Pero no te olvides de Haití
Pandemia y pobreza
Haití ya era el país más pobre de América antes de sufrir el terrible terremoto de 2010, que supuso para un país devastado por un sistema colonial primero, y capitalista después, una auténtica catástrofe que pasó de natural a económica y social, y cuyos efectos todavía están presentes diez años después. Si la actual pandemia de Covid-19 lleva, mientras escribo estas líneas, arroja la escalofriante cifra de unos 270.000 muertos en todo el mundo, podemos imaginarnos qué supuso para el país caribeño un terremoto del que se estiman unas 316.000 muertes según la prestigiosa BBC.
Durante los siguientes meses al terremoto del país caribeño se siguieron los reportajes, las noticias, las referencias, las recaudaciones y los gestos solidarios. Mucha gente participó con buen corazón, y mucha gente aprovechó para sacar dinero con la ayuda que, diez años más tarde, parece haber quedado más en el bolsillo de quienes prometieron ayudar que en la reconstrucción de un país que, a día de hoy, es más un estado fallido y devastado que un lugar parecido al que fue antes del terremoto. El artículo citado da buena cuenta de qué fue y es hoy el país más pobre de América, y no querría extenderme en ello. La sociedad poco a poco fue retirando la atención de aquel país, llegaron otros terremotos, como el de Japón en marzo del año siguiente, o el de Lorca en mayo, ciudad a la que fui destinado unos meses después. La vida siguió en el mundo dando cada vez más la espalda al terremoto haitiano para, finalmente, olvidarlo, mientras el humorista Antonio Fraguas de Pablo (Forges), en su viñeta diaria de humor en el periódico El País, repetía insistentemente en sus dibujos "pero no te olvides de Haití".
La crisis sanitaria actual ha puesto de manifiesto que el modelo depredador de la naturaleza se vuelve contra el ser humano, que los recortes sanitarios no llevan a una vida mejor, más allá del dinero que ganen quienes privaticen la sanidad, que no importa cuanto dinero tenga una persona que no podrá comprar una hora más de vida, y que la vida humana depende más de la unidad y la solidaridad que de la competitividad que tanto se empeñaron en inculcarnos para mantener un sistema que no nos hace felices. Sucesivamente veo con esperanza en los medios europeos una conciencia ecológica creciente, una llamada a la solidaridad y la responsabilidad, una conciencia creciente sobre la Sanidad, la Educación, la Ciencia y el apoyo mutuo, y empieza a venirle a uno una gran esperanza sobre un mundo que creía perdido, pero temo que esa esperanza sea solo un espejismo.
Mientras Europa comienza ahora a intentar reactivar la economía, en ocasiones con más interés en salvar a los empresarios que a los trabajadores que producen en sus empresas, o con más preocupación en salvar el crecimiento económico que la salud de la gente, acá en Centroamérica una Sanidad pública prácticamente testimonial se ve impotente frente a los contagios y la posibilidad de salvar vidas. En la zona en que me hallo solo tenemos 20 respiradores para una población de unos dos millones, y con la curva inicial ya se encontraba colapsada la atención a enfermos. Los gobiernos de esta zona se muestran incapaces de ayudar a su pueblo, y aplican medidas más en favor propio que en favor de un pueblo que comienza a ver crecer una ola de pobreza que creciendo se aproxima para golpear sus ya muy dañadas vidas. Han militarizado las calles, han prohibido la circulación pero no se garantiza la alimentación, mientras se ha aprobado un código penal que persigue más el activismo político y la movilización social que la corrupción, el robo y la violencia machista (que pasan a penas mucho menores). Se ha llegado a afirmar, en un país agrícola, productor y fértil, que no habrá alimentos para toda la población, como si Centroamérica debiera exportar alimentos antes que consumirlos.
Siendo medianamente optimista se puede adivinar que, como ocurriera hace cien años, se supere esta pandemia como se superó la de la gripe española; es más, uno incluso valora que la población tome aún más conciencia y acabe por exigir un sistema más justo de producción, acorde con los derechos humanos, que premie el comercio de proximidad, que respete el medio ambiente y que no explote a ningún colectivo... pero ¿cómo acabará Centroamérica? ¿Qué va a ser de los países del mal llamado tercer mundo? Habitualmente los países ricos suelen pensar que el mundo es justo porque las guerras y conflictos que permiten la extracción de energía y recursos se dan en países lejanos, porque la explotación infantil y la destrucción del medio ambiente no es televisada, y solo se ve el producto final en sus manos, disfrutado por la cada vez menos numerosa clase media europea... Sin embargo, en países que hablan los idiomas de sus antiguas metrópolis (ya francés, ya inglés, ya castellano) hay presas políticas, tortura, asesinatos y represión a quienes quieren una vida digna, o la alternativa de un trabajo esclavo, la malnutrición infantil y la ausencia de derechos humanos para quienes deciden sobrevivir por carecer de fuerzas para luchar.
"Pero no te olvides de Haití" decía Forges, y añado yo ahí a toda la América pobre, al continente africano en su conjunto y, en fin, a todos los lugares en los que esta pandemia se afronta sin Sanidad universal, sin recursos para confinarse, sin derechos humanos que respeten la autoridad y sus ejércitos, sin la seguridad de tener una comida diaria o la posibilidad de vivir con dignidad cuando todo esto pase. No sirve tener un mundo mejor cuando todo acabe si ese mundo es un privilegio para el continente europeo, como si el resto del mundo le fuera ajeno o extraño, aún cuando hablan el idioma que le enseñaron europeos y trabaja y produce por poco dinero para que en los países ricos se viva muy bien a su costa. No nos conformemos con un país mejor cuando pase todo, no nos olvidemos de tantos y tantos Haitís.