"Sonreír a los demás, y a nosotros mismos, nos ayuda a ser humildes" Recuperar la sonrisa o la risa en Pascua: La debilidad de Dios es la sonrisa de la Verdad
"Gracias a la sonrisa la verdad no es algo que uno posee, sino Alguien que lo posee a uno con sus lazos de ternura y fidelidad: Jesús el Cristo es la Verdad en persona"
"Mientras haya lugar para la sonrisa de la Verdad, el mundo podrá tener una esperanza más fuerte que el dolor y la muerte, que muchas veces parecen haber vencido"
"La extendida tradición del "risus paschalis" que consistía en contar el mayor número posible de chistes durante la noche de Pascua (no todos precisamente edificantes...) para que estallara por todas partes la alegría"
"La extendida tradición del "risus paschalis" que consistía en contar el mayor número posible de chistes durante la noche de Pascua (no todos precisamente edificantes...) para que estallara por todas partes la alegría"
El cristianismo, fiel a sus raíces judías, es una religión que conoce bien la sonrisa y la risa: es la Verdad misma la que nos guiña con su sonrisa... Que la Verdad sonría podría incluso parecer embarazoso a quien piense en la Verdad misma en términos de doctrina, dogma, canon,…, también de ideología. Pare ellos la Verdad es dominio de una razón "fuerte", que no conoce debilidades y no tolera las diferencias, ni siquiera las subrayadas por la levedad de una sonrisa. También la sonrisa de la Verdad está alejada de aquellos que pretenden cambiar el mundo y la vida con las únicas fuerzas de la razón humana. No menos lejana que en aquellos que simplemente niegan cualquier fundamento sólido para el compromiso del ser humano en la tierra.
¿Se puede amar la sonrisa de la Verdad? Solamente los que creen en el Todopoderoso que se debilita por amor, los que aceptan jugarse la vida por un Crucificado -en quien reconocen la locura del amor divino por los hombres-. La debilidad de Dios es la sonrisa de la Verdad: y quien la ha acogido en lo más profundo de su corazón no teme sonreír a la Verdad y hacer un guiño a la Verdad que le sonríe desde su profundidad de misericordia...
Gracias a la sonrisa la verdad no es algo que uno posee, sino Alguien que lo posee a uno con sus lazos de ternura y fidelidad: Jesús el Cristo es la Verdad en persona, Aquel que se entregó por nosotros y precisamente así nos dio la confianza para nunca ser abandonados y esperar siempre una sonrisa de infinita compasión y misericordia. Ver la sonrisa de la Verdad tampoco disminuye su fuerza y su atractiva belleza: lo que importa es corresponder a la sonrisa de la Verdad, y hacerlo además tomando en serio la fidelidad de Dios, que se hizo débil por amor, y no tomarnos demasiado en serio a nosotros mismos.
En realidad, la Verdad sonriente nos invita a sonreír a nosotros mismos en el acto de abandonarnos humildemente en los brazos de ese Dios que vino a sonreírnos en el rostro de un Niño hace más de 2000 años. Desde entonces sabemos que, mientras haya lugar para la sonrisa de la Verdad, el mundo podrá tener una esperanza más fuerte que el dolor y la muerte, que muchas veces parecen haber vencido.
Algo de esto se expresó en la Edad Media europea con la extendida tradición del "risus paschalis" que consistía en contar el mayor número posible de chistes durante la noche de Pascua (no todos precisamente edificantes...) para que estallara por todas partes la alegría, único sentimiento considerado apropiado para la victoria pascual de la vida sobre la muerte.
Quizás podríamos recordar a Santo Tomás Moro, Lord Canciller de Inglaterra, que murió por no querer ceder a los compromisos morales, a la opresión y a los halagos del Soberano Rey Enrique VIII. Él no dudó en orar así: "Señor, dame una buena digestión y también algo para comer. Dame la salud de mi cuerpo y el buen humor necesario para mantenerlo. Dame un alma sencilla que sepa atesorar todo lo bueno y que no se asuste ante la vista del mal, sino que encuentre siempre la manera de arreglar las cosas. Dame un alma que no conozca el aburrimiento, el refunfuño, el suspiro, la queja y no permitas que me preocupe excesivamente por esa cosa tan engorrosa llamada 'yo'. Dame, Señor, el sentido del buen humor, concédeme la gracia de descubrir un poco de alegría y dejar que los demás participen de ella".
Si nos preguntamos por qué el judaísmo y el cristianismo son religiones también de la risa y la sonrisa, la respuesta tal vez podamos encontrarla en el hecho de que la risa y la sonrisa sólo pueden surgir en el espacio entre la proximidad y la distancia. Si sólo experimentamos proximidad, nos quedamos aplastados, incapaces de respirar y mirar más allá de los desafíos y problemas. Si sólo experimentamos la distancia, corremos el riesgo de construir un mundo ideal, escapando de la realidad.
