Testimonio personal de un exsodálite del Movimiento de Vida Cristiana y de una exfraterna "Para dos adolescentes de 17 y 16 años, enfrentar un sentimiento de culpa y traición a Dios por estar enamorados se denomina 'abuso espiritual'"

"Ambos pasamos más de nueve años en el MVC antes de ingresar a la vida consagrada; por esto creemos que nuestro testimonio puede servir para entender la dinámica que se vivía en el MVC, especialmente a la luz de lo que viviríamos después"
"Desde pequeños nos formaron en una mentalidad sectaria, nos llenaron todo el horario con actividades, nos inculcaron una fe controlada, donde a la familia había que alejarla, así como a los amigos que no fueran del grupo"
"Se exigía en la práctica la unicidad de pensamiento, donde nadie podía pensar diferente. Si uno pensaba diferente era objeto de burlas, o de regaños por tener pensamientos 'mundanos'"
"Para dos adolescentes de 17 y 16 años, enfrentar un sentimiento de culpa y traición a Dios por estar enamorados se denomina 'abuso espiritual'"
"Se exigía en la práctica la unicidad de pensamiento, donde nadie podía pensar diferente. Si uno pensaba diferente era objeto de burlas, o de regaños por tener pensamientos 'mundanos'"
"Para dos adolescentes de 17 y 16 años, enfrentar un sentimiento de culpa y traición a Dios por estar enamorados se denomina 'abuso espiritual'"
| Carlos Diaz, exsodálite y Sandra Álvarez, exfraterna
En el contexto de la supresión canónica del Sodalicio de Vida Cristiana (SCV) y las demás obras fundadas por Luis Fernando Figari, muy poco se ha hablado en el último tiempo sobre el Movimiento de Vida Cristiana (MVC); el enfoque ha estado casi por completo en el Sodalicio y sus ramas femeninas, la Fraternidad Mariana de la Reconciliación (FMR) y las Siervas del Plan de Dios (SPD).
Sin embargo, el MVC también es parte de la Familia Sodálite: fundado en 1985 por Figari, fue la rama más numerosa de las fundaciones figarianas. Sus integrantes, llamados comúnmente “emevecistas”, buscaban vivir la llamada “espiritualidad sodálite”, siendo personas que, por una u otra razón, no querían o no podían convertirse en consagrados.
Es importante señalar que el MVC, y en especial las denominadas Agrupaciones Marianas que reunían a los jóvenes emevecistas, eran el escenario principal de reclutamiento que utilizaban los sodálites, fraternas y siervas para captar adolescentes que pudieran tener “vocación”; dicho de otro modo, que tuvieran las características que les permitieran moldear a menores en un sistema sectario. Los emevecistas “de segunda” no podían aspirar a ser consagrados; no obstante, se utilizaban como peones sin pago para extender sus proyectos y reclutar más jóvenes para sus fines.

Nuestro caso es poco común, ya que era usualmente en los primeros años de incorporación al MVC que los consagrados decidían si alguien “valía la pena” como candidato al Sodalicio, la Fraternidad o las Siervas, o si pasaba a ser emevecista “de segunda”. Pero en nuestro caso, ambos pasamos más de nueve años en el MVC antes de ingresar a la vida consagrada; por esto creemos que nuestro testimonio puede servir para entender la dinámica que se vivía en el MVC, especialmente a la luz de lo que viviríamos después. No hablaremos aquí de nuestras experiencias posteriores como consagrados, sino que queremos centrarnos en los años en que fuimos parte del MVC en Medellín, donde tuvimos diversos cargos y compromisos a varios niveles.
Hoy como esposos, felizmente casados desde hace más de 12 años, enfrentando muchos retos personales y como pareja, al ser sobrevivientes de la secta figariana, queremos compartir nuestra experiencia de captación y formateo desde adolescentes, a nuestros 13 (Sandra) y 16 años (Carlos), en la Parroquia “El Divino Maestro”, ubicada en el occidente de la ciudad de Medellín, Colombia, que fue confiada al Sodalicio en 1990 por el entonces arzobispo, cardenal Alfonso López Trujillo.
Mientras nuestros padres confiaban que estábamos asistiendo a un grupo de la parroquia, donde podíamos estar seguros porque estábamos rodeados de buenas personas, con el apoyo de la Iglesia católica, a nosotros –junto con otros menores de edad– los sodálites nos ingresaron en un proceso “formativo” que permitía a sus dirigentes controlar nuestras vidas para ir sometiendo nuestra voluntad aún inmadura a los ideales sodálites.
Desde pequeños nos formaron en una mentalidad sectaria, nos llenaron todo el horario con actividades, nos inculcaron una fe controlada, donde a la familia había que alejarla, así como a los amigos que no fueran del grupo. Nos enseñaron a idealizar a los consagrados, a no tener vida personal, conciencia autónoma ni libertad de elección, cada espacio de nuestra vida cotidiana era supervisado, y nos formaban así para replicar estas prácticas con los grupos que dirigíamos. Todo ello con el ropaje de un supuesto proceso de conversión para cumplir el “Plan de Dios”.
Hay que entender que en el MVC de los años noventa en Medellín la “formación” que se le daba a los Agrupados Marianos era lo más cercana posible a la formación de los sodálites: muchas de las figuras que existían en el centro de formación sodálite de San Bartolo (Perú) se imitaban hasta donde fuera posible en las agrupaciones marianas.

