La bendición del ángel
¡Bendecid siempre pues para esto habéis sido llamados para ser herederos de la bendición! (1Pe 3,9)
¡Hola Clara! Me llamo Gabriel y vengo a ayudarte.
¡No mujer, no te asustes! No hay nada de extraordinario en esta visita, forma parte de mi rutina.
No mires la vidriera... ni la hornacina. ¡Estoy aquí, en tu cielo! ¿No llamáis cielo a la morada de Dios? Pues desde ahí te hablo.
Que no Clarita, que no es arriba. Te hablo desde tu interior, ahí donde bullían ahora mismo tus aspiraciones. Por eso he venido. ¿No querías aprender a bendecir?
Conviene precisar bien. Bendecir significa "bien decir", decir bien de alguien. No de boquilla, no. Eso es palabrería, cuando no manipulación. Bendecir es reconocer lo positivo que hay en cada persona y decirlo, ponerle palabras, expresar nuestra admiración.
¡Ni te imaginas las bendiciones que cantamos a nuestro Padre Dios! Es inevitable. Su sola presencia desata alabanzas sin fin, "su amor no sólo deja sitio a cualquier otro amor, sino que le hace sitio y le da holgura... Su amor crea amor, lo mismo que su presencia crea espacio..." (1).
Escucha bien lo que hoy te digo en su nombre: "Dios te salve Clara, llena eres de gracia, el Señor está contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito sea Dios que habita dentro de ti".
¡No te sonrojes, mujer! Ésa eres tú: graciosa y bendita. Así te creó y así te ve el Padre. Ya sé que os habéis deslizado por una religión negativa y esta bendición os asusta. Pero intenta acostumbrarte, repítela muchas veces, hasta que estés convencida.
¿Que te parece excesiva…? ¡Ah, ya, es eso! Tu humildad te impide decir "bendita entre todas". Entiendo. ¿Cómo te suena, entonces, aquello de "en la palma de mis manos te llevo tatuada"? (Is 49,16) ¿Todavía no has caído en que eres única e irrepetible? Mira tu cara, mira tus manos. Nadie hay igual a ti. Es el signo de que te han creado individualmente, elegido expresamente, amado particularmente.
¿Todavía te crees hija del azar, del instinto, de la imprevisión? Además, por qué esa manía de compararos. Cada uno de vosotros brilláis en sus pupilas y latís en su corazón. Te lo puedo asegurar. Cada uno con su estatura, su forma y su color. Acogido, bendecido, cuidado...
¿Que eres una pecadora indigna? Ya veo. Otra vez la contaminación de la religión negativa de antaño... No mi niña, no. Antes que pecadora has sido amada, creada llena de dones. Eres hija de la Luz y por tanto eres luz, tu interior rebosa potencialidades, tu ser se muere de ganas por expandirse como una galaxia.
Haces bien en identificar tus "malos funcionamientos", pero si te obsesionas con tus sombras no lograrás ver lo positivo de tu corazón. ¿Dónde te apoyarás entonces para caminar segura por la vida?
Sí, lo sé. Estás condicionada, herida y maltrecha, por el ambiente que respiraste en tu vida temprana y por la oscuridad actual. Ése es precisamente el pecado original que hay que superar, el daño de quienes te contagiaron desequilibrios (violencia, temor, inseguridad, rechazo, etc.). De generación en generación.
Pero olvidas que también hubo quien te sembró esperanza, fe en ti misma, libertad, bondad, paz... Por eso estabas ahora rezando, suspirando por ser más y mejor, mientras te abrumabas con tus fracasos. Habéis olvidado lo escrito: "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rom 5,20). Sois totalmente positivos en el fondo, nada se ha perdido, nada se ha dañado definitivamente.
¡Por supuesto que no podéis abandonaros a las tinieblas de fuera ni a las oscuridades de dentro! Debéis trabajar por acrecer el tesoro que sois y la fuerza que portáis. No es mérito vuestro, todo lo habéis recibido. ¿No te das cuenta de vuestra ingratitud al no reconocer vuestra herencia? ¿Por qué vivís como hijos pobres... de Padre millonario?
Te contaré otro secreto. En ocasiones le oigo repetir: "Hija mía que estás en el mundo. Eres mi gloria y en ti está mi reino. Eres mi voluntad y mi querer. Te sostengo y mantengo cada día, no temas. Te perdono siempre, para que perdones. Yo te libraré del mal y de las dudas" (2).
