Tradición de barro y guías ciegos.

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"Vosotros, por guardar vuestras tradiciones, quebrantáis el mandamiento de Dios" (Mc 7,9)

"Dejadlos. Son ciegos, guías de ciegos; y si un ciego, guía a otro ciego, ambos caerán en el hoyo" (Mt 15,14)
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Bajo la genérica capa de "tradición" escondemos muchos miedos. Tendemos a apoyarnos en "muletas humanas" en vez de sumergirnos en el Espíritu. Nos fijamos en lo "externo", en vez de lo "interno", cuando la verdadera seguridad nace de lo hondo.

Las tres fuentes de la Teología son: Escritura, Tradición y Magisterio. Ahí fundamentan los teólogos todas sus elucubraciones. Pero no se pueden "congelar" y "sacralizar" las fuentes porque eso significaría cegarlas y negar la evidente "evolución humana" y la "revelación sucesiva".

Aclaro que la "revelación sucesiva" no está causada por un "dios tartaja" que nos dice a trompicones algunas cositas y se guarda otras. ¡De ninguna manera! El problema no es de Dios, que desde siempre y por siempre se ha derramado sobre sus criaturas. El problema es nuestro, que no tenemos órganos adecuados para captarle. Solo se nos ha dado la "imagen y semejanza", es decir, la inteligencia y la libertad para buscarle.

Por eso dice el olvidado Evangelio: "¿No acabáis de entender ni de comprender? ¿Estáis ciegos? ¿Para qué tenéis ojos, si no veis, y oídos, si no oís?" (Mc 8,17).
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Sin embargo, todo lo fiamos a lo que nos dicen "OTROS", en especial esos supuestos pastores que nos dominan más que alimentan.

Desde fuera de nosotros mismos, desde lo "EXTERNO" (las fuentes citadas son todas externas), no podemos siquiera acercarnos a un Dios Interno e Inabarcable.

Eso explica que quienes más y mejor se han acercado a Dios hayan sido los místicos. Y que el monstruito de Aquino reconociese, al final de su vida, que había aprendido más delante del Sagrario que en los libros (incluidas las citadas fuentes oficiales).

Es decir, solo la oración "interior" nos llevará a "vislumbrar" la esencia de Dios y a saborear sus cualidades, aún desde nuestra incapaz ceguera ("entréme donde no supe"…).

El conocimiento de Dios está sometido a nuestra "incapacidad esencial" para abarcarle y está condicionado por la "evolución humana" de nuestra capacidad (individual e histórica). A medida que ensanchamos nuestras neuronas y azuzamos nuestra búsqueda interior, estamos mejor preparados para reconocer la alargada sombra luminosa del Creador.

"Muchas cosas tengo que deciros todavía, pero ahora no estáis capacitados para entenderlas. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará a la verdad completa" (Jn 16,12). Evidentemente estas palabras no se refieren a una "venida puntual".

Por desgracia, en muchas ocasiones, quienes debieran iluminarnos el rostro de Dios y mostrarnos el camino de la búsqueda nos enfangan los senderos y nos impiden caminar ligeros.

Y, encima, pretenden que esos fangos sean considerados "referencias permanentes" de nuestra búsqueda espiritual. Eso es lo que yo llamo "tradición de barro".
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Se nos olvida que la enfermedad más grave del "homo religiosus" es la prepotencia farisaica, la que crucificó al Señor. Esa pretensión de "encerrar y poseer a Dios", de limitarlo y apropiárselo.

Es la primigenia tentación del orgullo satánico: "seréis como dioses" (Gen 3,5), solo vosotros seréis capaces de "abarcar" a Dios. Y el que no os siga será anatema…

¿Pero quién puede comprenderlo, envolverlo y expenderlo de forma unívoca y absoluta? ¡Vana pretensión!

Se nos olvida con excesiva frecuencia nuestra limitación humana -ínfimos y efímeros- y Quién es el que ilumina nuestros focos, ese desconocido farero que se manifiesta en el susurro y habita el corazón de quien lo busca sinceramente en el silencio... Desde mi mínima perspectiva insisto en que no conviene "sacralizar" para no "absolutizar" y dar por bueno lo que solo es elaboración de nuestra pobreza humana.