Por ejemplo, había las llamadas “experiencias comunitarias”, donde los agrupados (casi todos menores de edad) pasábamos por dinámicas sodálites como las órdenes absurdas; las “correcciones fraternas” en grupo, a veces llegando a los golpes; castigos a los “tercos” como entrar a la piscina en la madrugada; hacer oraciones de rodillas y con los brazos extendidos; dinámicas de abstinencia de “gustos”; realizar planas en cuadernos escribiendo mil veces alguna frase como “el que obedece no se equivoca”, para luego romper esas hojas donde se habían gastado horas inútiles escribiendo la misma frase; castigos como tomar aceite por no haber rezado Laudes, o tomar agua con sal por no haber cumplido con un compromiso; o las prácticas de echarnos cera de vela en los brazos para demostrar que éramos fuertes y recios. En el caso de los chicos, se utilizaban prácticas como agarrar a correazos a un agrupado por algún incumplimiento, o para hacerlo más “recio” o más “humilde”.
Se utilizaban frases bíblicas para alejarnos de la familia, como “el que ama más a su padre o a su madre que a mí, no es digno de mí”; otras, para alejarnos de los amigos del “mundo” como: “Amigo es solo aquel que te lleva a Cristo”.
En Medellín teníamos el siguiente horario común: una reunión semanal con nuestra Agrupación Mariana; la salida a alguna actividad de recreación con la agrupación el fin de semana; alguna actividad apostólica a la semana; y un taller semanal de apostolado. Los martes, era la charla de formación, los sábados el rosario a las 3:00 pm (para evitar que estuviéramos con las familias) y el domingo la misa del MVC. Ir a otra misa dominical que no fuera celebrada por un sacerdote sodálite era visto como traición a la espiritualidad sodálite, y no nos estaba permitido.
Una vez al mes teníamos los domingos en la mañana un retiro espiritual, donde nos seguían adoctrinando; así mismo una actividad grande de formación adicional a la de los martes, o una actividad espiritual como la misa del mes, o una hora santa ante el Santísimo.
No asistir a alguna de las actividades anteriormente descritas implicaba que éramos “tibios” o “mediocres”, que nos estábamos “mundanizando”, o que “Cristo no era el centro de nuestras vidas”. Se insistía en el estilo sodálite, el cual debía ser “recio, fuerte”, controlando la música que podíamos escuchar, la forma de cantar en la liturgia haciendo burlas a estilos más “sentimentales”, como por ejemplo grupos carismáticos o parroquiales.

