencia y nos dirigimos a nuestros hermanos y hermanas con esa ternura que calienta el corazón, ciertamente hemos sido tocados por el Espíritu Santo (Homilía del 29 de noviembre de 2014).
El Espíritu Santo hace que Jesús viva y reviva en nosotros
El Espíritu Santo nos recuerda todo lo que dijo Jesús. Con la ayuda del Espíritu Santo, podemos interpretar las inspiraciones interiores y los acontecimientos de la vida a la luz de las palabras de Jesús (Homilía, 8 de junio de 2014).
De nada sirve saber que Jesús resucitado está vivo si no se vive como resucitado. Y es el Espíritu quien hace que Jesús viva y reviva en nosotros. Sin el Espíritu, Jesús sigue siendo un personaje del pasado; con el Espíritu es una persona viva hoy. Sin el Espíritu, la Escritura es letra muerta; con el Espíritu es Palabra de vida (Homilía del 9 de junio de 2019).
El Espíritu nos hace contemporáneos de Jesús
Gracias al Espíritu Santo, cada momento de la vida terrena de Jesús puede, por la gracia de la oración, hacerse contemporáneo nuestro. Y gracias al Espíritu Santo, también nosotros estamos presentes en el río Jordán, cuando Jesús se sumerge en él para recibir el bautismo. También nosotros somos comensales en las bodas de Caná, cuando Jesús da el mejor vino para la felicidad de los novios... También nosotros nos asombramos ante las miles de curaciones realizadas por el Maestro... También nosotros somos como el leproso purificado, el ciego Bartimeo que recupera la vista, Lázaro que sale del sepulcro... (Audiencia General del 28 de abril de 2021).
El Espíritu Santo es el don de Dios por excelencia
El Espíritu Santo es el don. Porque es don, vive dándose y así nos mantiene unidos, haciéndonos partícipes del mismo don. Es importante creer que Dios es don, que no se comporta tomando, sino dando. ¿Por qué es importante? Porque de cómo entendamos a Dios depende que seamos creyentes.
Si tenemos en mente a un Dios que toma y se impone, nosotros también querremos tomar e imponernos, ocupando espacio, reclamando relevancia y buscando poder. Pero si tenemos en el corazón a Dios que es don, todo cambia.
Si nos damos cuenta de que lo que somos es su don, un don gratuito e inmerecido, también nosotros querremos hacer de la vida misma un don. Y amando con humildad, sirviendo con gratuidad y alegría, ofreceremos al mundo la verdadera imagen de Dios (Homilía del 31 de mayo de 2020).
El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia
La Iglesia se manifiesta cuando el don del Espíritu llena el corazón de los apóstoles y les impulsa a salir y emprender el camino para anunciar el Evangelio y difundir el amor de Dios (Audiencia General del 29 de mayo de 2013). El Espíritu Santo es el alma y la savia de la Iglesia y de cada cristiano (Audiencia General del 9 de abril de 2014).
El acontecimiento de Pentecostés marca el nacimiento de la Iglesia: una Iglesia que sabe sorprender e inquietar. Sabe sorprender porque, con la fuerza que viene de Dios, la Iglesia anuncia un mensaje nuevo, la resurrección de Cristo, con un lenguaje nuevo, que es el lenguaje universal del amor. Una Iglesia que no tiene capacidad de sorprender es una Iglesia débil, enferma, moribunda: hay que ingresarla cuanto antes en la sala de reanimación.
La Iglesia de Pentecostés es también una Iglesia que hace estragos: no se resigna a ser inofensiva o un elemento decorativo, no duda en salir, al encuentro de la gente, para anunciar el mensaje que se le ha confiado, aunque ese mensaje perturbe o inquiete las conciencias (Regina Coeli, 8 de junio de 2014).
En la Iglesia de los muchos carismas, el Espíritu Santo es armonía
El Espíritu Santo suscita los diferentes carismas en la Iglesia; aparentemente, esto parece crear desorden, pero en realidad, bajo su guía, constituye una riqueza inmensa, porque el Espíritu Santo es el Espíritu de la unidad, que no significa uniformidad. Si nos dejamos guiar por el Espíritu, la riqueza, la variedad, la diversidad nunca se convierten en conflicto, porque Él nos impulsa a vivir la variedad en la comunión de la Iglesia (Homilía del 29 de noviembre de 2014).
El Espíritu Santo no sólo se manifiesta a través de una sinfonía de sonidos que une y compone armónicamente la diversidad, sino que también aparece como el director de orquesta que toca las partituras de alabanza de las "grandes obras" de Dios (Audiencia General del 19 de junio de 2019). El Espíritu Santo en la Iglesia es armonía (Homilías del 19 de mayo de 2013, 29 de noviembre de 2014, 9 de junio de 2019, 31 de mayo de 2020).