Si queremos abrirnos a la verdad de la vida, debemos permanecer entre la proximidad y la distancia. Entonces, sonreiremos. Es el escándalo de Cristo, Hombre entre los hombres, colgado en la Cruz y sin embargo Hijo de Dios: estas paradojas crean espacio para risas y sonrisas. La risa puede ser salvadora, como la del Eterno, siempre imaginativo y sorprendente, que actúa con misericordia ante la obtusa incapacidad de acoger lo nuevo, como por ejemplo, por parte de Sara y Abraham.
En realidad, lo que teme a la risa no es la fe, que por naturaleza es humilde y abierta a las sorpresas de Dios, terrena en su pobreza y celestial en sus horizontes y en la gracia que la impregna, sino la potencia de este mundo, que -precisamente porque es humano, demasiado humano- teme verse atrapado en una contradicción en el choque entre sus pretensiones y su limitación objetiva.
El que es libre de sí mismo y hace lo que tiene como don y servicio, sabe reír y hacer reír con alegría. De este modo captamos la verdadera raíz de la risa y de la sonrisa, en el juego siempre vive entre proximidad y distancia: esta raíz, la linfa profunda que une al judaísmo y al cristianismo, es el mandamiento del amor. Amar significa hacer espacio al otro, hacer de los dos uno: es decir, permanecer distantes en la mayor cercanía y cercanos en la mayor distancia. Aquí hay lugar para la risa, porque miramos al otro con la distancia del respeto y la cercanía de la ternura, propia de los ojos del amor.
Las paradojas del amor son las de la risa y la sonrisa: el amor incapaz de alegría no puede existir; sus excesos y tristezas son lo mismo que sonrisas y lágrimas, amarguras y risas. Y aquí surge una diferencia significativa entre la tradición judeo-cristiana y el Islam, una religión que insiste en el dualismo entre Dios y el mundo, más que en el juego amoroso de la distancia y la proximidad. El propio Corán es un texto escrito en el cielo, descendido a través de la mediación material del profeta Mahoma, precisamente por eso ajeno a cualquier espacio intermedio entre proximidad y distancia.
Por eso en el Islam más extremo la sonrisa corre el riesgo de ser excluida. Por supuesto, existe la excepción de los "sufíes", los místicos que buscan en la intuición del amor divino una forma de superar la ausencia de risa. Pero donde no hay sonrisa en este mundo, más fácilmente puede haber una deriva fundamentalista que llega hasta la orgullosa locura de quienes esperan reír pronto en el cielo, mientras en la tierra se hacen estallar con un montón de inocentes condenados que mueren por la nada de un no se sabe qué...
Sonreír a los demás, y a nosotros mismos, nos ayuda a ser humildes. Los humildes son exaltados y los orgullosos humillados: chiste divino de amor que será cantado de manera singular por la joven Mujer del Magníficat. La historia nos dice que si la aventura de todo conocimiento comienza desde el abismo del corazón humano en búsqueda, sólo se logra verdaderamente cuando se alcanza mediante la humilde ofrenda de la verdad, preservada en el misterio de Dios. El Todopoderoso se revela en la debilidad, el Eterno entra en el tiempo por la puerta estrecha u ojo de la aguja en el que el Infinito nace como un Niño en una pobre cueva. Bromas de Dios, sonrisas del Todopoderoso que parecen querer contagiar a la criatura para hacerla alegre y feliz, y por eso mismo tan libre y segura.
El Dios bíblico subvierte todos los esquemas. En la proximidad se muestra como distancia, en la distancia como proximidad. Cuando debe hablar calla, y cuando debe callar habla. Precisamente así es el Señor de la sonrisa, del amor que se compadece, de la verdad que sonríe. En un mundo como el nuestro, donde hay un desperdicio de palabras -como la tontería en tantas esferas (y también en la Iglesia)- se necesita el silencio elocuente de una sonrisa.
¿Y no es tal vez precisamente la capacidad de una sonrisa auténtica lo que nos falta en nuestra Iglesia a quienes exigen a toda costa "descender" desde las alturas de quién sabe qué trono? Mientras que, por otra parte, quienes deciden "ascender" a no se sabe qué otros privilegios de poder eclesial disfrazado de mal disimulado servicio, ¿no demuestran también la ausencia de una no menos auténtica sonrisa?
Con este toque de impertinencia, también cristiana y eclesial, me viene a la memoria un dicho judío: "el ser humano piensa, Dios ríe". No puedo dejar de pensar en cuántas risas habrá hecho el Todopoderoso debido al cansancio de imaginarnos simple y sencillamente Su simple sonrisa...
Etiquetas