Carta semanal del cardenal Omella Somos misión
Hoy celebramos la solemnidad de Pentecostés. Culminamos así el tiempo pascual con la recepción del don del Espíritu Santo. El nacimiento de la Iglesia encuentra su origen en aquella herida en el corazón de Jesús que produjo una efusión de dones y de frutos. El don del Espíritu Santo continúa la obra del Hijo actuando en la Iglesia y en cada uno de nosotros.
Jesús prometió a sus discípulos que les enviaría el Espíritu Santo. El día de Pentecostés se cumplió esta promesa. Los apóstoles, reunidos con María y en oración, recibieron el Espíritu Santo: «Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse.» (Hch 2,4).
Pentecostés abre en todos nosotros la posibilidad de participar del mismo Espíritu que llenó a Jesús. Quienes con fe nos disponemos para acogerlo, recibimos la fuerza necesaria para llevar a cabo la misión que Jesús recibió del Padre y que nos confió en el momento de su ascensión al cielo. Resuenan fuertemente aquellas palabras del Señor resucitado dirigidas a sus discípulos: «“Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”» (Jn 20,21-22).
A partir de la venida del Espíritu Santo, el día de Pentecostés, los apóstoles se liberaron de su miedo y salieron de donde estaban escondidos para comenzar la misión de anunciar el Evangelio por todo el mundo. Así, Pedro recibe el Espíritu Santo para anunciar al pueblo la resurrección de Jesucristo y su condición de Hijo de Dios. Pablo es colmado del Espíritu Santo antes de entregarse a su ministerio apostólico, del mismo modo que Esteban, lleno del mismo Espíritu, es escogido para la diaconía y, más tarde, para el martirio. El mismo Espíritu que hace hablar a Pedro, a Pablo y a los Doce, inspirándoles las palabras que deben pronunciar, desciende también sobre los que escuchan la palabra de Dios en la Iglesia naciente y de siempre.
La Iglesia es esencialmente misionera, es decir, enviada por Cristo a todas las naciones y a todas las culturas para que siembre y ayude a crecer en ellas la semilla del Reino de Dios. Por ello, es necesario que la nuestra vuelva a ser una Iglesia en salida. No es casualidad que el día de la Acción Católica y del Apostolado seglar coincida con Pentecostés. El lema de la Jornada de este año, «Somos misión», nos invita a tomar conciencia de nuestra condición misionera recordando las palabras del papa Francisco referidas a cada uno de nosotros: «yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo» (EG 273). El Espíritu Santo quiere mover nuestros corazones para que tomemos más conciencia de nuestro compromiso bautismal y nos entreguemos activamente a la misión, confiada a la Iglesia, de anunciar la buena noticia de Jesucristo.
Queridos hermanos, ruego al Señor para que este año el Espíritu Santo venga sobre cada uno de nosotros, sobre toda la Iglesia que peregrina en Barcelona. Pido al Señor que nos anime y fortalezca para responder con atrevimiento cristiano y corazón generoso a los retos que hoy tienen nuestra Iglesia y nuestra sociedad.
Card. Juan José Omella
Arzobispo de Barcelona