Humanizar la vida
Lejos de ir el pintor más o menos torpemente hacia la realidad, se ve que ha ido contra ella. Se ha propuesto denodadamente deformarla, romper su aspecto humano, deshumanizarla… (Ortega y Gasset, La deshumanización del arte)
Y en virtud de esa “misteriosa solidaridad” vamos deshumanizando la vida. Y como lógica consecuencia deshumanizamos al hombre. Entonces se pierde la orientación de la vida humana; ésta pierde su sabor, pierde su sentido. Sin embargo toda la vida debe estar al servicio del hombre, para hacerlo más humano, más profundamente humano, para hacer emerger de él la inmensa capacidad de que está dotado.
Es esta una reflexión que me viene, por contraste, al hilo de los conciertos de música del músico singular que es Jordi Savall, en el Festival de Música Antigua, de Poblet.
Por contraste, es decir que cuando una manifestación musical te ayuda a centrarte gozosamente en tu intimidad, y a sentirte en comunión con un conjunto numeroso de personas que se mueve con idénticas vibraciones, y cuando uno despierta a la realidad de la vida cotidiana, no puede menos sino crecer en la nostalgia de un arte, de una música, de un vida en definitiva más humana.
Y esta “misteriosa solidaridad” llega a afectar incluso a la vida religiosa. Lo que me lleva a recordar la anécdota sucedida en un monasterio francés después del concilio Vaticano II, con motivo de los cambios litúrgicos, sobre todo en el aspecto musical: El superior advierte un cambio ambiental comunitario que tiende a ser negativo. Emergía un cierto desequilibrio. Después de consultadas técnicamente algunas personas, después de un tiempo de diálogo y reflexión se llega a la conclusión de que la nueva situación empieza a generarse desde el momento en que se abandona el gregoriano, que es una muestra musical de valor y calidad más que comprobada
La sustitución de una buena música y un canto de calidad probada lleva a un desequilibrio, a poner nubes en el horizonte. Resta fuerza e ilusión de vida. Una buena música, en cambio ayuda a dar una orientación profunda a la vida. Humaniza, como podemos percibir en otra anécdota de signo musical:
Otro ejemplo del poder de la música, donde los sonidos no desintegran la materia, sino que nos sobrecogen por la fuerza de la profunda emoción y la espiritualidad de una plegaria cantada. En Auschwitz, en 1941, antes de ser ejecutado Shlomo Katz, uno de los judíos de origen rumano condenados, pidió permiso para cantar el Canto a los Muertos, “El male rahamin”. La belleza, la emoción y el modo de cantar esa plegaria a los muertos impresionaron y afectaron hasta tal punto al oficial encargado de la ejecución que éste decidió perdonarle la vida y le permitió huir del campo. (Jordi Savall, Jerusalem, la Ciudad de las dos Paces)
La música, el canto, la belleza que llevan, la belleza que engendran nos sitúa en un horizonte de vida nueva.
La música hace crecer con un nuevo espíritu, nos da un espíritu nuevo que nos permite vivir y mirar con otras emociones, con otra luz, los acontecimientos que constituyen toda la trama de la vida, su historia, su cultura, su espiritualidad. La música nos sitúa de modo diferente en el mundo, y vivir con una mirada distinta la experiencia de cada día.
La música, como también una buena obra pictórica o arquitectónica, o un buen poema, pone otro ritmo en nuestra vida. Son manifestaciones de belleza que emergen desde el silencio de artista. Una obra bella que nace del silencio del artista, de un silencio sereno interior, pacificado… La falta de esta paz, de este silencio interior es otro de los factores de deshumanización, de la desestabilización de la vida. El hombre de hoy precisa de paz
Es difícil vivir sin paz exterior en torno a nosotros. Es imposible vivir sin paz interior, la paz de nuestro corazón. La música crea un espacio de paz, tanto en el interior como en el exterior. No son numerosos quienes crean música, algunos son capaces de interpretarla. En cambio todos pueden escucharla; pero también hace falta aprender ese tercer arte musical logrando el silencio en el interior y en el exterior. Hay que estar en paz escuchar la música y, al mismo tiempo, la música es fuente de paz. Es un círculo vital. (Raimon Panikkar, Mensaje al Foro Universal de las Culturas)
En esta encrucijada social de nuestro tiempo se pone de relieve nuestra responsabilidad como creyentes cristianos. Yo creo que esta responsabilidad nos llama a ser agentes de humanización de la vida del hombre, de la sociedad. Somos discípulos de Aquel que se llamaba a sí mismo la Vida, aquel que se expone a la muchedumbre como el Hombre (Ecce homo).
No podemos hablar de Dios como si todo estuviera claro. Aquel que me invita a seguirle me dice: no tengo donde reposar la cabeza… Y es que la vida es un permanente dinamismo, un camino, lo cual nos impide cerrar la vida, la existencia como algo ya “acabado”. Somos caminantes hacia una infinitud absoluta que jamás podré medir. Camino hacia una plenitud de Vida. Esto nos pide, nos exige hacer un camino humano, no romper la realidad humana, sino transformarla, perfeccionarla, hacerla más humana, para que el camino del hombre sea más gratificante, más humano.