Me parece importante distinguir entre "tradición de barro" y "tradición de luz".

1. La "tradición de barro" no es otra cosa que toda la porquería que se nos ha ido pegando por el camino de la Historia. Bien podríamos llamarla "traición" en vez de "tradición". Nuestros miedos y nuestra poca confianza en el Espíritu nos lleva a traicionarlo HOY para conservar el barro de AYER.

El "desprendimiento" o "pobreza de espíritu" son valores cristianos: "Bienaventurados los pobres de espíritu..." (Mt 5,3). Pero nuestros superdoctores se dedican a acumular abstracciones, principios, recuerdos, palabras, interpretaciones, discusiones, fastuosidades, riquezas, apariencias, cosas…
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¡Fíjate lo corto que es el Evangelio y el complejísimo andamiaje en que lo hemos encerrado!

Lo advertía Pablo: "…su mente se dedicó a razonamientos vanos y su insensato corazón se llenó de oscuridad" (Rom 1,19).

Es un síntoma claro de que nos hemos alejado de la "sencillez", puerta del Reino: "Si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos" (Mt 18,3). Y puerta de la verdadera Sabiduría: "Yo te alabo Padre, Señor del cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los sencillos" (Mt 11,25).

Tan obsesionados estamos por vigilar el abultado equipaje que se nos olvida viajar. A nuestros dirigentes se les hace difícil aceptar la evidencia de que "el ser humano es progresivo" y, por tanto, también lo son su dominio de la creación, su conocimiento de sí mismo y del mundo, su intuición de Dios y su revelación.

Prefieren insistirnos en que todo está "cerrado y terminado" Así nos libran -dicen- del temor y la inseguridad, para escayolarnos con su rigidez mental, sus racionalismos abstractos, su sacralización del pasado, etc. Año tras año se nos olvida la promesa de la asistencia perpetua del Espíritu, que es el que realmente guía la Iglesia... si le dejamos.
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Permanecemos rígidamente atados a enseñanzas e interpretaciones de personajes del pasado, olvidando su "limitación", su dependencia del "ambiente humano" de su época y el llamamiento a la "progresividad" del Evangelio: "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5,28), tanto individual como históricamente. Se nos olvida que somos una raza y unos seres en camino. Iglesia caminante.

Unos pocos ejemplos variopintos de "tradiciones de barro" de los muchísimos que nos contaminan:

- La ceniza del miércoles no es más que un vestigio judío del AT. No es cristiano, ni siquiera humano. ¿Quién, en su sano juicio, aceptaría que le manchasen en una reunión? Vamos a la iglesia a iluminarnos y limpiarnos NUNCA a mancharnos. Pero ahí sigue… El signo cristiano de conversión es el agua. ¡Qué olvidadizos nuestros pastores!

- La catequesis visual de la Capilla Sixtina, clavada en el corazón físico del Magisterio. Muchas de sus supervaloradas pinturas son un fraude y una espesa humareda (visiones distorsionadas de otro tiempo) que desfiguran el rostro del Abba de Jesús.

- La gravísima y durísima teoría expiatoria de la Redención, inspirada en el judaísmo sacrificial y expiatorio del AT y en "letras" de los primeros escritores "judíos" del Cristianismo. ¡Esa sí que es una "traición al Espíritu", mantenida durante siglos por la tiranía del absolutismo eclesiástico!
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- El llamado "tesoro de la Iglesia" (y los multiplicados tesorillos o tesorazos locales). Todas esas acumulaciones de oro, plata, joyas, arte (no solo religioso), que hemos amasado para enaltecer a pomposas jerarquías y honrar estatuas o altares...

Hemos pervertido la religión del amor, hemos olvidado que para llegar a Dios hay que amar a su criatura y no enjoyar imágenes, símbolos, monumentos o personas principales: "…cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis" (Mt 25,40).

Nos hemos construido nuestro peculiar "becerro de oro". El barro de la "tradición" nos impide ver nuestra "traición" al Evangelio: "No atesoréis en la tierra… Atesorad más bien en el cielo…" (Mt 6,19).

