A modo de reconocimiento y homenaje al creyente y teólogo José Ignacio González Faus La teología: un imaginar y un hablar cristiano de Dios

"La teología siempre debe aproximarse críticamente a la teopoética de Jesús y a su lenguaje narrativo, simbólico, icónico"
"Una Iglesia en salida implica también una "teología en salida y misionera", una "teología de la calle y de su experiencia"
"Una teología más imaginativamente evangélica sería de gran ayuda. La Iglesia necesita de una extraordinaria imaginación bíblica que, con una teología simbólica y figurativa, pueda hablar de Dios vivo en la historia del hombre"
"Una teología más imaginativamente evangélica sería de gran ayuda. La Iglesia necesita de una extraordinaria imaginación bíblica que, con una teología simbólica y figurativa, pueda hablar de Dios vivo en la historia del hombre"
A modo de reconocimiento y homenaje al creyente y teólogo José Ignacio González Faus (y de todos aquellos que han ejercido o ejercen el noble arte de la teología)
La tradición católica de la teología guarda un capítulo particular para el Proslogion de San Anselmo de Canterbury y su propuesta de un concepto límite de “Dios” -“Id quo maius cogitari nequit”, es decir “aquello mayor de lo cual no se puede pensar”- que exige negar toda representación de Dios dentro de un concepto, según toda la tradición apofática de la teología. En nuestra reflexión, todos trabajamos un poco con el “Dios extrínseco” del nominalismo. Sin embargo, “Éste” no es el Dios de la tradición judeo-cristiana, del que se habla más como de un “acontecimiento” y no como de una “sustancia”.
Porque el Jesús de los Evangelios hablaba de un Dios Padre y del Dios de un Reino: de un Dios-ágape, único y siempre amor. Nos habló de Él, de su paternidad compasiva y misericordiosa, nos habló de la venida de Su Reino como Año de Gracia y como Buena Noticia ¿Qué es el Reino de Dios, sino lo que sucede entre los seres humanos cuando Dios reina?

Queriendo cumplir su tarea de reflexión creyente, y también de comunicación en beneficio de la evangelización y de la predicación cristiana, la teología siempre debe aproximarse críticamente a la teopoética de Jesús y a su lenguaje narrativo, simbólico, icónico. El lenguaje de Jesús es «poético», no sólo porque utiliza metáforas y analogías extraídas de las experiencias de las personas, sino porque es un lenguaje que ilumina, abre nuevas visiones, amplía los horizontes de lo observable y pretende transformar la vida, cambiar la dirección del sentido de la existencia, renovar las relaciones humanas con el amor, dar esperanza y consuelo a los hombres y mujeres encontrados.
La teopoética de Jesús es utopía concreta del Reino de Dios. Ser 'poético' no es menos 'crítico', ciertamente 'utópico'. Y esto debería ser tenido en cuenta cada vez más por la teología, incluso sin mencionar la profecía de Martin Heidegger sobre la naturaleza poética del pensamiento que se revelará en el futuro. La imaginación de Jesús es la de un mundo nuevo, para construir el cual será necesario llegar a su imaginación de Dios, “único y siempre amor”, precisamente porque es absolutamente misericordioso: es un Dios que no tiene nada que ver con otras imágenes no evangélicas sino de otro sesgo (canónico, dogmático, filosófico, moralista...).
También hoy en el siglo XXI nos es necesario pensar y comunicar de manera comprensible la Verdad del acontecimiento cristiano, teniendo en cuenta que es necesario sufrir para que la verdad no se transforme en doctrina, sino que nazca siempre de la carne.
Es también la carne del drama humano de esta historia y de este mundo que hoy pide un nuevo pensar en Dios y un nuevo anuncio de Dios y, por tanto, espera volver a escuchar la Buena Noticia en el lenguaje y la forma con que Jesús mismo trajo, encarnando en gestos y palabras, esa Buena Noticia al mundo. La teología tiene esta responsabilidad, incluso ética, de trasladar el conocimiento crítico de la fe a un lenguaje comprensible hic et nunc, dentro de la actual transición cultural, en la que muchos otros saberes luchan por ofrecer formas muy diferentes de salvación a los seres humanos.
La caridad intelectual es una operación teológica que puede concebirse como paciencia intelectual de la caridad -Marie-Dominique Chenu- y delinea la verdadera tarea – la más difícil y poco practicada – para la renovación de la teología científica hoy: alimentar al hambriento, nutrir su cuerpo para que no muera de hambre es esencial, hoy como ayer. Dar ese «pan que nutre la mente» para calentar los corazones y «soñar despiertos» -Ernst Bloch-, para tener nuevas visiones, utopías que abran un futuro más justo y solidario, es la caridad intelectual que nunca dejamos de necesitar, para no terminar como los profetas de la fatalidad.
No hay nadie que no vea que una "Iglesia en salida" (junto a todas las demás metáforas del Papa Francisco: "pastores con olor a oveja", "estoy a la puerta y llamo, desde dentro quiero salir", así como "el tiempo es superior al espacio") implica también una "teología en salida y misionera", una "teología de la calle y de su experiencia": una teología popular porque se interesa por los hombres (y no tanto por los ángeles), por los dramas cotidianos de la existencia humana (y no tanto por los caminos interrumpidos de las esencias antropológicas), abordando las cuestiones globales que impone la lamentable condición de los seres humanos en nuestras sociedades.