De otro lado se controlaba la forma de vestir: Las chicas no podían usar manga cero, ni falda por encima de la rodilla. Las blusas o camisetas debían estar siempre dentro del pantalón y no por fuera, debían ser anchas al igual que los pantalones. Igual con los chicos, quienes además trataban de imitar la vestimenta de los sodálites con pantalón de dril y camisas azules o a cuadros, no podían tener el cabello largo y debían peinarlo adecuado al “estilo”.
Se pedía dormir máximo seis horas, ya que “el que duerme más de seis horas está traicionando el Plan de Dios”, como afirmó textualmente un sodálite en una charla formativa en 1995. Las duchas con agua caliente promovían la falta de ascética por lo que se nos exhortaba a bañarnos siempre con agua fría.
Sutilmente se iba recomendando no ver programas de televisión, salvo noticieros. Las telenovelas estaban llenas de escenas que podían promover la sensualidad, naturalizar las infidelidades en las parejas, entre otros antivalores propios de la denominada “cultura de muerte”.
Las lecturas también estaban controladas, a través de una lista de “libros recomendados” que se distribuían a través de los animadores (dirigentes) de las Agrupaciones. Esta lista de libros era tomada de aquellas usadas para formación de sodálites, y contenía las obras de Figari, de Germán Doig, y de otros sodálites como Luis Ferroggiaro, además de libros de autores como Karl Adam, Hugo Wast, Jean Ousset, Octavio Derisi, Julio Meinvielle y José María Gironella, entre muchos otros. Además, a algunos “elegidos” se le recomendaban libros de manera discreta, como obras de José Antonio Primo de Rivera, o el famoso libelo “los Protocolos de los Sabios de Sión”.
Adicionalmente en las Agrupaciones, cada semana, se designaba un “guardián” con base en el pasaje bíblico de Caín y Abel donde Caín, cuando Dios le pregunta dónde está su hermano, este responde: “¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?
Se hacían compromisos públicos cada semana en las Agrupaciones; estos se anotaban en un cuaderno y quien había sido designado como guardián del otro tenía que velar por que cumpliera con su compromiso y estar pendiente de su vida. De esta forma se garantizaba que el control se extendiera entre los mismos adeptos al grupo.

De otro lado se buscaba controlar cada minuto. En consecuencia, llenábamos un listado semanal, copiado del usado en los centros de formación sodálite, donde cada día debíamos escribir si habíamos cumplido o no con diferentes metas divididas por áreas:
· Espiritual: Debíamos rezar Laudes, Completas, rosario diario, ángelus, lectura espiritual y lectio divina (adaptada al estilo sodálite), y hacer examen de conciencia diario, registrar si nos confesamos, si fuimos a misa.
· Intelectual: Debíamos hacer al menos una hora de estudio de la espiritualidad sodálite, cuyos libros eran entregados por nuestros consejeros espirituales, que podían ser o los consagrados o agrupados que ya tenían más tiempo en la secta. Adicional debíamos leer diariamente una novela, que también era entregada por nuestros dirigentes.
· Física: debíamos hacer deporte diario. En caso de estar pasados de peso, hacer dietas y registrar.
· Comunitaria: debíamos registrar participación en espacios comunes, conversaciones con “hermanos de agrupación”.
· Apostolado: debíamos señalar si preparábamos nuestras tareas apostólicas.
Esta hoja semanal de cumplimiento era revisada por nuestros directores espirituales, consejeros espirituales o “acompañantes espirituales”, cuando a fines de los años noventa cambiaron el término a quien ejercía dicho rol.

