A propósito del viaje de Francisco a Córcega Vamos al otro lado del lago (Marcos 4, 35)
Dejarse interpelar por las fronteras permite buscar en las experiencias concretas posibles migajas de autenticidad maduradas tras viajes dolorosos teñidos de heridas y de liberación
Sí, Jesús fue con sus discípulos al otro lado. Éste es el título de mi blog.
Los signos de la historia y de los acontecimientos humanos, complejidades que hay que acoger y descifrar, constituyen el espacio impredecible en el que la inteligencia y la vivencia de la fe sólo puede entrar de puntillas. Esta reserva de lo inesperado surge en las fronteras, de las periferias, de los sub-urbios… del otro lado… en esos límites lábiles entre lo conocido y lo desconocido, donde códigos y definiciones experimentan una limitación. Las fronteras son situaciones en las que surge lo inesperado, provocando nuevas preguntas, penetrando el presente con la energía creativa, innovadora, sorprendente… alternativa… del futuro.
En la antigüedad, el “finis terrae” representaba el fin del mundo conocido y el comienzo de lo desconocido: donde las fronteras generan el sabor de la imaginación.
Están las fronteras de la Iglesia, pero también fronteras - aparentemente - fuera de la Iglesia que expresan una profecía "secular" a veces revolucionaria. La Iglesia es relevante y significativa en la medida en que no sólo va a la frontera, sino que surge de la frontera.
Francisco, el Papa que vino del fin del mundo, recuerda a menudo que "enseñar y estudiar teología significa vivir en una frontera, en la que el Evangelio responde a las necesidades de las personas a las que debe ser anunciado de manera comprensible y significativa" (Carta a la Pontificia Universidad Católica Argentina, 3 de marzo de 2015).
La elección de realizar su primer viaje apostólico a Lampedusa constituye un signo profético: a partir de las periferias humanas donde los rechazados -en este caso los inmigrantes- se convierten en piedras fundamentales de un cristianismo que asume la mirada de los oprimidos. Las lágrimas y el llanto de quienes viven en la frontera se convierten en una enseñanza de vida para quienes -residiendo en el centro- creen que tienen que enseñar sin aprender nada más. Las fronteras son signos que se encuentran en la realidad, por eso el Papa Francisco reitera a menudo que "la realidad es superior a la idea".
La elección de no acudir a París con motivo de la reinauguración de Notre-Dame sino Ajaccio (Córcega) el 15 de diciembre es quizá, ¿o seguramente? un signo a descifrar. Ciertamente no se trata de un viaje de Estado. Tampoco al centro de la metrópoli parisina sino a un sub-urbio periférico y fronterizo francés
Aquí se contiene la propuesta de un cristianismo que va más allá del modelo tradicional en el que las ideas se aplican a las historias de las personas. Dejarse interpelar por las fronteras permite buscar en las experiencias concretas posibles migajas de autenticidad maduradas tras viajes dolorosos teñidos de heridas y de liberación.
El Adviento en la periferia del desierto… o la Navidad en el sub-urbio de Belén… nos invitan a desplazar el corazón y la mirada evitando el riesgo de vivir y de anunciar el Evangelio desde un laboratorio aséptico en el que el contacto con la humanidad concreta se vuelve accesorio y los principios prevalecen sobre la lógica del cambio. La frontera no puede domesticarse. El centro ya lo hemos domesticado. Hay valores no negociables: "la Buena Nueva a los pobres, libertad a los presos, vista a los ciegos" (Lucas 4,14-21). El resto de las agendas, con sus compromisos e invitaciones, es hasta modificable frente a lo que evangélicamente es prioritario y tiene preferencia.