Sumergirse y empaparse, eso es la oración - (1ª Parte)
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Sé que me repito como pollino de noria. Pero, por favor, no os fijéis en el asno, sino en el agua que va vertiendo. Al fin y al cabo la oración es repetición y mojadura.
En las confesiones que os comparto aparece con cierta frecuencia la expresión "oración de impregnación".
Algunos me han reñido, con toda razón, por no explicar previamente lo que para mí significa esa expresión. Lo voy a intentar hoy.
Por decirlo rápido y breve, "oración de impregnación" es algo parecido a "oración de contemplación", con los matices y metodología que expondré.
La palabra "contemplación" sugiere exterioridad (contemplamos algo distinto de nosotros mismos), racionalidad (miramos con la mente) y conocimientos (hay que partir de alguna idea previa para contemplar según qué).
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La acepción religiosa de la palabra "contemplar" en el diccionario dice: "Ocuparse con intensidad en pensar en Dios y considerar sus atributos divinos o los misterios de la religión".
Muchísimos equiparan "contemplación" a "oración mental" o "meditación", que son actividades cerebrales, como bien define el diccionario en "meditar": "Aplicar con profunda atención el pensamiento a la consideración de algo, o discurrir sobre los medios de conocerlo o conseguirlo".
De ahí que, entre los fieles sencillos, no tenga atractivo alguno lo de la "contemplación". Eso debe ser para intelectuales…
Esa oración "intelectualizada" también es la causa de que muchos profesionales de la religión no hagan "oración personal". Ya están pensando en Dios -dicen ellos- todo el día (los que hacen teología) o ya están celebrándolo (los dedicados a los sacramentos) o ya están enseñándolo (los maestros y predicadores) o ya le atienden en los pobres (los asistenciales) o ya le oran en el "oficio divino" obligatorio, etc. ¡Excusas de mal pagador!
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La palabra "impregnación", sin embargo, es más concreta, más real. Sugiere algo así como empaparse, llenarse, dejarse penetrar e influir, al margen de actividad mental alguna.
Creo que describe muchísimo mejor lo que es la "oración personal profunda", más afectiva que cerebral, aunque ciertamente uno no pueda desenroscarse la cabeza.
Dos metáforas para entender mejor la diferencia: En la contemplación miramos al cielo y contemplamos su belleza. En la impregnación nos zambullimos en el cielo, dentro de nosotros mismos. Es lo que expresa Juan de la Cruz: "los ojos deseados que tengo en mis entrañas dibujados"… Si en la contemplación nos extasiamos con las magníficas propiedades del vino (Dios mismo), en la impregnación lo gustamos, lo bebemos y, si es posible, nos emborrachamos...
¿Cómo es posible palparnos a nosotros mismos y "ver" o "gustar" a Dios? La respuesta está en el Evangelio: "El reino de los cielos está dentro de vosotros" (Lc 17,21). O aquello otro: "a nuestra imagen y semejanza" (Gen 1,26). En el "microcosmos", que llevamos dentro, Dios nos habita e inunda, es el fiel reflejo del "macrocosmos" celeste que algún día descubriremos.
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Y os haré mi confesión personal: A estas alturas de mi vida me parece facilísimo "ver" y "gustar" a Dios porque he descubierto que es "la Infinitud de las aspiraciones profundas del hombre", sin la menor duda. No tienes más que sumergirte en esas "aspiraciones" de tu ser y ya estás palpando la esencia divina.
Cuando somos capaces de ACTUAR de acuerdo con esas humanas "aspiraciones" (esencia divina que nos constituye) entonces conseguimos el equilibrio, la madurez, la plenitud humana. O, si queréis llamarlo con el nombre tradicional, la santidad.
La dificultad está en que vivimos en el "exterior" y en la "inconsciencia" de lo que somos. Lo más frecuente es que, aún haciendo oración, nos situemos "fuera". Nos imaginamos tomando el sol a la orilla del Mar. Pero la realidad es que no somos bañistas al borde del Mar, sino olas de ese mismo Mar.