Existía un control riguroso de la propia vida a través del consejo espiritual y la comunicación de la información a otras instancias sin autorización; y se exigía en la práctica la unicidad de pensamiento, donde nadie podía pensar diferente. Si uno pensaba diferente era objeto de burlas, o de regaños por tener pensamientos “mundanos”. Los agrupados más críticos eran señalados como “serpientes”, “que tienen vida doble”, y se les aislaba o discriminaba; en consecuencia no duraban mucho tiempo en la secta figariana.
Cuando comenzábamos nuestros primeros años como Agrupados Marianos, al ser adolescentes nos gustaba hacer fiestas. Obviamente eran vistas como “mundanas”. Una vez un sodálite le dijo a una “hermana” de agrupación (término que debíamos usar con quienes estaban en nuestro mismo grupo), que ojalá con el mismo entusiasmo con el que convocaba a su fiesta lo hiciera con una Cristiada (evento con adolescentes de clase media).
Era imposible cuestionar la autoridad de los consagrados, o tener críticas frente a los sacerdotes. Todas las instancias (el consejero espiritual, la Agrupación Mariana) eran impuestos. Cada cierto tiempo se hacía un “revolcón” de agrupaciones, y nos asignaban a una nueva agrupación sin consultarnos.
De otro lado, la figura de Dios que traíamos de nuestras familias fue poco a poco siendo reemplazada por el Dios sodálite; alguien que, si bien se predicaba que era Amor, en la práctica era un ser duro, castigador, intransigente, atento a la menor falla o pecado para salir pronto a la condena y el castigo. Y como se nos mandaba la confesión semanal (o a veces más frecuente) comenzamos a tener una obsesión por el pecado y unos escrúpulos espirituales muy grandes, especialmente en lo sexual, donde absolutamente todo era un pecado mortal.
La visión pseudo-agustiniana de la ideología figariana, donde el cuerpo era un obstáculo para el espíritu, se iba convirtiendo en punto de referencia y contaminaba nuestras relaciones personales hasta el extremo. En el caso de las mujeres el control de la vida sexual, siendo aún adolescentes, era a través del “consejo espiritual”: ¿Qué sientes? ¿Has tenido malos pensamientos? ¿Te masturbas? ¿Cómo está tu pureza en tu relación con tu novio (enamorado)?

En el caso de los chicos era más público, y era común hacer la pregunta sobre la masturbación o “excesos” en sus relaciones de pareja en reuniones de Agrupación o incluso en reuniones de todos los agrupados, si algún acontecimiento extraño se evidenciaba. No era inusual que el superior de la comunidad sodálite reuniera a los Agrupados que tenían novia (enamorada) para preguntarles, públicamente: “¿cómo está su pureza?” y exigiera detalles de las “desviaciones” o “caídas”.
De hecho, como no se hacía una sana educación en sexualidad, y no se permitía el uso de métodos anticonceptivos, y algunos agrupados “pasaban la línea”, quedando en embarazo, con el sentimiento de culpabilidad derivado de la educación moral distorsionada. En situaciones así, venía el escarnio comunitario: Se les informaba a tales agrupados que generaron “escándalo” que ya no podían seguir perteneciendo a la Agrupación Mariana, ni seguir asistiendo a actividades públicas del MVC. Eran abandonados a su suerte, considerados “traidores”, convertidos en “parias”, y para el resto era una suerte de advertencia.
Por otro lado, la imagen que se daba del matrimonio era de cristianos de segunda categoría. Aunque se afirmaba de manera teórica que “el matrimonio también era un camino de santidad”, los mejores siempre eran los consagrados. Eso permitía hacernos más vulnerables a cualquier tipo de sugestión vocacional o a los abusos de poder y maltrato realizados por los consagrados o por quienes tenían algún grado de mando en la organización.
Con el precedente anterior, la posibilidad de abuso de poder y maltrato psicológico eran consecuencias lógicas.
La historia de Carlos
En mi caso, me vinculé al MVC a fines de 1993, cuando acababa de cumplir 16 años.
Para aquel entonces, el padre Juan Carlos Rivva era el encargado de pastoral del Colegio de la UPB. Me encontraba cursando grado décimo (cuarto de secundaria) y comencé a ser objeto de apostolado vocacional junto con otros alumnos de mi promoción. Mi experiencia es muy similar a la de muchos otros que han pasado por ahí: reuniones en grupos donde se habla de temas interesantes, la atracción hacia la figura de consagrados o curas jóvenes, la oferta de una “amistad verdadera”, y en mi caso también a través de la música.