Hoy estoy parlanchín. Bueno, en realidad es parte de mi don de anunciador. Una confidencia más: Muchas veces he visto al Padre inclinarse a tu oído y susurrar: "Clara, hija mía, gracias por todo lo que has hecho por mí". Tú no le oías. Estabas concentrada en la lista de tus pecados.
¡Vaya! ¿Ahora lloras? Lo comprendo. La emoción te hierve. Ahora te atreverás a repetir mi bendición, a creer que Dios te hizo luminosa y siempre te amó, siempre te acompañó, siempre te esperó, por encima de tus "terribles" pecados. Reconócelo, agradécelo, salta de alegría.
Un último mensaje. Has recibido de mi boca una bendición nueva y antigua. Ahora ve y haz tú lo mismo. Reconoce lo bueno que hay en tus hermanos, desciende a su interior, no te fijes tanto en sus heridas y cicatrices. Siente su luz y bendícelos. Es decir, diles el bien que descubres en ellos.
En momentos especiales, cuando quieras transmitir a alguien tu fuerza, tu apoyo, tu amor, haz esto: Elige el lugar adecuado, pon tus manos sobre su cabeza o sus hombros y bendice lentamente: "Dios te salve (pon aquí su nombre) lleno eres de gracia, el Señor está contigo, bendito tú eres entre todas las criaturas, y bendito sea Dios que habita dentro de ti".
Puede que te sorprendan los efectos de esta costumbre de bendecir. ¡Aprende a ser feliz con lo mucho que Dios te ha dado! ¡Aprende a descubrir lo divino que late en el fondo de cada ser humano!
No me despediré con un "Dios te bendiga", no. Eso es un deseo de futuro y mi Dios -tu Dios- es un Presente eterno. Me despido asegurándote: "El Señor te bendice y te guarda en la palma de su mano, te acompaña en todos los caminos y hace prósperas las obras de tus manos". Porque nadie, nadie, te conoce y ama más que Él.
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(1) José Mª Cabodevilla en "365 nombres de Cristo" (BAC).
(2) De Peter Fraile, iniciador de los cursos de "Integración de valores" y "Dinámica de la Bondad".
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¡Hola Clara! Me llamo Gabriel y vengo a ayudarte.
¡No mujer, no te asustes! No hay nada de extraordinario en esta visita, forma parte de mi rutina.
No mires la vidriera... ni la hornacina. ¡Estoy aquí, en tu cielo! ¿No llamáis cielo a la morada de Dios? Pues desde ahí te hablo.
Que no Clarita, que no es arriba. Te hablo desde tu interior, ahí donde bullían ahora mismo tus aspiraciones. Por eso he venido. ¿No querías aprender a bendecir?
Conviene precisar bien. Bendecir significa "bien decir", decir bien de alguien. No de boquilla, no. Eso es palabrería, cuando no manipulación. Bendecir es reconocer lo positivo que hay en cada persona y decirlo, ponerle palabras, expresar nuestra admiración.
¡Ni te imaginas las bendiciones que cantamos a nuestro Padre Dios! Es inevitable. Su sola presencia desata alabanzas sin fin, "su amor no sólo deja sitio a cualquier otro amor, sino que le hace sitio y le da holgura... Su amor crea amor, lo mismo que su presencia crea espacio..." (1).
Escucha bien lo que hoy te digo en su nombre: "Dios te salve Clara, llena eres de gracia, el Señor está contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito sea Dios que habita dentro de ti".
¡No te sonrojes, mujer! Ésa eres tú: graciosa y bendita. Así te creó y así te ve el Padre. Ya sé que os habéis deslizado por una religión negativa y esta bendición os asusta. Pero intenta acostumbrarte, repítela muchas veces, hasta que estés convencida.
¿Que te parece excesiva…? ¡Ah, ya, es eso! Tu humildad te impide decir "bendita entre todas". Entiendo. ¿Cómo te suena, entonces, aquello de "en la palma de mis manos te llevo tatuada"? (Is 49,16) ¿Todavía no has caído en que eres única e irrepetible? Mira tu cara, mira tus manos. Nadie hay igual a ti. Es el signo de que te han creado individualmente, elegido expresamente, amado particularmente.
