Comentario a las lecturas del XXVIº Domingo del Tiempo Ordinario "Los de fuera son a veces falsos enemigos"
"Nuestro anónimo operador de exorcismos, por tanto, está fuera del organigrama. No sigue las directrices de los Doce, sino que actúa apelando a la autoridad del Señor. Y Jesús le da la razón"
"El organigrama tradicional se parece mucho a una tropa con relaciones jerárquicas bien definidas"
"El lenguaje figurado del Evangelio nos recuerda lo costosa y dolorosa que puede ser la operación de limpieza. Operación costosa, dolorosa y, yo añadiría, agotadora: caminar hacia el Reino en pureza, pero sin purgar"
"El lenguaje figurado del Evangelio nos recuerda lo costosa y dolorosa que puede ser la operación de limpieza. Operación costosa, dolorosa y, yo añadiría, agotadora: caminar hacia el Reino en pureza, pero sin purgar"
"Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y queríamos impedírselo, porque no nos seguía". Pero Jesús les dijo: "No se lo impidáis...". El episodio, en cierto modo, se explica por sí mismo. No es de extrañar que el nombre de Jesús sea eficaz para derrotar al mal. Más bien importa un detalle: que hay uno, no identificado, que entró en contacto con Jesús, creyó en él y luego siguió su camino.
Nada más sabemos de este creyente por libre. Podemos conjeturar que se encomendó a sí mismo una misión: lo dejó todo y se convirtió en heraldo del Reino ya presente. ¿O simplemente volvió a su vida anterior? ¿A su trabajo? ¿A su familia? con la importante novedad de que, cuando surge la necesidad, realiza algún milagro en nombre de Jesús.
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En el primer caso deberíamos hablar del prototipo del librepensador eclesial; en el segundo, del prototipo de gran parte del Pueblo de Dios: los laicos. Ciertamente no forma parte del organigrama tradicional, de hecho Marcos escribe "no nos seguía". El organigrama tradicional se parece mucho a una tropa con relaciones jerárquicas bien definidas. Tradicional significa aquí 'en la percepción común': una percepción aproximada, no la del catecismo y los teólogos.
Nuestro anónimo operador de exorcismos, por tanto, está fuera del organigrama. No sigue las directrices de los Doce, sino que actúa apelando a la autoridad del Señor. Y Jesús le da la razón. La causa del Reino sobra a las estructuras visibles, a los alineamientos regimentados, no soporta estar constreñida en relaciones jerárquicamente atadas.
Tenemos una anticipación de este tema en la primera lectura. El Espíritu es arrebatado a Moisés (hoy diríamos: Moisés lo comparte) y transmitido, de forma puntual, a setenta ancianos debidamente elegidos. Dos de los elegidos, Eldad y Medad, no siguen las instrucciones como los otros sesenta y ocho, sin embargo reciben el Espíritu y comienzan a profetizar. Entonces, como siempre, se encuentra alguien "más monárquico que el rey", que querría cortar y castigar esta exuberante manifestación del Espíritu. Y llega la famosa réplica: "¡Ojalá todo el pueblo del Señor recibiera el espíritu del Señor y profetizara!".
Hoy sabemos, en teoría, que todo bautizado se incorpora a Cristo y participa así en su misión sacerdotal, profética y real. Más allá del perímetro marcado por el bautismo, san Pablo enseña que todo fue creado por Él y en vista de Él (Col 1,16); y esto justifica la búsqueda de las semillas del Verbo también fuera del jardín. Pero todo esto se queda en la teoría; en la práctica, también nosotros estamos acostumbrados a pensar, como Josué y los Doce, que la misión sacerdotal, profética y real se inscribe en formas visiblemente reconocibles y jerárquicamente estructuradas. Por eso sorprende oír que, en el camino sinodal, "es importante escuchar también a los que no vienen a la iglesia, al menos no a menudo", incluso a los que no vienen en absoluto. Para subrayar que "el Espíritu Santo, en su libertad, no conoce fronteras, y ni siquiera se deja limitar por afiliaciones", en un discurso a la diócesis de Roma, el Papa tuvo que recordar que incluso un asno puede convertirse en profetia de Dios.
Volviendo al "creyente por libre" del que se habla en el pasaje de hoy, al constatar que se legitima la mayor libertad en la vivencia de la fe, frente a las organizaciones visibles, también hay que señalar que se subraya el más fuerte de los vínculos: trabajar en Su nombre. El concepto se reitera en el versículo siguiente: incluso ofrecer un vaso de agua es un gesto que hace avanzar a la humanidad hacia el Reino, pero es un vaso de agua en mi nombre porque sois de Cristo. Estamos, pues, "condenados" a tener que caminar siempre por esta doble vía: el carácter incluso inconsciente del testimonio (como en Mateo 25), por otra parte la llamada al nombre de Jesús; en medio está la variedad de formas, sugeridas por la imaginación siempre creativa del Espíritu Santo.
No se pueden pasar en silencio los últimos versos, aquellos sobre el escándalo contra los pequeños, pequeños no sólo en el sentido de la edad. Este tema es de dolorosa actualidad desde hace varios años. Y no basta con estar atentos; el lenguaje figurado del Evangelio nos recuerda lo costosa y dolorosa que puede ser la operación de limpieza. Operación costosa, dolorosa y, yo añadiría, agotadora: caminar hacia el Reino en pureza, pero sin purgar.
Entre los males que pueden atacar a una comunidad, está el de la vista, que nos hace creer que nos fijamos en el enemigo, porque es distinto de nosotros, mientras que nunca nos vemos a nosotros mismos. Por eso siempre se está en guardia contra los que no son de los nuestros, y es Jesús quien desenmascara la contradicción: aquella por la que uno es muy capaz de escandalizarse por el comportamiento de los demás y, al mismo tiempo, incapaz de darse cuenta del propio.
Dejando claro que los de fuera son a veces falsos enemigos ("El que no está contra nosotros, está por nosotros"), el Señor advierte que es posible recibir de ellos el bien (aunque sólo sea "un vaso de agua"); luego desplaza la mirada hacia el verdadero escollo, la malicia que llevamos dentro
Para los que tienen en mente castigos ejemplares hacia los que "no nos siguen" conviene recordarles que los propios miedos acaban por paralizar ya que un preso también puede ser víctima de sí mismo. Y los grilletes que nos bloquean evocan la piedra de molino alrededor del cuello de quien, al no ver más que el mal, merece permanecer anclado al mal.
Si se considera poseedor de la verdad, todo grupo eclesial demasiado pagado de sí mismo corre el riesgo de rechazar lo que otro puede ofrecerle. Y su cerrazón escandaliza a los simples creyentes desprovistos de malicia.
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