Mi consejero espiritual desde el comienzo fue el padre Juan Carlos Rivva. En medio de las numerosas sesiones de consejo habituales, Rivva también se esforzó por minar la figura paterna, algo común en el apostolado sodálite, donde eran ellos quienes se convertían en tu nueva familia.
Este proceso pasó por el hecho de que uno de mis familiares cercanos llegó a tener varios episodios psiquiátricos complejos en su vida y por lo tanto, desde pequeño uno de mis mayores temores era llegar a sufrir una situación así.
Por orden de Rivva, una AMI (mujer que hacía parte de la “Asociación de María Inmaculada”, aspirante a ser fraterna) me aplicó unas pruebas psicológicas a los 16 años, sin autorización o conocimiento de mis padres. Es de anotar que esa persona no era psicóloga de profesión sino trabajadora social.
Posteriormente, en una visita a Medellín en los últimos meses del año 1994, la psicóloga Cecilia Collazos (quien fue superiora de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación) me entrevistó unos 15 minutos, y con base en las pruebas previamente aplicadas por la mencionada AMI (trabajadora social) supuestamente concluyó que era bipolar.
Por lo anterior, el padre Juan Carlos Rivva “encaminó” el consejo espiritual de un joven de 16 años como si fuera un enfermo psiquiátrico. Pero me daba como salida la “vida espiritual”, mantener un “estado de conversión” que me permitiera estar equilibrado, o de lo contrario sufriría las consecuencias de mi condición psiquiátrica, y terminaría “en un manicomio”. Obviamente yo, que había sufrido las peores crisis de mi familiar, le tenía terror a terminar como él, así que acepté sin más el “diagnóstico” de Rivva.
Por supuesto, para los sodálites la palabra “conversión” tiene un sentido diferente al que tiene en la Iglesia; para ellos, la conversión es la asimilación completa de la ideología religiosa de Figari, en la cual renuncias a tu propio criterio y a tu propia vida por seguir el llamado de “Dios”, el cual se comunica única y exclusivamente a través de las autoridades sodálites.

Y si bien siempre me llamó la atención la vida religiosa, en el SCV había algo que me motivaba aún más, y era el poder ser parte de ese ejército de hombres de azul que militaban bajo la guía de María; y, especialmente, el sueño de poder conocer a Luis Fernando Figari, el creador de la gesta por la que estaba dispuesto a dar la vida. La dupla Enrique Elías – Juan Carlos Rivva gobernó durante años el SCV en Colombia, y son muchas las personas que sufrieron distintos tipos de abuso por su parte. Los efectos de este adoctrinamiento temprano no fueron solo en el ámbito psiquiátrico, con un diagnóstico falso y dado a la ligera en un adolescente que aún no llega a su madurez: también a nivel psicológico y espiritual se comenzó un proceso que tiene consecuencias negativas hasta el día de hoy.
Lo extraño del caso, es que a pesar del supuesto diagnóstico de “bipolaridad”, seguía siendo objetivo vocacional; tan es así que, para julio de 1994, cuando conozco a Sandra (quien hoy es mi esposa), el Padre Rivva trata de que no estuviéramos juntos fuera de un espacio de control como el Centro Pastoral del MVC, orden frente a la cual hicimos caso omiso.
Cuando decidimos hacernos novios (o enamorados como lo llaman en Perú), nuestra opción fue tomada prácticamente como una traición. La respuesta del Padre Rivva a Carlos fue “tu relación con Sandra no me importa”. La del otro lado de la dupla Enrique Elías fue “Por los frutos se conoce el árbol. Esperemos qué frutos se dan”.

La historia de Sandra
En mi caso, ingresé en el año de 1992 a mis 14 años al MVC en Medellín. Mi círculo de amigas se redujo a las que me ofrecían las agrupaciones marianas, y comienzo una formación sectaria como los demás adolescentes de aquel entonces.
Para el año 1993, teniendo 15 años, fui citada por el padre Juan Carlos Rivva y una AMI (en proceso de ser fraterna) a unas reuniones de grupo quincenales con otras adolescentes “vocacionables”, grupo del cual salieron en el futuro dos fraternas. Lo denominábamos “la agrupación misterio”, porque no era una agrupación mariana como tal sino varias chicas de diferentes grupos, convocadas por el sacerdote Rivva.
Al finalizar dicho año, llegó una visita de dos fraternas a Medellín: Cecilia Collazos (psicóloga) y Rocío Figueroa, quien para aquel entonces era la superiora de las fraternas, comunidad recién fundada en marzo de 1991 por Figari, aduciendo un supuesto carisma que felizmente ya la Iglesia declaró inexistente.
A las agrupadas les decían que las “fraternas” eran sodálites mujeres. Para mí a mis 15 años no era natural pensar en ser consagrada ni nada; por lo tanto, esa visita de las fraternas a Medellín me resultó bastante extraña. No obstante, fui citada sin consentimiento de mi madre por la Fraterna psicóloga Cecilia Collazos para aplicarme pruebas psicológicas, siendo aún menor de edad.
Luego fui invitada con el grupo que había creado el padre Juan Carlos Rivva para participar de un retiro vocacional con Rocío Figueroa y Cecilia Collazos, para hablarnos de la “vocación fraterna”.
El ser invitada por consagradas a diferentes actividades va generando un cierto estatus en relación con las otras agrupadas que no son invitadas, lo que genera un cierto sentido de responsabilidad. De allí que varias agrupadas “querían” ser fraternas. Por ello sentí que para poder seguir estando con mis amigas debía “querer” ser fraterna, y acepté prepararme para realizar al año mi promesa de AMI, como primer paso de mi supuesta vocación, sin entender realmente en lo que me estaba metiendo. Juntas hicimos una promesa informal de “amis de corazón”.