Malo que lo hagamos individualmente, pero que se promocione institucionalmente en nombre de Dios, es una terrible traición de la que tendrán que responder los lobos que pastorean el rebaño. Y no tanto por la acumulación de riquezas cuanto por olvidar la "adoración en espíritu y verdad" (Jn 4,23) y dejar de enseñar a los fieles que la mejor forma de honrar a Dios es practicar la misericordia con sus criaturas, empezando por las más débiles.

"Y como éstas, hacéis muchas" (Mc 7,13)
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2. La "tradición de luz" consiste en seguir construyendo el "reino de Dios" sobre lo ya construido. Es decir, seguir buscando y desvelando ese Rostro que nos atrae, nos enamora y nos impulsa a imitarlo, desde los resplandores que otros nos legaron. Es un movimiento instintivo del hombre porque nace de su propia naturaleza habitada y creada a "imagen y semejanza", impelida por su innata "determinación de progresar".

Ningún avance de la Humanidad hubiera sido posible si no se hubieran tenido en cuenta los progresos de las anteriores generaciones. Esa naturaleza perfectible del ser humano es la que no nos deja indiferentes ante una tradición positiva y luminosa, y nos impulsa a aportar nuestras propias luces al progreso de la religión, a la intuición de ese anhelado Rostro del Padre, hacia el que regresa la Humanidad entera: "He aquí que todo lo hago nuevo" (Ap 21,5).

Pero una cosa es aprender de los predecesores y otra muy distinta anclarse en sus conocimientos, costumbres e, incluso, errores. A los cristianos de hoy no se les puede pedir que vivan como anacoretas, machaquen el cuerpo para acrecentar el espíritu, se sometan a lo irracional, se abstengan de pensar o renuncien a su libertad de conciencia.

Y muchísimo menos que frustren su profunda aspiración a "encontrarse" personalmente con esa Divinidad inabarcable que nos habita. El "sometimiento religioso" es una terrible blasfemia contra Dios y contra su criatura, propia de lobos temibles y no de pastores.
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El inmovilismo de la tradición es síntoma de muerte y la muerte lleva a la corrupción. Nosotros también estamos haciendo tradición, que es una "corriente viva" y no un charco. Este inmovilismo miope nos hace daño y corrompe la Iglesia.

Ejemplo notorio, irracional y visual es la obstinación de nuestros Obispos en conservar los personales signos tradicionales (anillo, corona, cetro y trono) que utilizan en sus apariciones oficiales. No tocan ni de lejos la Dogmática, podrían eliminarse de inmediato.

Pero la "tradición de barro" les empuja a mostrarse como sus predecesores, sin percatarse del escándalo anti evangélico que supone su anacronismo y falta de coherencia: unos servidores auto encumbrados como príncipes del Medioevo. Ni los reyes del mundo actual se atreven a tanto…

¿Si esto ocurre en lo fácilmente mudable como son las galas episcopales, cómo podemos esperar que se laven -nos lavemos- esa costra de siglos, incrustada en la secular piel eclesial?

De ahí el dolor y frustración de tantos católicos sinceros que ven quebrada su esperanza de tener una Jerarquía ejemplar y viva, que contagie "vida", esencia del reino de Dios.

De ahí la desconfianza o indiferencia hacia unos Pastores -probablemente buenísimos en su interior- disfrazados de lobos por tradición. ¡Seguramente no muerden, pero asustan! Por eso muchos salen corriendo...
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De ahí la sorpresa de quienes no comprendemos cómo al hablar de "tradición" no se recuerda que el Evangelio es "vida y vida abundante" (Jn 10,10), imposible de congelar y encerrar.

¿Qué tradición nos hizo olvidar que NO se nos juzgará por nuestros ritos, pensamientos y filigranas mentales sino por nuestra vida de amor? La actividad mental solo será válida si alimenta e ilumina tu vida.

A los fieles de a pie solo nos queda el consuelo de orar:

"Concédenos, Señor, Serenidad para aceptar lo que no podemos cambiar, Valor para cambiar lo que sí podemos, y Sabiduría para reconocer la diferencia". Y Valentía para rechazar lo que no es evangélico. Amén.

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