Homilía del arzobispo de México en la celebración de la Misa de las Rosas Cardenal Aguiar: "Que la Virgen de Guadalupe siga reinando en nuestro querido país"
"En el Evangelio de hoy escuchamos el encuentro entre dos mujeres, que pusieron su vida al servicio de lo que Dios disponía de ellas, Isabel y María"
"Jesús les tiene preparada una habitación en la Casa del Padre, no lo duden"
"Han pasado ya casi 500 años, pero en estas cinco centurias, aquí estamos heredando lo que nuestros padres nos transmitieron"
"Que encontremos los caminos de reconciliación y logremos la paz social que tanto anhelamos y necesitamos"
"Han pasado ya casi 500 años, pero en estas cinco centurias, aquí estamos heredando lo que nuestros padres nos transmitieron"
"Que encontremos los caminos de reconciliación y logremos la paz social que tanto anhelamos y necesitamos"
“María se encaminó presurosa,… saludó a Isabel y en cuanto ésta oyó el saludo de María, la creatura saltó en su seno”.
En el Evangelio de hoy escuchamos el encuentro entre dos mujeres, que pusieron su vida al servicio de lo que Dios disponía de ellas, Isabel y María. Es el encuentro de personas que reciben y asumen en sus vidas la voluntad de Dios.
Cuando esto lo vivimos, cuando dos personas o tres o más nos encontramos habiendo discernido qué quiere Dios de nosotros y compartido lo que Dios quiere de nosotros se produce con fuerza la presencia del Espíritu Santo.
Por eso la criatura en el seno de Isabel saltó en su seno: la fuerza del Espíritu. Isabel efectivamente, dice el Evangelio, quedó llena del Espíritu Santo y exclamó: “¿Quién soy yo, para que la Madre de mi Señor venga a verme? Dichosa tú que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”. Así, Isabel le confirma a María lo que han comentado, conversado, compartido.
No dudemos nosotros tampoco de esos encuentros entre quienes creemos en el Dios por quien se vive, y compartimos lo que Dios en nuestro corazón así lo ha sembrado.
Esto es lo que hoy, en la Iglesia el Papa Francisco llama la “Conversación en el Espíritu”, que tuvimos la sorpresa y el gusto de vivirlo en el Sínodo reciente, en octubre pasado y antes en octubre del año anterior. La Conversación en el Espíritu nos puso en sintonía y, sin lugar a dudas, así culminamos esas dos etapas, percibiendo que el Espíritu Santo nos lanza con la fuerza de Él, nosotros simplemente ponemos nuestras personas al servicio de la Iglesia.
No lo duden, ustedes están aquí. ¿Por qué están aquí? Porque quieren compartirle a Nuestra Madre la alegría de encontrarnos con ella en este su día en que recordamos su venida a estas tierras.
Por eso, lo que afirma San Pablo en la Segunda Lectura, se los digo a Ustedes, a todos los aquí presentes, Ustedes son ya hijos de Dios. Dios envió a sus corazones el Espíritu de su Hijo, que clama Abba, es decir, Padre. Ustedes ya no son siervos, sino hijos, desde su bautismo y ahora lo toman con mayor conciencia en esta mirada materna de nuestra Madre del Cielo y por tanto, dice san Pablo en la Segunda Lectura, también son ustedes herederos por voluntad de Dios.
Jesús les tiene preparada una habitación en la Casa del Padre, no lo duden, pero para que no la pierdan, para que no se extravíen, compartan lo que viven dentro, esposo con esposa, padres con hijos, no se dejen solamente arrebatar el amor de sus hijos por las redes digitales, ellas deben de servirnos, pero no de esclavizarnos.
Hermanos, expresémosle a María nuestra gratitud de su venida, la gratitud de hacernos también sentir la filiación divina, que de esa manera se cumple, como lo decía el Profeta Isaías en la Primera Lectura: “el Señor mismo les dará por una señal he aquí que Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios con nosotros”.
Dios está con nosotros a través de María. Dios manda por eso sus señales con tiempo a todas las generaciones, han pasado ya casi 500 años, pero en estas cinco centurias, aquí estamos heredando lo que nuestros padres nos transmitieron. Transmitámoslo también nosotros, tomemos esa responsabilidad en serio, con firmeza, con la decisión de transmitir a las nuevas generaciones la confianza en el Dios que nos ama y nos acompaña para siempre.
Los invito a expresárselo así a María cada uno de nosotros, en esta ocasión, en esta fiesta, abriéndole, nuestro corazón, a su amor para que nos fortalezca en este compromiso de transmitir la fe a las nuevas generaciones, y que ella siga reinando en nuestro querido país y desde nuestro país, como pide el Papa Francisco, irradie a todos los pueblos de la Tierra. ¡Que así sea!
Nos ponemos de pie, y le abrimos nuestro corazón a Nuestra Madre:
En este día en que recordamos tu venida, Madre, a nuestras tierras, te expresamos nuestra inmensa gratitud, ya que nos revelaste al verdadero Dios por quien se vive y desde entonces expresaste el deseo de acompañarnos y de quedarte entre nosotros en esta Casita Sagrada, que le pediste al Arzobispo fray Juan de Zumárraga, mediante tu elegido San Juan Diego.
Por eso, Madre Nuestra, invocamos tu auxilio por todas las familias en nuestra patria querida para que encontremos los caminos de reconciliación y logremos la paz social que tanto anhelamos y necesitamos.
También te pedimos que acompañes a todos tus hijos, aún aquellos que andan extraviados, que no saben el rumbo de su vida y los que te hemos encontrado, seamos promotores de la paz en el interior de cada familia y en la relación de unas con otras, en las vecindades, barrios y departamentos, y especialmente, en nuestra manera de comportarnos al transitar por las calles y los comercios.
Con gran confianza, ponemos en tus manos al Papa Francisco, fortalécelo y acompáñalo en su ministerio pontificio y ayúdanos a responder a su llamado para que renovemos nuestra aspiración de ser una Iglesia sinodal, donde todos seamos capaces de escuchar, discernir la voluntad de Dios Padre, ponerla en práctica y transmitirla a nuestros prójimos.
Todos los fieles aquí presentes están contentos, están felices, agradecidos y por eso nos encomendamos a Ti, que brillas en nuestro camino, como signo de salvación y de esperanza.
¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María de Guadalupe! Amén
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