Sin embargo, unos meses después conocí a Carlos (hoy mi esposo) y comenzamos a conversar a escondidas del padre Rivva y del grupo de las “amis de corazón”. Obviamente cuando formalizamos la relación y la hicimos pública fue un escándalo para las autoridades y para los mismos Agrupados Marianos.
La directora del grupo al que pertenecía, que en ese momento era AMI, me dijo que “una cosa era el plan de Dios y otra la libertad del hombre”. Y que era una falta muy grave, porque ambos estábamos en proceso de discernimiento vocacional a Fraterna y Sodálite respectivamente.
La decisión de ambos fue seguir juntos, pero a costa de un sentimiento de culpabilidad terrible, que era reforzado por quienes interpretaron mi decisión como una traición. Para Carlos adicionalmente, era el camino de su propia condenación, dada su supuesta condición psiquiátrica.
Para terminar.
Para dos adolescentes de 17 y 16 años, enfrentar un sentimiento de culpa y traición a Dios por estar enamorados se denomina “abuso espiritual”. La angustia que ambos experimentamos fue terrible. Adicionalmente fuimos relegados a otros grupos donde no teníamos el “estatus” anterior, grupos que ya no eran tan cercanos a la comunidad de sodálites. Pasamos de primera a segunda categoría, porque el elitismo y el clasismo dentro de la secta figariana se veía desde el Movimiento de Vida Cristiana hasta en las comunidades de consagrados.
Obviamente esta situación en un joven de 17 años, asustado por el “pronóstico” psiquiátrico determinante que había dado Rivva lo condujo a una depresión terrible, situación que nunca se había presentado antes.
Al sentimiento de culpabilidad de Sandra por no estar respondiendo a su "vocación fraterna", se añadió un sufrimiento injusto por el terror de lo que sería su vida futura, al lado de un “bipolar”.
Cabe decir que hoy, 30 años después del falso diagnóstico dado por alguien sin las competencias para ello, luego de haber pasado por profesionales en psiquiatría se ha demostrado que Carlos no tiene bipolaridad. Son otras las luchas, muy distantes de una enfermedad psiquiátrica, y más bien consecuencias directas del daño físico, psicológico y espiritual sufrido en la secta figariana desde su adolescencia y por varias décadas.

Fuimos novios desde los 16-17 hasta los 24-25 años respectivamente, a pesar de un gran peso espiritual y psicológico que nunca debimos cargar. Para ese momento ya la relación estaba desgastada por la presión externa y voluntariamente terminamos de forma definitiva. Posteriormente ingresamos en comunidad como consagrados por casi 10 años. A cada uno nos fue reforzado dentro de las comunidades que sí teníamos vocación de consagrados, que salir de comunidad sería una traición al “Plan de Dios” y que no seríamos felices.
Sin embargo, luego de haber recuperado un poco la libertad de elección, logramos salir de comunidad con dos semanas de diferencia y sin haber tenido contacto entre nosotros mientras fuimos consagrados. De esas coincidencias, en donde efectivamente la Providencia nos volvió a unir, pero esta vez, para siempre…
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