
Opción por los pobres Los ricos y la opción preferencial por los pobres
No se puede ser cristiano sin una clara opción por los pobres
Hoy tenemos un crecimiento deforme, que amenaza seriamente con convertir a nuestro mundo en un monstruo: un desarrollo enorme en lo político y económico, junto a un subdesarrollo alarmante en lo social y espiritual.
El aumento de la riqueza no ha servido hasta hoy más que para aumentar las demandas de los ricos y la pobreza de los pobres.
El aumento de la riqueza no ha servido hasta hoy más que para aumentar las demandas de los ricos y la pobreza de los pobres.
| José Luis Vázquez Borau

La Iglesia es para los pobres, y ellos poseen en ella una «eminente dignidad». Y, sin embargo, muchas veces, la Iglesia ha preferido «el sacrificio a la misericordia», ha dilapidado bienes de los pobres, y se ha encarnado en otras clases sociales mucho más que en ellos. Consecuentemente, el lujo y la superficialidad es incompatible con el ser cristiano. El compartir no es una caridad supererogatoria, sino una obligación de justicia. Los ricos carecen de verdaderas relaciones humanas y son, además, destructores de sí mismos.
Hoy en día, la moderna organización económica tiene como lema que la consecución de la riqueza es la meta suprema de la vida humana y el criterio más alto para el éxito humano. Hoy tenemos un crecimiento deforme, que amenaza seriamente con convertir a nuestro mundo en un monstruo: un desarrollo enorme en lo político y económico, junto a un subdesarrollo alarmante en lo social y espiritual. Riqueza y solidaridad han dejado de ser vasos comunicantes, para convertirse en magnitudes inversamente proporcionales. El aumento de la riqueza no ha servido hasta hoy más que para aumentar las demandas de los ricos y la pobreza de los pobres. Y no ha servido porque ese aumento de producción que genera el capitalismo, no lo hace para las necesidades sino para los deseos. Y las necesidades del ser humano son limitadas, pero sus deseos son ilimitados. Y como dijo el papa Juan Pablo II en África: «La solidaridad no es un sentimiento superficial y vago por los males que sufren tantas personas cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de trabajar por el bien común, es decir, por el bien de todos y cada uno, porque todos somos de verdad responsables de todos. ¿Quien no desearía que el mundo fuera de hecho fraternal? La fraternidad, para que no sea una palabra vacía, tiene que generar compromisos» (JUAN PABLO II, Sollicitudo Rei Socialis, número 38, 30 de diciembre de 1987).
«No se puede ser cristiano sin una clara opción por los pobres». Es decir, asumir su causa. La Iglesia es para los pobres, y ellos poseen en ella una «eminente dignidad». Y, sin embargo, muchas veces, la Iglesia ha preferido «el sacrificio a la misericordia» (Cf. Mt 9,13 y 12,7), ha dilapidado bienes de los pobres, y se ha encarnado en otras clases sociales mucho más que en ellos. Consecuentemente, el lujo y la superficialidad es incompatible con el ser cristiano. El compartir no es una caridad supererogatoria, sino una obligación de justicia. Los ricos carecen de verdaderas relaciones humanas y son, además, destructores de sí mismos.

Jesús decía que no se puede servir a Dios y al Dinero, porque Dios «hace salir su sol sobre buenos y malos y llueve sobre justos e injustos». mientras que el Dinero hace salir su sol solo para los buenos del sistema, y llueve solo sobre los justos del sistema. Por ello la historia de la Iglesia (como la de todo el mundo, a otra escala) parece ser una lucha entre el Dios de Jesús, que da la razón de ser, y el Dinero, que da a todo posibilidad de ser.

Dedicado a José Ignacio Gonzáles Faus in memoria
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