¿La belleza salvará al mundo?
En la novela El idiota, que fue empezada a escribir por Fiodor Mijailovich Dostoyevski (1821-1881) en septiembre de 1867, en Ginebra, y terminada en Florencia a principios de 1869, el protagonista, el príncipe Liov Nikoláyevich Mischkin, que representa el más elevado arquetipo espiritual y moral de la literatura universal, inspirado en la figura de Jesús de Nazaret y en la enseñanza ética del Evangelio, afirma: “La belleza salvara al mundo” (El idiota III, 5)
¿En qué sentido puede afirmar esto?
La primera constatación sería que si no hubiese belleza, si todo fuera estéticamente indiferente e insípido en nuestro entorno, el mundo sería una realidad lúgubre. ¿Qué decir ante las imágenes desoladoras de los paisajes de muerte bélicos?
A nivel personal necesitamos descubrir la belleza que llevamos dentro. Frente la aridez del racionalismo científico, los intereses económicos y todo tipo de ambiciones, necesitamos descubrir la admiración que surge de nuestra conciencia capaz de admirar los valores del espíritu, que nos lleva a buscar libremente la verdad y a amar espontáneamente la belleza. Así, cuando la persona reconoce su pecado, “se desvela la contradicción entre luz y tinieblas, entre santidad y pecado, y se inicia el drama que conduce a la reconciliación y redención del mundo” (H. U. VON BALTHASAR, Gloria VI, ,19).
A nivel comunitario la belleza nos salvará si percibimos su unidad, su ternura y su gratuidad. La unidad, la proporción, el ritmo, la armonía, el orden eterno, son los vínculos ocultos que relacionan lo visible con lo invisible. Nosotros sólo percibimos la belleza eterna, a modo de relámpago, a través de la forma, que nos invita al silencio y a la contemplación, descubriendo al Espíritu del Hijo y del Padre derramado en el mundo. Así, la belleza, el arte, remueve las raíces de nuestro ser y nos hace sentir nuestra propia contingencia.
¿En qué sentido puede afirmar esto?
La primera constatación sería que si no hubiese belleza, si todo fuera estéticamente indiferente e insípido en nuestro entorno, el mundo sería una realidad lúgubre. ¿Qué decir ante las imágenes desoladoras de los paisajes de muerte bélicos?
A nivel personal necesitamos descubrir la belleza que llevamos dentro. Frente la aridez del racionalismo científico, los intereses económicos y todo tipo de ambiciones, necesitamos descubrir la admiración que surge de nuestra conciencia capaz de admirar los valores del espíritu, que nos lleva a buscar libremente la verdad y a amar espontáneamente la belleza. Así, cuando la persona reconoce su pecado, “se desvela la contradicción entre luz y tinieblas, entre santidad y pecado, y se inicia el drama que conduce a la reconciliación y redención del mundo” (H. U. VON BALTHASAR, Gloria VI, ,19).
A nivel comunitario la belleza nos salvará si percibimos su unidad, su ternura y su gratuidad. La unidad, la proporción, el ritmo, la armonía, el orden eterno, son los vínculos ocultos que relacionan lo visible con lo invisible. Nosotros sólo percibimos la belleza eterna, a modo de relámpago, a través de la forma, que nos invita al silencio y a la contemplación, descubriendo al Espíritu del Hijo y del Padre derramado en el mundo. Así, la belleza, el arte, remueve las raíces de nuestro ser y nos hace sentir nuestra propia contingencia.