Una teología verdaderamente interesada en “Dios” y que tenga en el corazón los verdaderos intereses de Dios (porque teología según la etimología es “ciencia de/sobre Dios”) debe seguir actualizando su lenguaje en medio de la evolución dogmática del siglo XX después del Concilio Vaticano II. Es una veta de renovación que parece estar perdiendo fuelle, si es que no lo ha hecho ya. Y una teología que sabe que lo que está en juego, de hecho, es lo humano-que-es-común-a-todos, esa humanidad abierta al abismo de su eliminación, en las múltiples formas de barbarie, posibilitadas por estos tiempos de “conciencia rota”, de “pasiones tristes”, de liquidez generalizada. Ciertamente, para la teología cristiana –cuya razón teológica se deja instruir por la verdad de Dios en Jesús– el problema de Dios y de su existencia es la cuestión del ser humano.
Y creo que la teología puede imaginarse una teología más figurativa, y hacerlo en nuestros tiempos cuando los científicos desarrollan sistemas que permiten a la inteligencia artificial imaginar cosas que no han visto. Es precisamente la imaginación de la que hacía gala el Maestro de Nazaret la que debe ganar más espacio en el ejercicio del trabajo teológico.
Una teología más imaginativamente evangélica sería de gran ayuda. La Iglesia necesita de una extraordinaria imaginación bíblica que, con una teología simbólica y figurativa, pueda hablar de Dios vivo en la historia del hombre. En otras palabras, poner la tarea creyente e intelectual de la teología al servicio de la alegría del Evangelio.
Si la teología quiere cumplir su tarea, tendrá que hablar más allá del ámbito conceptual de la academia, de la biblioteca, de la facultad… y buscar un nuevo lenguaje comunicativo, que incluya un conocimiento de la fe más encarnado y conectado/correspondiente a las formas culturales en las que las personas descubren y viven el sentido de sus propias vidas. ¿Qué pasaría con la teología académica si finalmente decidiera hablar a la inteligencia emocional de la gente común? Pues que, por ejemplo, integraría, en el ejercicio de su racionalidad, la imaginación y, a través de ella, el arte de la imagen, de la metáfora, de la parábola, del símbolo… de la literatura y de la poesía… adquiriendo en su lenguaje nuevos registros lingüísticos.
Solamente así la teología podrá ayudar a producir nuevas imaginaciones cristianas del mundo y de Dios si asume ser teología de la imaginación evangélica y ampliando el espacio sapiencial para el ejercicio de la razón y empujándola más allá del concepto metafísico, de la idea abstracta, comunicando sobre todo la belleza, la bondad, la verdad del Dios cristiano que se hizo espíritu encarnado en la carne humana del Verbo.
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