"Aprender como Jesús a amar" "Haz, Señor, que siempre te busque, pues eres mi refugio y salvación"
"Los mandamientos son una especie de lámpara que ilumina el camino de la vida. Son orientaciones que nos ayudan a advertir el riesgo y a poder decidir con libertad el bien para nosotros"
"Además de la adecuación de nuestra conducta a los mandamientos, lo que llamamos la 'conversión personal', es necesaria en muchos casos una conversión aún mayor, que llamamos la 'conversión pastoral'"
"Creer que Cristo camina conmigo y aprender como Jesús a amar…"
"¿Qué significa esto último? Superar el egoísmo"
"Creer que Cristo camina conmigo y aprender como Jesús a amar…"
"¿Qué significa esto último? Superar el egoísmo"
Con estas palabras terminábamos el salmo en respuesta a la Palabra de Dios, particularmente de la primera lectura del libro del Éxodo, donde el Señor le indica a Moisés los mandamientos que darán vida al pueblo. Estos mandamientos les ayudarán a elegir lo que deben hacer para estar en comunión con Dios, para mantener esa buena relación, que les permita llegar a buen término en su vida y en la vida del pueblo como comunidad. Los mandamientos son una especie de lámpara que ilumina el camino de la vida. Son orientaciones que nos ayudan a advertir el riesgo y a poder decidir con libertad el bien para nosotros.
Esa es la razón de los mandamientos y es un camino de encuentro con Dios. Por eso, es importante que desde la primera enseñanza en familia o en la parroquia, en la catequesis, los niños aprendan desde su infancia los mandamientos de la ley de Dios, de la misma manera en que un padre o una madre le dice a un niño: No te acerques al fuego porque te quemas. Así, el niño advierte el riesgo y aprende a tomar decisiones, como cuando cuida un vaso para que no se caiga y se rompa. Comprendiendo las indicaciones sencillas pero importantes aprendemos a distinguir entre lo bueno y lo malo. Dios hizo lo mismo con su pueblo, el pueblo de Israel, enseñándole el camino de la vida. Sin embargo, esta es una primera ayuda, un primer auxilio que no basta.
Además de la adecuación de nuestra conducta a los mandamientos, lo que llamamos la “conversión personal”, es decir, que yo asuma estos mandamientos y así viva bien en relación con Dios, quien me dará su ayuda; es necesaria en muchos casos una conversión aún mayor, que llamamos la “conversión pastoral”, y consiste en descubrir a la persona de Jesucristo, y sus enseñanzas, para ser auténticos discípulos y miembros de su comunidad.
En el Evangelio, cuando Jesús tomó esos cordeles y lanzó fuera del templo a los mercaderes, los discípulos no entendieron, y tampoco las autoridades judías, si lo que estaba haciendo era bueno o malo. Jesús les responde con la afirmación de que lo hace con la misma autoridad con la que va a resucitar a los tres días. Por eso, en la resurrección de Cristo está el fundamento de nuestro caminar hacia la casa del Padre. En otras palabras, mientras que los mandamientos son una luz, la Resurrección de Cristo es el fundamento de nuestro camino hacia la casa del Padre.
"Mientras que los mandamientos son una luz, la Resurrección de Cristo es el fundamento de nuestro camino hacia la casa del Padre"
En Jesucristo encontramos la plenitud, no solo de esa luz, sino la misma vida divina. Y eso es lo que estamos haciendo aquí en la Eucaristía. Estamos escuchando su Palabra, y después podremos recibirlo en alimento, en la comunión, o al menos en una comunión espiritual con él, si nuestro interior no está preparado. ¿Qué significa esto? Significa esta conversión que la Iglesia ha llamado “conversión pastoral”. El pastoreo que Jesús realiza en su vida terrenal, debemos hacerlo nuestro, y alcanzaremos una enorme alegría y comunión íntima con Dios. ¿Y cómo se hace eso?
Bien, cuando nosotros sufrimos cualquier adversidad, tragedia, situación difícil, complicada que no sabemos cómo resolver, estamos en una encrucijada. Es entonces cuando, creyendo en Jesús, asumiendo la convicción de que nos acompaña y de que ha pedido al Espíritu Santo que nos fortalezca en nuestro interior para enfrentar la adversidad, descubriremos y experimentaremos la “conversión pastoral”: Cristo camina conmigo, está conmigo, le pide al Padre que me fortalezca en mi interior, y entonces al asumir esa conciencia soy capaz de enfrentar cualquier adversidad en mi vida.
