Carta del cardenal Omella Ludopatía: Todos llevamos un jugador dentro
Una casa de apuestas nos anima con un lema muy estudiado: «Todos llevamos un jugador dentro». Dicho así, parece que este jugador sea simpático y buena persona, como el niño que también alojamos y que, a veces, se asoma.
Nuestro interior es inmenso, caben recuerdos, alegrías, penas... y ahora parece que también un jugador, que si no vigilamos, puede apoderarse de nosotros, condicionar nuestra voluntad y llegar a convertirnos en ludópatas. Estamos ante una enfermedad y una triste realidad, que no tiene edad. Un estudio reciente de la Universidad Internacional de Valencia indica que la tasa de jugadores patológicos en tratamiento, menores de 26 años, pasó del 5,7% en 2011 al 44% en 2015.
Las apuestas deportivas en línea se han convertido en la principal causa de caída de los adolescentes y jóvenes en el pozo de la ludopatía. Los elementos que lo han propiciado son básicamente la facilidad de acceso a través de los dispositivos móviles, la posibilidad de apostar de forma anónima y la ilusión de ganar dinero rápidamente con pocos recursos. Con doce años muchos adolescentes ya han hecho su primera apuesta. ¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí?
Una falta de conciencia del riesgo de esta actividad por parte de nuestros gobernantes, que les ha llevado a ceder ante las presiones de un sector económico que mueve mucho dinero y que también genera ingresos fiscales. Esto ha permitido la proliferación de locales físicos de apuestas, el fácil acceso al juego en línea y la avalancha de impactos publicitarios, que explican en gran parte el aumento de casos de ludopatía en nuestro país. Somos un país con mucha afición a los deportes, pensamos que sabemos mucho de ellos, hasta el punto de creer que el riesgo de no acertar una apuesta es mínimo.
La ludopatía se puede curar pero, sobre todo, se debe prevenir. El factor clave para curarla es reconocerla y pedir ayuda. Ahora bien, para prevenirla hay que saber decir no a la tentación del juego. Esta atracción por el juego se ha convertido en un negocio que enriquece a unos cuantos y empobrece a muchos. Es imprescindible que los padres eduquen a sus hijos y que toda la sociedad colaboremos en ello. Conviene recordar a nuestros jóvenes que la verdadera felicidad no la da el dinero y que éste no soluciona todos los problemas.
También les tenemos que explicar que el trabajo y el ahorro son una opción de vida que permite generar progreso y estabilidad. Debemos incentivar la cultura del esfuerzo y desaconsejar falsos atajos que prometen una riqueza material, que nunca llega y que nunca nos llena. Sobre todo, hay que transmitir a nuestros jóvenes que con el juego no se juega.
Queridos hermanos, no caigamos en la tentación de enriquecernos materialmente de una manera rápida, no nos dejemos deslumbrar por el dinero fácil. Abramos los ojos, abramos el corazón y dejémonos seducir por el brillo de lo que nos lleve a un enriquecimiento interior. En ello hallaremos fuente de paz, de felicidad y también de convivencia familiar.
Card. Juan José Omella
Arzobispo de Barcelona