¿Todavía te crees hija del azar, del instinto, de la imprevisión? Además, por qué esa manía de compararos. Cada uno de vosotros brilláis en sus pupilas y latís en su corazón. Te lo puedo asegurar. Cada uno con su estatura, su forma y su color. Acogido, bendecido, cuidado...
¿Que eres una pecadora indigna? Ya veo. Otra vez la contaminación de la religión negativa de antaño... No mi niña, no. Antes que pecadora has sido amada, creada llena de dones. Eres hija de la Luz y por tanto eres luz, tu interior rebosa potencialidades, tu ser se muere de ganas por expandirse como una galaxia.
Haces bien en identificar tus "malos funcionamientos", pero si te obsesionas con tus sombras no lograrás ver lo positivo de tu corazón. ¿Dónde te apoyarás entonces para caminar segura por la vida?
Sí, lo sé. Estás condicionada, herida y maltrecha, por el ambiente que respiraste en tu vida temprana y por la oscuridad actual. Ése es precisamente el pecado original que hay que superar, el daño de quienes te contagiaron desequilibrios (violencia, temor, inseguridad, rechazo, etc.). De generación en generación.
Pero olvidas que también hubo quien te sembró esperanza, fe en ti misma, libertad, bondad, paz... Por eso estabas ahora rezando, suspirando por ser más y mejor, mientras te abrumabas con tus fracasos. Habéis olvidado lo escrito: "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rom 5,20). Sois totalmente positivos en el fondo, nada se ha perdido, nada se ha dañado definitivamente.
¡Por supuesto que no podéis abandonaros a las tinieblas de fuera ni a las oscuridades de dentro! Debéis trabajar por acrecer el tesoro que sois y la fuerza que portáis. No es mérito vuestro, todo lo habéis recibido. ¿No te das cuenta de vuestra ingratitud al no reconocer vuestra herencia? ¿Por qué vivís como hijos pobres... de Padre millonario?
Te contaré otro secreto. En ocasiones le oigo repetir: "Hija mía que estás en el mundo. Eres mi gloria y en ti está mi reino. Eres mi voluntad y mi querer. Te sostengo y mantengo cada día, no temas. Te perdono siempre, para que perdones. Yo te libraré del mal y de las dudas" (2).
Hoy estoy parlanchín. Bueno, en realidad es parte de mi don de anunciador. Una confidencia más: Muchas veces he visto al Padre inclinarse a tu oído y susurrar: "Clara, hija mía, gracias por todo lo que has hecho por mí". Tú no le oías. Estabas concentrada en la lista de tus pecados.
¡Vaya! ¿Ahora lloras? Lo comprendo. La emoción te hierve. Ahora te atreverás a repetir mi bendición, a creer que Dios te hizo luminosa y siempre te amó, siempre te acompañó, siempre te esperó, por encima de tus "terribles" pecados. Reconócelo, agradécelo, salta de alegría.
Un último mensaje. Has recibido de mi boca una bendición nueva y antigua. Ahora ve y haz tú lo mismo. Reconoce lo bueno que hay en tus hermanos, desciende a su interior, no te fijes tanto en sus heridas y cicatrices. Siente su luz y bendícelos. Es decir, diles el bien que descubres en ellos.
En momentos especiales, cuando quieras transmitir a alguien tu fuerza, tu apoyo, tu amor, haz esto: Elige el lugar adecuado, pon tus manos sobre su cabeza o sus hombros y bendice lentamente: "Dios te salve (pon aquí su nombre) lleno eres de gracia, el Señor está contigo, bendito tú eres entre todas las criaturas, y bendito sea Dios que habita dentro de ti".
Puede que te sorprendan los efectos de esta costumbre de bendecir. ¡Aprende a ser feliz con lo mucho que Dios te ha dado! ¡Aprende a descubrir lo divino que late en el fondo de cada ser humano!
No me despediré con un "Dios te bendiga", no. Eso es un deseo de futuro y mi Dios -tu Dios- es un Presente eterno. Me despido asegurándote: "El Señor te bendice y te guarda en la palma de su mano, te acompaña en todos los caminos y hace prósperas las obras de tus manos". Porque nadie, nadie, te conoce y ama más que Él.
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(1) José Mª Cabodevilla en "365 nombres de Cristo" (BAC).
(2) De Peter Fraile, iniciador de los cursos de "Integración de valores" y "Dinámica de la Bondad".
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