Lo difícil para mí, en este momento, es querer explicaros esa experiencia interior. Es más fácil enseñar a andar en bicicleta por correspondencia.
Aún así, voy a intentar describir algunos pasos en un sencillo esquema. Tengo la certeza de que estas líneas no sumergirán a nadie en la "oración de impregnación". Pero tal vez animen a algunos valientes a probar lo gratificante que es sumergirse en un "baño de ola". Además, confío plenamente en el Entrenador Espiritual que, a poco que nos abramos, nos enseñará a bucear y ver maravillas.
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1. PREPARARSE:
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- Deja toda actividad exterior e interior (incluso las relacionadas con Dios).
- Busca la soledad (si es posible). Si no, aíslate en tu interior. (Hay quien hace preciosa oración personal en un autobús, un avión o un templo lleno de algarabía).
- Ponte cómodo y relajado (sin llegar al riesgo de dormición).
- Haz silencio interior (esto es lo más difícil). Volarán por tu mente las "mariposas" de lo que tengo que hacer, lo que me preocupa, el aleteo del reloj, etc. Una señora en un grupo de oración nos confesaba que a ella no le venían "mariposas" sino "elefantes voladores".
Es cierto. Hacer silencio interior requiere entrenamiento para abandonarse por completo en los brazos del Dios amante y amado con el que pretendes entrar en contacto.
A veces, no hay otro remedio que empezar poniendo de rodillas a las "mariposas" o los "elefantes". Es decir, empezar contándole al Señor lo que te duele, ocupa o preocupa, para poder ir soltando esos globos externos y sumergirte.
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Aunque el mejor remedio, la segura entrada, consiste en tener bien anclada la "determinada determinación" -que decía nuestra Teresa de Jesús- de hacer oración personal todos los días. Ya se caiga el mundo o expire el reloj, ya me sienta volando por el séptimo cielo o caminando entre los elefantes.
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(Dentro de unos días terminaré de describir el esquema de la "oración de impregnación").
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Este es mi nuevo Libro, digital y gratuito. Son 5 fascículos independientes. Puedes pedirlos a jairoagua@gmail.com
Los recibirás en tu correo electrónico gratuitamente.
Sé que me repito como pollino de noria. Pero, por favor, no os fijéis en el asno, sino en el agua que va vertiendo. Al fin y al cabo la oración es repetición y mojadura.
En las confesiones que os comparto aparece con cierta frecuencia la expresión "oración de impregnación".
Algunos me han reñido, con toda razón, por no explicar previamente lo que para mí significa esa expresión. Lo voy a intentar hoy.
Por decirlo rápido y breve, "oración de impregnación" es algo parecido a "oración de contemplación", con los matices y metodología que expondré.
La palabra "contemplación" sugiere exterioridad (contemplamos algo distinto de nosotros mismos), racionalidad (miramos con la mente) y conocimientos (hay que partir de alguna idea previa para contemplar según qué).
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La acepción religiosa de la palabra "contemplar" en el diccionario dice: "Ocuparse con intensidad en pensar en Dios y considerar sus atributos divinos o los misterios de la religión".
Muchísimos equiparan "contemplación" a "oración mental" o "meditación", que son actividades cerebrales, como bien define el diccionario en "meditar": "Aplicar con profunda atención el pensamiento a la consideración de algo, o discurrir sobre los medios de conocerlo o conseguirlo".
De ahí que, entre los fieles sencillos, no tenga atractivo alguno lo de la "contemplación". Eso debe ser para intelectuales…
Esa oración "intelectualizada" también es la causa de que muchos profesionales de la religión no hagan "oración personal". Ya están pensando en Dios -dicen ellos- todo el día (los que hacen teología) o ya están celebrándolo (los dedicados a los sacramentos) o ya están enseñándolo (los maestros y predicadores) o ya le atienden en los pobres (los asistenciales) o ya le oran en el "oficio divino" obligatorio, etc. ¡Excusas de mal pagador!
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La palabra "impregnación", sin embargo, es más concreta, más real. Sugiere algo así como empaparse, llenarse, dejarse penetrar e influir, al margen de actividad mental alguna.
