Obispos vs Religiosos

He leído recientemente un interesante escrito de Mons. Vicente Jimenez, obispo de Santander, “Principios para una “adecuada reorganización” de la Vida Consagrada” con unas referencias interesantes al documento sobre la vida religiosa del Concilio Vaticano II, y al documento post-sinodal Vita Consecrata. Han despertado mi interés dos puntos que él toma del documento Vita Consecrata:

La Iglesia espera, como en otros momentos de la historia, la colaboración activa en la Nueva Evangelización por parte de las personas consagradas. Estas “han de ser pregoneras entusiastas del Señor Jesús en todo tiempo y lugar, y estar dispuestas a responder con sabiduría evangélica a los interrogantes que hoy brotan de la inquietud de corazón humano y de sus necesidades urgentes”.

“Para una provechosa inserción de los institutos en el proceso de la nueva evangelización es importante la fidelidad al carisma fundacional, la comunión con todos aquellos que en la Iglesia están comprometidos en la misma empresa, especialmente con los Pastores y la cooperación con todos los hombres de buena voluntad. Esto exige un serio discernimiento de las llamadas que el Espíritu hace a cada Instituto”.

Estos textos, y otros puntos interesantes de dicho escrito, me han llevado a recordar momentos de mis veinticinco años vividos como responsable de la vida parroquial:


Una vida pastoral parroquial, donde no faltaba la presencia de varias comunidades religiosas, con quienes teníamos una positiva colaboración.

También he sido testigo de una colaboración positiva de los religiosos en instituciones diocesanas como Presbiterio o Consejo Pastoral.

Constaté, en algunas ocasiones, la problemática vivida por mi vicario de pastoral acerca de la escasez de clero y la predisposición a colaborar por parte de los religiosos en asumir servicios de parroquia, o algún otro servicio diocesano, a pesar de que en la vida religiosa se empezaba a notar también la ausencia de vocaciones. Colaboraciones generosas que suponían en ocasiones una dificultad para mantener la propia identidad religiosa.

Últimamente, ya desde la vertiente de mi vida religiosa he constatado la necesidad de una colaboración en la pastoral diocesana, pero en situaciones concretas urgentes de evangelización, o de “servicio religioso”, y no siempre con la preocupación de mantener la identidad del carisma religioso.

Recordando todo esto, yo diría que, globalmente, mirando el tiempo vivido desde el acontecimiento conciliar hay una experiencia de colaboración, un camino recorrido con luces y sombras, como todo en la vida, pero con una conciencia eclesial más viva, tanto por parte de los Obispos como por parte de los religiosos.

Y además considero que hay un tiempo vivido con generosidad, y estoy seguro que con frutos para la vida de la Iglesia.

Se nos habla e invita ahora, a una revisión de estas relaciones, a una adecuada reorganización de la Vida Consagrada porque “lo exige una nueva sensibilidad eclesial, la reflexión teológica sobre la naturaleza de la Vida Consagrada, la invitación del Papa a consolidar unas buenas relaciones, la urgencia de progresar en la vivencia de una comunión para la nueva evangelización”.

A la hora de hacer una revisión o postular una “reorganización” volvemos a los Documentos para recordar doctrinas, ideas…

Pro la preocupación de todos está en la vida. Y ya tenemos algo vivido. No entiendo cómo nuestro punto de partida no es lo vivido. Revisar lo positivo de nuestra colaboración. Lo vivido a partir del acontecimiento conciliar. Hace unos meses se hizo esta revisión a nivel eclesial con motivo de los 50 años del concilio, con encuentros, conferencias… ¿No cabe esta reflexión en el ámbito de una vida religiosa eclesial?

Para agarrarnos a lo más significativo de las enseñanzas que todos debemos de tener presentes: Evangelio, Concilio, Vida Consecrata…

Pero una revisión conlleva una reflexión, un diálogo… Y hoy tengo mis dudas de si esto es posible. Vivimos en una sociedad sin tiempo. No tenemos tiempo… Con frecuencia ni para lo más esencial…

Y por otro lado hay la conciencia de un deterioro en la relaciones obispos religiosos en diferentes espacios eclesiales: colegios, conventos, hospitales, centros teológicos, publicaciones…

Entonces recurrimos a sacar nuevos documentos, y a recordar los pasados, empezando por el Código. Cuando se trata de progresar en la vivencia de una comunión para la nueva evangelización, yo preferiría que me recordaran el evangelio:

Que sean todos uno, como tu Padre estás conmigo y yo contigo; que también ellos estén con nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. (Jn 17,21)
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