Carta a María del Mar
Estos días mirando o guardando, o rompiendo papeles, me he encontrado tu carta respuesta a una mía:
¡No se puede imaginar la alegría que tuve al recibir esa carta tan personal que me ha dedicado! No me merezco tantos elogios, pero el día que la recibí estaba malísima con la quimio. Hasta le había dicho al Señor que ya no le contemplaba más a él, que él me contemplara a mí y se diera cuenta si “hay dolor semejante a mi dolor” (Lam 1,12) ¡Qué atrevimiento! Me consoló con su carta y esa forma de presencia tan tierna en mi vida. Me ayudó a no darle importancia al sufrimiento y valorar a las personas que en nombre de Dios se me hacen presentes con su cariño… A veces en lo más sencillo encontramos alivio.
Por supuesto que no rompí tu carta. La guardo con mucho cariño, porque también a mí me hacen bien estas líneas tuyas. Y te doy varias razones, que tomo de tu carta y que me reafirman en algunas cosas que yo tengo claras.
Hoy es importante recibir una carta personal donde te llaman por tu nombre, donde te escriben a mano, lo cual lleva un cariño o un amor añadido, pues a la mano llega con más facilidad y con más fuerza la vibración del corazón. Y porque supone detenerte con un poco más de atención con la persona a quien escribes. Y esto, en una sociedad donde todo son prisas, donde nadie tiene tiempo, bien merece una consideración en esta sociedad crecientemente deshumanizada.
Y precisamente porque vivimos en una sociedad deshumanizada te mereces tantos elogios. Tú, de modo especial por tu salud delicada, y por la manera en que la estas viviendo. También muchos otros, que sufren en estos momentos, se hacen merecedores de estos elogios, porque considero que unos elogios son siempre una bendición, un estímulo, que ayuda a crear algo nuevo: nueva vida, soportar mejor las circunstancias de lo que uno está viviendo, una nueva ilusión, o abrir a más esperanza... Y sobre todo cuando yo te elogio estoy pensando en ti, estoy más cerca de ti, te estoy deseando lo mejor. Esto es muy humano. Es importante, es necesario.
Me llama también la atención “tu atrevimiento” con el Señor. Esto me ha recordado la situación de otras personas que sufren, y que en su sufrimiento se les hace difícil rezar a Dios, y que en ocasiones me han preguntado que cómo dirigirse en tal situación a Dios. A mí, ante la pregunta de estas personas, me suele venir a la mente la situación, y las palabras muy duras de Jeremías, dirigiéndose a Dios:
Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste, me violaste. Yo era el hazmerreir todo el día, todos se burlaban de mí… Mis amigos acechaban mi traspié: a ver si se deja seducir, lo violaremos y nos vengaremos de él… ¡Maldito el día en que nací, el día que me parió mi madre no sea bendito! ¡Maldito el que dio la noticia a mi padre: “te ha nacido un hijo”, dándole un alegrón!... ¿Por qué no me mató en el vientre? Habría sido mi madre mi sepulcro, su vientre, preñado para siempre… ¿Por qué salí del vientre para pasar trabajos y penas y acabar mis días derrotado? (Jer 20,7s)
Son estas palabras del profeta Jeremías muy duras, durísimas. El profeta pone su corazón destrozado, hecho puro dolor ante el Señor. Algo semejante podemos contemplar en el libro de Job. El profeta le dirige la palabra desde ese corazón derrumbado por completo. Palabras que suenan ya en los confines de la blasfemia, pero el profeta se mantiene ante Dios con el corazón derrotado, pero abierto en una escucha muy difícil. Tenso ante Dios, pero fiel.
El profeta se mantendrá en esa relación tensa con Dios, fiel en la escucha y en el servicio a la Palabra. Y le llegará una respuesta clara de Dios. Para Jeremías será mantenerle fuerte frente a los enemigos, y mantenerle simultáneamente en la seducción de Dios.
Pero al final nos llegará una respuesta más clara al dolor y al sufrimiento por parte de Dios. La tenemos en la Cruz de Cristo. La tenemos en un Dios que, como seducido por la criatura humana, por su obra de amor, se reviste de nuestra humanidad, pasará manifestando generosamente, como nadie lo ha hecho, su amor, y acabar en la Cruz de los “malditos”, de los “blasfemos”, de los derrotados.
¿Hay dolor semejante a mi dolor?...
A mí me gusta destacar siempre dos matices en esta relación dolor-amor. Hay, por una parte dolores físicos, psicológicos… insoportables. Existen, con muchas experiencias dramáticas por toda la geografía atormentada de nuestro mundo. Pero, por otra parte, es necesario considerar el amor de la persona que sufre. A más amor mayor sufrimiento. Y me pregunto: ¿puede haber un sufrimiento más grande que el sufrimiento del Amor? El sufrimiento del Amor que nos amó hasta el extremo.
Pero por encima de todo estoy de acuerdo con tu última palabra: “a veces en lo más sencillo encontramos alivio”. Generalmente, la vida es ante todo un bello tejido de pequeños detalles de mil colores, y haríamos nuestra vida más fácil y menos problemática con una generosa atención a lo sencillo.
María del Mar, acabo con una sencilla felicitación. En estos días celebras tu fiesta onomástica. Que santa María te bendiga, que ella sea para ti una verdadera “estrella del mar”, como la llama san Bernardo, y que tú, en medio de la tribulación, seas también estrella, luz, para muchos. Con todo mi afecto
P. Abad