Y eso es lo que el Apóstol San Pablo trata de decirnos de una manera espléndida, a veces un poco difícil de entender a la primera, cuando dice: «Los judíos exigen señales milagrosas y los paganos piden ciencia, sabiduría. Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado.» Es la cruz de Cristo la que debemos aprender a llevar en nuestra vida, es decir, esa capacidad, como la tuvo Jesús, de llegar hasta el extremo de la muerte con la convicción de que su Padre lo acompañaba, de que el Espíritu no le faltaba. Esa es la fuerza interior, que nos da el creer que Cristo camina con nosotros, está conmigo, soy su discípulo y él me ama. Por eso, San Pablo dice: «Nosotros predicamos a Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y es locura para los paganos». Claro, los que no creen en Cristo no saben cómo afrontar la adversidad. Pero los que creemos en Cristo sabemos asumir la propia cruz, que nos depara la vida en nuestro caminar terrenal. Por eso, dice San Pablo, “Cristo es la fuerza y la sabiduría de Dios”. Entonces, ¿cuál es la actitud fundamental que debemos tener?
Creer que Cristo camina conmigo y, segundo, ir descubriendo en la práctica de mi vida esa fortaleza para enfrentar y asumir mi propia cruz, y esa sabiduría para aprender como Jesús a amar. ¿Qué significa esto último? Superar el egoísmo, es decir, que mi mirada sea como se dice, «tenemos los ojos puestos en el rostro para ver al prójimo». Mi rostro yo no lo puedo ver sino a través de un espejo, para que siempre vea al otro, para que siempre procure el bien del otro, para que supere el egoísmo, instinto que llevamos dentro todos los seres humanos. Eso es superar el egoísmo, la locura que llama San Pablo, el escándalo que dice tienen los judíos por esta enseñanza de Jesús.
Los invito a expresar las palabras que decíamos al inicio del salmo: «Haz, Señor, que siempre te busque, pues eres mi refugio y mi salvación». Pidámosle a nuestra Madre María de Guadalupe, aquí estamos con ella en su casita sagrada. Pidámosle a ella que aprendamos cómo hizo ella para poner siempre en práctica las enseñanzas de su hijo Jesús hasta el final de su vida. Ella entenderá nuestros contextos actuales, nuestras situaciones, nuestra cruz personal que llevamos con toda confianza. Abrámosle nuestro corazón. Nos ponemos de pie en un breve momento de silencio. Digámosle lo que llevamos dentro, las preocupaciones, las angustias o las alegrías que hemos vivido en estos días.
Tu madre querida, bien sabes que Dios es amor, y que nos ha creado a su imagen para aprender a amar y ser amados; para valorar y apreciar nuestra casa común, y así convertirnos en custodios de toda la creación.
Ayúdanos a recordar siempre que Dios es amor, y a capacitarnos para descubrir que el Espíritu Santo nos acompaña, nos auxilia y nos fortalece. Que podamos responder con confianza, al igual que tú lo hiciste al acompañar a tu hijo Jesús, durante toda su vida, y especialmente en los momentos mas dolorosos del Calvario.
En este primer domingo de marzo, dedicado a la Familia, auxílianos para fortalecerla, y pueda cumplir la misión de tu proyecto: que sea Cuna del Amor. Acompáñanos durante todo este mes para responder positivamente, amando a nuestros padres y hermanos, y aprendamos a amar a nuestros prójimos, y así sanar las heridas de la violencia en nuestra sociedad.
Con gran confianza, encomendamos al Papa Francisco en tus manos. Fortalécelo y acompáñalo en su ministerio pontificio. Ayúdanos a responder a su llamado para renovar nuestra aspiración a ser una Iglesia sinodal, donde aprendamos a escucharnos, discernir la voluntad de Dios Padre, ponerla en práctica y transmitir esa experiencia a nuestros semejantes.
Todos los fieles aquí presentes nos encomendamos a ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María de Guadalupe! Amén.
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