Carta semanal del cardenal de Barcelona Un regalo del amor de Dios
Este año, en una semana tendremos la oportunidad de celebrar dos fiestas que se complementan; el domingo día 23 de junio, la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo —Corpus Christi—; y, el viernes día 28, la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. En esta ocasión, además, se conmemora el centenario de la Consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús. ¿Celebraremos dos veces la misma fiesta del Amor de Dios encarnado en Jesús?
Cuando pensamos en Jesús presente en la Eucaristía —¡y también en nosotros!—, pensamos en lo que Él es: el amor de Dios en nuestra vida. El papa Francisco ha escrito a los jóvenes y a todo el pueblo de Dios: «Si Él vive, entonces sí podrá estar presente en tu vida, en cada momento, para llenarlo de luz. Así no habrá nunca más soledad ni abandono. Aunque todos se vayan Él estará» (Christus vivit, 125).
Hoy este pensamiento me hace fijar la mirada en una joya de nuestra diócesis: el Templo del Sagrado Corazón de Jesús en la cima del Tibidabo. ¡Qué suerte! Cada semana miles de personas suben sin saber qué encontrarán, pero vuelven a casa contentos de haber subido. ¿A quién se le ocurrió construir un templo ahí arriba?
Miremos atrás y hagamos memoria. A finales del siglo XIX, Barcelona vivía un rápido proceso de industrialización, que comportaba una intensa inmigración de familias, con adolescentes y jóvenes que vagaban por las calles, a menudo sin hogar, sin escuela y sin trabajo. En 1884, Don Bosco, ya anciano y con fama de santo, desde Turín, al Norte de Italia, gracias a la mediación de la gran benefactora Dorotea de Chopitea, envió los primeros salesianos a Barcelona, para que acogieran y formaran a aquellos «chicos de la calle». Dos años más tarde, el mismo Don Bosco vino a Barcelona, invitado por esta benefactora barcelonesa, con dos objetivos: consolidar su obra al servicio de la juventud y buscar benefactores que le ayudaran a terminar la construcción de la basílica del Sagrado Corazón de Roma.
Pues bien, el 5 de mayo de 1886, Don Bosco fue a la basílica de la Mercè para despedirse de la Virgen. Allí se le acercaron unos señores de las Conferencias de Sant Vicenç de Paül y le cedieron la propiedad de unos terrenos en la cima más alta de la sierra de Collserola, para que construyera una ermita al Sagrado Corazón de Jesús, y así evitarían que se hiciera un uso de la propiedad que ellos no veían con buenos ojos (un gran casino). La reacción de Don Bosco fue de agradecimiento. Según las crónicas, estas fueron sus palabras: «Estoy conmovido por la inesperada prueba que me dais de su sentimiento religioso y de su piedad. Os lo agradezco; tenéis que saber que sois instrumentos de la Divina Providencia. […] Con su ayuda, surgirá pronto sobre esta montaña un santuario dedicado al Sagrado Corazón de Jesús; todos tendrán la oportunidad de recibir los santos sacramentos».
Hoy la profecía de san Juan Bosco se ha convertido en una gozosa realidad. ¡Cuántos fieles suben cada día al templo del Tibidabo para sentir a Jesús más cerca! Tenemos suficientes motivos para agradecer a Dios este regalo de su amor.
No dejemos de confiar en el Señor que nos ama con un amor sin límites y digámosle: «Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío».
Card. Juan José Omella
Arzobispo de Barcelona