El Espíritu Santo hace soñar a los afectados por la tibieza
El Espíritu es un viento que sopla impetuoso y cambia los corazones. Desbloquea las almas. Vence las resistencias. A los que se contentan con medias tintas, les ofrece impulsos de don. Ensancha los corazones estrechos. Impulsa al servicio a los que se contentan con la comodidad. Hace caminar a los que sienten que han llegado. Hace soñar a los tibios. Mantiene joven el corazón. Llega hasta las situaciones más irreflexivas. Abre nuevos caminos. Cuando sopla, nunca hay calma. Reaviva los amores de los comienzos (Homilía del 20 de mayo de 2018). Vence la esterilidad, abre los corazones a la esperanza, estimula y favorece la madurez interior en las relaciones con Dios y con el prójimo (Regina Coeli, 20 de mayo de 2018).
El Espíritu no puede ser domesticado
La Iglesia se muestra fiel al Espíritu Santo en la medida en que no pretende regularlo ni domesticarlo. También se muestra fiel al Espíritu Santo cuando deja de lado la tentación de vigilarse a sí misma.
Y los cristianos nos convertimos en verdaderos discípulos misioneros, capaces de interpelar las conciencias, si abandonamos un estilo defensivo para dejarnos conducir por el Espíritu. Él es frescura, imaginación, novedad.
La Iglesia, surgida de Pentecostés, recibe el fuego del Espíritu Santo, que no llena tanto la mente de ideas, sino que incendia el corazón. Ella es investida por el viento del Espíritu que no transmite un poder, sino que hace posible un servicio de amor: un lenguaje que todos son capaces de entender (Homilía del 29 de noviembre de 2014).
El Espíritu enciende y anima la misión
El Espíritu Santo enciende y mantiene la fe en los corazones. Él enciende y anima la misión, imprime en ella connotaciones genéticas, acentos y movimientos singulares que hacen del anuncio del Evangelio y de la confesión de la fe cristiana una cosa distinta de cualquier proselitismo político o cultural, psicológico o religioso (Mensaje a las Obras Misionales Pontificias del 21 de mayo de 2020).
La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción, por testimonio. Para nosotros, cristianos, el problema no es ser pocos, sino insignificantes, convertirnos en una sal que ya no tiene el sabor del Evangelio -¡ese es el problema! - o una luz que ya no ilumina nada (Discurso del 31 de marzo de 2019).
El Espíritu Santo renueva la faz de la tierra
El Espíritu Santo que Cristo envió desde el Padre y el Espíritu Creador que dio vida a todas las cosas son uno y el mismo. Por eso, el respeto a la creación es una exigencia de nuestra fe.
El "jardín" en el que vivimos no se nos ha confiado para que lo explotemos, sino para que lo cultivemos y cuidemos con respeto (cf. Gn 2,15). Pero esto sólo es posible si Adán -el hombre modelado a partir de la tierra- se deja a su vez renovar por el Espíritu Santo, si se deja modelar de nuevo por el Padre según el modelo de Cristo, el nuevo Adán. Entonces sí, renovados por el Espíritu, podemos vivir la libertad de los hijos, en armonía con toda la creación, y en cada criatura podemos reconocer un reflejo de la gloria del Creador (Homilía del 24 de mayo de 2015).
El Espíritu Santo es una fuerza centrípeta y centrífuga
El Espíritu, primera y última necesidad de la Iglesia, llega allí donde es amado, invitado y esperado (Homilía del 9 de junio de 2019). Él es, en el tiempo, a menudo una fuerza centrípeta y una fuerza centrífuga.
Es fuerza centrípeta porque empuja hacia el centro, actuando en lo más profundo del corazón. Aporta unidad en la fragmentación, paz en las aflicciones, fortaleza en las tentaciones. Aporta intimidad con Dios.
Pero, al mismo tiempo, es una fuerza centrífuga; es decir, empuja hacia fuera. El que lleva al centro es el mismo que envía a la periferia, a toda periferia humana. Aquel que nos revela a Dios nos empuja hacia los hermanos (Homilía del 28 de mayo de 2018).
El Espíritu nos hace piezas insustituibles de su mosaico
Todos somos páginas abiertas, disponibles para recibir la caligrafía del Espíritu Santo. Y en cada uno de nosotros compone obras originales, porque nunca hay un cristiano completamente idéntico a otro.
En el campo sin límites de la santidad, el único Dios, Trinidad de amor, hace florecer la variedad de los testigos: todos iguales en dignidad, pero también únicos en la belleza que el Espíritu ha querido liberar en cada uno de los que la misericordia de Dios ha hecho hijos suyos (Audiencia General del 17 de marzo de 2021). Para el Espíritu Santo, no somos confeti llevado por el viento, sino piezas insustituibles de su mosaico (Homilía del 31 de mayo de 2020).