Creo que describe muchísimo mejor lo que es la "oración personal profunda", más afectiva que cerebral, aunque ciertamente uno no pueda desenroscarse la cabeza.
Dos metáforas para entender mejor la diferencia: En la contemplación miramos al cielo y contemplamos su belleza. En la impregnación nos zambullimos en el cielo, dentro de nosotros mismos. Es lo que expresa Juan de la Cruz: "los ojos deseados que tengo en mis entrañas dibujados"… Si en la contemplación nos extasiamos con las magníficas propiedades del vino (Dios mismo), en la impregnación lo gustamos, lo bebemos y, si es posible, nos emborrachamos...
¿Cómo es posible palparnos a nosotros mismos y "ver" o "gustar" a Dios? La respuesta está en el Evangelio: "El reino de los cielos está dentro de vosotros" (Lc 17,21). O aquello otro: "a nuestra imagen y semejanza" (Gen 1,26). En el "microcosmos", que llevamos dentro, Dios nos habita e inunda, es el fiel reflejo del "macrocosmos" celeste que algún día descubriremos.
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Y os haré mi confesión personal: A estas alturas de mi vida me parece facilísimo "ver" y "gustar" a Dios porque he descubierto que es "la Infinitud de las aspiraciones profundas del hombre", sin la menor duda. No tienes más que sumergirte en esas "aspiraciones" de tu ser y ya estás palpando la esencia divina.
Cuando somos capaces de ACTUAR de acuerdo con esas humanas "aspiraciones" (esencia divina que nos constituye) entonces conseguimos el equilibrio, la madurez, la plenitud humana. O, si queréis llamarlo con el nombre tradicional, la santidad.
La dificultad está en que vivimos en el "exterior" y en la "inconsciencia" de lo que somos. Lo más frecuente es que, aún haciendo oración, nos situemos "fuera". Nos imaginamos tomando el sol a la orilla del Mar. Pero la realidad es que no somos bañistas al borde del Mar, sino olas de ese mismo Mar.
Lo difícil para mí, en este momento, es querer explicaros esa experiencia interior. Es más fácil enseñar a andar en bicicleta por correspondencia.
Aún así, voy a intentar describir algunos pasos en un sencillo esquema. Tengo la certeza de que estas líneas no sumergirán a nadie en la "oración de impregnación". Pero tal vez animen a algunos valientes a probar lo gratificante que es sumergirse en un "baño de ola". Además, confío plenamente en el Entrenador Espiritual que, a poco que nos abramos, nos enseñará a bucear y ver maravillas.
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1. PREPARARSE:
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- Deja toda actividad exterior e interior (incluso las relacionadas con Dios).
- Busca la soledad (si es posible). Si no, aíslate en tu interior. (Hay quien hace preciosa oración personal en un autobús, un avión o un templo lleno de algarabía).
- Ponte cómodo y relajado (sin llegar al riesgo de dormición).
- Haz silencio interior (esto es lo más difícil). Volarán por tu mente las "mariposas" de lo que tengo que hacer, lo que me preocupa, el aleteo del reloj, etc. Una señora en un grupo de oración nos confesaba que a ella no le venían "mariposas" sino "elefantes voladores".
Es cierto. Hacer silencio interior requiere entrenamiento para abandonarse por completo en los brazos del Dios amante y amado con el que pretendes entrar en contacto.
A veces, no hay otro remedio que empezar poniendo de rodillas a las "mariposas" o los "elefantes". Es decir, empezar contándole al Señor lo que te duele, ocupa o preocupa, para poder ir soltando esos globos externos y sumergirte.
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Aunque el mejor remedio, la segura entrada, consiste en tener bien anclada la "determinada determinación" -que decía nuestra Teresa de Jesús- de hacer oración personal todos los días. Ya se caiga el mundo o expire el reloj, ya me sienta volando por el séptimo cielo o caminando entre los elefantes.
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(Dentro de unos días terminaré de describir el esquema de la "oración de impregnación").
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Este es mi nuevo Libro, digital y gratuito. Son 5 fascículos independientes. Puedes pedirlos a jairoagua@gmail.com
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