"Habría que 'recuperar' el otro Evangelio, el de aquellos que no tuvieron el honor de ser protagonistas" San José de Arimatea en la Pasión
"Quizás podríamos reconocer en el de José de Arimatea el rostro anónimo de muchas personas - por ejemplo yo quiero recordar a todas y cada una de las trabajadoras de la Enfermería Provincial de San Fermín de Aldapa que los Misioneros Claretianos tenemos en Pamplona- que acompañan, atienden, cuidan…"
"No se sabe mucho sobre José de Arimatea, una "persona buena y justa", aunque los cuatro evangelios lo mencionan"
" De José de Arimatea, citado en la Biblia como apóstol de Jesús, "pero en secreto", hay también hoy, personas de las que no se habla, o poco, casi como si lo que hacen (tomando cuidar de alguien o algo) no mereciera ser mencionado por no parecer de tanto valor"
" De José de Arimatea, citado en la Biblia como apóstol de Jesús, "pero en secreto", hay también hoy, personas de las que no se habla, o poco, casi como si lo que hacen (tomando cuidar de alguien o algo) no mereciera ser mencionado por no parecer de tanto valor"
En estos días que preceden al anuncio pascual, a la luz de la Resurrección, quisiera prestar atención a la figura del discípulo que se encargó de velar por el cuerpo de Jesús, ocupándose de su deposición de la cruz y de su sepultura en una tumba de su propiedad. Quizás podríamos reconocer en el de José de Arimatea el rostro anónimo de muchas personas - por ejemplo yo quiero recordar a todas y cada una de las trabajadoras de la Enfermería Provincial de San Fermín de Aldapa que los Misioneros Claretianos tenemos en Pamplona- que acompañan, atienden, cuidan…, velan por los ancianos y enfermos misioneros claretianos.
Gestos ocultos, preciosos en una lógica de respeto y dignidad de la persona (incluido el cuerpo, incluso después de la muerte), cada vez más puestos en crisis, incluso en nuestros días y en la sociedad actual, por prácticas menudo muy apresuradas, no siempre atentas a considerar el valor de la corporeidad o las emociones o de los sentimientos de los ancianos y de los enfermos.
No se sabe mucho sobre José de Arimatea, una "persona buena y justa", aunque los cuatro evangelios lo mencionan; no pronuncia frases entre comillas, hasta el punto de que quizás podamos desplegarlo en ese protagonismo de "segunda línea" que el Papa Francisco en la carta Patris Corde asigna al más conocido José, padre adoptivo de Jesús.
Incluso este ocultamiento -a pesar de ser un miembro ilustre del Sanedrín- convierte a "el custodio" en una figura actual como el "santo de al lado", también por esa cualidad propia de todo buen discípulo que expresa en su mejor momento: estar presente en el momento adecuado, haciendo nuestra parte cuando es realmente necesario, dar la cara, aunque esto signifique acudir personalmente a Pilato para pedirle, con una buena dosis de valentía, el cadáver de aquel "rey de los judíos" que anunciaron los profetas como destinado a resucitar.
Este papel esencial de José de Arimatea - silencioso, pero obedientemente omnipresente incluso en las "Deposiciones" de los artistas de todos los tiempos - siempre ha estado envuelto en un cierto halo de misterio (el halo de santidad no le fue atribuido hasta 1454). Es sorprendente su ausencia en los Hechos de los Apóstoles y, por el contrario, su "fortuna" literaria en los evangelios apócrifos (especialmente en el llamado "de Nicodemo", siglo V).
De José de Arimatea, citado en la Biblia como apóstol de Jesús, "pero en secreto", hay también hoy, personas de las que no se habla, o poco, casi como si lo que hacen (tomando cuidar de alguien o algo) no mereciera ser mencionado por no parecer de tanto valor. Sin embargo, actúan como una Iglesia oculta, trabajando para mediar en un bien que se debe realizar, según un espíritu cristiano. Más que una frase o un gesto, al contemplar la Pasión de Jesús me impacta la debilidad de Dios y de Jesús, la vulnerabilidad de Dios y de Jesús. Y me impactan la sobriedad y el silencio de las personas que acompañan de cerca a Jesús en sus últimos momentos de existencia. Hay tantos gestos de ternura que podemos imaginar en aquellas horas de deposición del cuerpo inerte y de su sepultura. Y en aquellos gestos está José de Arimatea.
Me vienen a la memoria tantos ejemplos. Por ejemplo, la persona de la mujer ama de casa, cuyo trabajo en el ámbito familiar no tiene precio. Se siente nostalgia por el olor de hogar, por su voz, por su palabra, por cuánto agradecimiento que sus manos fueron capaces de producir en gestos, cuidados, atenciones, y a ella a quien se le debe reconocer el mérito de ser la primera constructora de buenos ciudadanos, gracias a ese misma Espíritu arimateico. Como María, la madre no sólo engendra un hijo sino que lo entrega a la sociedad formada, hace historia doméstica y social, hace vivir la iglesia en las personas que la componen. Y tantos, tantos otros ejemplos, de bien, bondad y belleza tan discretos como eficaces.
Sabemos que, después de la muerte del Señor, es José de Arimatea quien se toma la molestia de pedir a Pilato el cuerpo de Jesús. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana blanca y lo puso en su sepulcro nuevo, excavado en la roca. Aquel sepulcro que pertenece a José se convierte primero en el sepulcro de Jesús. En el griego original "tumba" se dice con la palabra mnēmeiō, que tiene una estrecha relación con la palabra "memoria". Literalmente, mnēmeiō podría significar “memorial” tal como un monumento funerario, un lugar donde se guardan los restos mortales de alguien y se preserva su memoria. De hecho, deriva de mnémeion y no nos resulta difícil reconocer también el adjetivo "mnemotécnico". Mnémé, entonces, en griego significa memoria, recuerdo de lo que ha sido y de lo que no se querría perder.
La idea de colocar el cuerpo de Jesús en un memorial/tumba me resulta sugerente porque me evoca también poner a Jesús en nuestra memoria. Y esto significa también, por ejemplo, ponerlo en nuestras cosas muertas, en las relaciones enterradas en la memoria y dejadas inconclusas, en los trabajos pendientes, en las palabras no dichas o mal dichas.
Así como José de Arimatea coloca el cuerpo del Señor en su tumba/memoria, también es necesario, por ejemplo, no perder nada del mundo que está dentro de nosotros. Recuerdos, sueños inconclusos esperando luz, fragmentos en busca de paz y plenitud: aquí es donde poner a Jesús.
Tantas veces me he preguntado si no habría que “recuperar” el otro Evangelio, el de aquellos que no tuvieron el honor de ser protagonistas. Ni siquiera, el mérito de que sus palabras fueran recogidas en los Evangelios canónicos. José, el padre de Jesús. José de Arimatea, el custodio de la deposición y de la sepultura de Jesús. ¿Cómo sería el Evangelio narrado por estos personajes o por tantos otros desconocidos, anónimos, que hicieron posible la historia más bella y grande jamás narrada? Es curioso, la vida de Jesús se abre y se cierra con José, su custodio al comienzo y al final.
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