Con la vista en el Bautismo de Jesús, que desciende "El Hijo de Dios entendió otra forma de hacer la historia"
"Para ser bautizado, Jesús entra en el Jordán, en el cauce lleno de aguas buenas y vivificantes, que desemboca en la hondonada desalentadora de ese lago salado, inhóspito e impermeable a la vida"
"En hebreo, la palabra 'Jordán' significa 'El que desciende', y es más que apropiada… Jesús se sumerge en 'el que desciende'"
"¿Y cómo podría ser distinta su primera manifestación al mundo, dado que todo en su vida habla de un continuo descenso?"
"¿Y cómo podría ser distinta su primera manifestación al mundo, dado que todo en su vida habla de un continuo descenso?"
Con un estilo seco, San Marcos describe el bautismo de Jesús: «En aquellos días, Jesús vino de Nazaret de Galilea y fue bautizado en el Jordán por Juan» (Mc 1,9). El Señor no fue bautizado con agua de aquel río, sino en él: una inmersión que lo envolvió, casi identificándolo con aquella corriente.
En hebreo, la palabra «Jordán» significa «El que desciende», y es más que apropiada. En efecto, desde la considerable altura de su nacimiento en el monte Hermón (2700 m), el río desciende hasta el lago de Tiberíades, a casi 250 metros por debajo del nivel del mar. Desde esa cuenca desemboca en la gran depresión provocada por el resquebrajamiento de la corteza terrestre, para desembocar en el Mar Muerto, a 400 metros bajo el nivel del mar, el punto más bajo de la superficie terrestre. El curso del Jordán es un violento descenso, un precipicio de más de tres mil metros. Para ser bautizado, Jesús entra en el Jordán, en el cauce lleno de aguas buenas y vivificantes, que desemboca en la hondonada desalentadora de ese lago salado, inhóspito e impermeable a la vida.
Jesús se sumerge en «el que desciende». ¿Y cómo podría ser distinta su primera manifestación al mundo, dado que todo en su vida habla de un continuo descenso?
Desde el comienzo de su Evangelio, San Marcos señala la nueva forma de santidad, la que es verdaderamente agradable a Dios: no una subida incesante hacia quién sabe qué cielo, sino un descenso constante para alcanzar lo que está muerto y es mortal, nada prometedor; lo que extingue toda esperanza, haciendo vanos todos los esfuerzos.
¿Desde qué altura debe descender el río de mis días? ¿Cuál es el nombre exacto de la altura desde la que debo descender? ¿Cuál es el nombre del Mar Muerto al que el Señor destina mis aguas? ¿Cuál es? ¿Quién es?
El bautismo en el nombre del Señor Jesús es un gesto serio y exigente: el Bautismo evangélico asume el compromiso de «bajar», incluso ante una situación o una persona que todos califican de «desesperada o sin esperanza». El bautismo cristiano comienza midiendo la altura pomposa del propio paso y descendiendo.
Situado en el capítulo 2 de la Carta que San Pablo dirigió a los cristianos de la ciudad macedonia de Filipos, el himno, que nos propondrá la liturgia del Domingo de Pasión, es quizá una cita de un canto en uso en las Iglesias paulinas. En el Evangelio de Juan y en los escritos del Apóstol, la Pascua de Cristo se presentaba a menudo como una «exaltación», una «glorificación» según una imagen de tipo «ascensión vertical». Pues bien, este modo expresivo domina en este texto, que, sin embargo, introduce también la Encarnación, y el Bautismo, que, en cambio, se representan con una imagen «vertical-descendente».
Por una parte, pues, tenemos el descenso humillante del Hijo de Dios cuando se encarna, sumergiéndose hasta el «vaciamiento» (en griego -kénosis-) de toda su gloria divina en la muerte de cruz, suplicio de esclavo, es decir, del último de los hombres para ser, de este modo, hermano de toda la humanidad. Y el Bautismo en las aguas del Jordán es una muestra más de ese abajamiento descendente. Pero, por otra parte, la ascensión triunfal que se realiza en la resurrección, cuando Cristo se presenta en el resplandor de su divinidad, en la «exaltación» gloriosa que celebra todo el cosmos y toda la historia ahora redimida.
La vida del Hijo de Dios se apoya, pues, en este contraste entre descenso y ascensión, entre humanidad y divinidad, entre muerte y resurrección. En el primer movimiento, el Hijo de Dios atraviesa la distancia infinita entre el Creador y la criatura. No teme perder sus tesoros de grandeza, al contrario, se «vacía» y se «humilla», precipitándose en el abismo de la mortalidad de la encarnación, de la humildad del bautismo, y eligiendo la crucifixión, la muerte más infame de la civilización antigua. Pero precisamente desde esta solidaridad extrema y suprema con nuestra desdichada humanidad comienza el segundo movimiento.
Desde la cima del Gólgota comienza la «exaltación» pascual de Cristo resucitado, expresada mediante la triple repetición del «nombre» que Jesús recibe como don de Dios. Es bien sabido que en el mundo bíblico el «nombre» indica la persona y su dignidad. Este nuevo «nombre», que lanza a todas las criaturas -descritas según la tripartición semítica del cosmos en «cielos, tierra y debajo de la tierra»- a la adoración, es Kyrios, «Señor», el término empleado en el Antiguo Testamento, traducido al griego y utilizado por los cristianos, para designar el nombre sagrado del Dios bíblico, Jhwh.
El glorioso Cristo resucitado aparece en la plenitud de la divinidad, como el Pantokrator, es decir, el Cristo todopoderoso que asoma triunfante desde los ábsides de las primitivas basílicas cristianas o bizantinas. Todavía lleva las marcas de la pasión y de la muerte, pero ahora está esplendoroso en la luz de la divinidad, esa luz que se había eclipsado en la cruz del Calvario, cuando Jesús se había «vaciado» de su gloria divina, para entrar en el seno de la humanidad, hecha de limitación, pecado, dolor y muerte. Es la misma luz que resplandece de nuevo en la resurrección, envolviendo el cielo, la tierra y el infierno, es decir, todo el ser redimido.
"El que se rebajó a sí mismo a la carne de la humanidad otorgue a la Iglesia y nos otorgue a cada uno de nosotros el don de la inteligencia y la sabiduría para leer e interpretar la historia desde abajo y desde adentro"
El Bautismo de Jesús, primer misterio de la luz, nos invita a contemplar el abajamiento, el descendimiento, de Jesús en las aguas de nuestra humanidad pecadora simbolizadas en el río Jordán. El que se rebajó a sí mismo a la carne de la humanidad, el que se sumergió en las aguas del Jordán, el que se arrodilló para lavar los pies de los discípulos, el que se humilló a sí mismo hasta someterse a la muerte de cruz, el que descendió a los infiernos, otorgue a la Iglesia y nos otorgue a cada uno de nosotros el don de la inteligencia y la sabiduría para leer e interpretar la historia desde abajo y desde adentro. El Hijo de Dios entendió otra forma de hacer la historia.
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