El Espíritu, otro Paráclito
Al prometer al Espíritu Santo, Jesús lo llama "otro Paráclito" (Jn 14,16), que significa Consolador, Abogado, Intercesor, es decir, Aquel que nos asiste, nos defiende, está a nuestro lado en el camino de la vida y en la lucha por el bien y contra el mal. Jesús dice "otro Paráclito" porque el primero es Él mismo, que se hizo carne precisamente para tomar sobre sí nuestra condición humana y liberarla de la esclavitud del pecado (Regina Coeli 10 de mayo de 2016).
El Espíritu nos hace sentir como niños en brazos del padre
Cuando el Espíritu Santo se instala en nuestro corazón, nos infunde consuelo y paz, y nos lleva a sentirnos como somos, es decir, pequeños, con esa actitud -tan recomendada por Jesús en el Evangelio- de quien deposita todas sus preocupaciones y expectativas en Dios y se siente arropado y sostenido por su calor y protección, ¡como un niño con su padre! Esto es lo que hace el Espíritu Santo en nuestros corazones: nos hace sentir como niños en brazos de papá (Audiencia General del 11 de junio de 2014).
Vivir por el Espíritu
Quien vive por el Espíritu "trae paz donde hay discordia, concordia donde hay contienda. El hombre espiritual devuelve bien por mal, responde a la arrogancia con mansedumbre, a la maldad con bondad, al ruido con silencio, a la cháchara con oración, al derrotismo con una sonrisa". "Ser espiritual" exige anteponer la mirada del Espíritu "a la nuestra" (Homilía del 9 de junio de 2019).
El Espíritu Santo nos hace hablar con Dios y con los demás
El Espíritu Santo nos hace hablar con Dios y con los seres humanos.
Nos hace hablar con Dios tanto en la oración, permitiéndonos dirigirnos a Él llamándole Abba, como en el acto de fe, permitiéndonos decir 'Jesús es el Señor'.
Nos hace hablar con los hombres no sólo en el diálogo fraterno, reconociendo en ellos a hermanos y hermanas, sino también en la profecía, denunciando abiertamente, pero siempre con mansedumbre e intención constructiva, las contradicciones y las injusticias (Homilía del 8 de junio de 2014).
Un fruto del Espíritu: la benevolencia
San Pablo menciona un fruto del Espíritu Santo con la palabra griega chrestotes (Gál 5,22), que expresa un estado de ánimo no áspero, grosero, duro, sino benigno, gentil, que sostiene y consuela. La persona que posee esta cualidad ayuda a los demás para que su existencia sea más llevadera, especialmente cuando cargan con el peso de sus problemas, urgencias y ansiedades.
Es una forma de tratar a los demás que se manifiesta de diferentes formas: como bondad en el rasgo, como atención a no herir con palabras o gestos, como intento de aliviar la carga de los demás. Incluye decir palabras de aliento, que consuelen, que den fuerza, que consuelen, que estimulen, en lugar de palabras que humillan, que entristecen, que irritan, que desprecian (Fratelli tutti, 223).
Otro fruto del Espíritu: la bondad
En el Nuevo Testamento se menciona otro fruto del Espíritu Santo, definido con el término griego agathosyne (Gál 5,22). Indica apego al bien, la búsqueda del bien. Más aún, es brindar lo más valioso, lo mejor para los demás: su maduración, su crecimiento en una vida sana, el ejercicio de valores y no sólo el bienestar material.
Existe una expresión latina similar: bene-volentia, es decir, la actitud de querer el bien de los demás. Es un fuerte deseo de bien, una inclinación hacia todo lo bueno y excelente, que nos empuja a llenar la vida de los demás de cosas bellas, sublimes y edificantes (Fratelli tutti, 112).
Signos de la presencia del Espíritu fuera de la Iglesia
La santidad es el rostro más bello de la Iglesia. Pero incluso fuera de la Iglesia católica y en contextos muy diferentes, el Espíritu suscita signos de su presencia, que ayudan a los propios discípulos de Cristo (Gaudete et exsultate, 9).
Para el Espíritu Santo la Iglesia no es una jaula. También el Espíritu vuela y obra afuera (Palabras del 23 de febrero de 2018, al final de los ejercicios espirituales).
Evangelizar abriéndose a la acción del Espíritu
Evangelizadores con el Espíritu significa evangelizadores que se abren sin miedo a la acción del Espíritu Santo. En Pentecostés, el Espíritu saca de sí a los apóstoles y los transforma en heraldos de la grandeza de Dios, que cada uno comienza a comprender en su propio idioma.
Además, el Espíritu Santo infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia (parresía), en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso contra corriente.
Invoquémoslo hoy, bien fundamentado en la oración, sin la cual todo acto corre el riesgo de quedar vacío y el anuncio, en definitiva, desalmado.
Jesús quiere evangelizadores que anuncien la Buena Nueva no sólo con palabras, sino sobre todo con una vida transfigurada por la presencia de Dios (Evangelii gaudium, 269).
Etiquetas